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Gonzalo Fernández Sanz: “La vida consagrada está llamada a hacerse digital sin desnaturalizar su esencia”





‘Consagrados para la vida del mundo’. Bajo este título comenzará el lunes 17 de mayo la 50ª Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada. La tradicional cita para los religiosos de nuestro país, organizada por el Instituto Teológico de Vida Religiosa (ITVR) de los Misioneros Claretianos, cuenta en esta edición –primera online– con la presencia, entre otros, de los cardenales João Braz de Aviz, Aquilino Bocos Merino, Cristóbal López Romero o Carlos Osoro.



Las jornadas, que se desarrollarán en horario de tarde hasta el 22 de mayo, cuentan, como cada año, con ponencias nacionales e internacionales. Entre otros muchos invitados, estará Gonzalo Fernández Sanz, prefecto general de Espiritualidad de los Misioneros Claretianos, que adelanta a Vida Nueva algunas claves de su intervención.

PREGUNTA.- El próximo 22 de mayo, los asistentes a la Semana del ITVR tendrán la oportunidad de escucharle reflexionar en torno a ‘Espiritualidad de la vida consagrada en la sociedad de la información’. ¿Nos puede avanzar alguna clave?

RESPUESTA.- La vida consagrada se hizo ascética y contracultural en el desierto, comunitaria y adorante en el monasterio, pobre y peregrina en los conventos, apostólica y misionera en las casas de misión, servicial en las muchas instituciones educativas y sanitarias, parabólica en las ciudades modernas. Ahora, en pleno siglo XXI, está llamada también a hacerse ‘digital’, sin que este nuevo rasgo desnaturalice su esencia.

Propongo cuatro claves para acompañar espiritualmente esta nueva inculturación en el siglo XXI: ‘buscadores de Dios’ (y no solo cartógrafos de la geografía divina), ‘consagrados’ (y no solo entretenidos en el trabajo), ‘unidos’ (y no solo enredados en una inflación comunicativa) y ‘servidores’ (y no solo consumidores y trabajadores). Lo fundamental es ayudar a tomar conciencia del cambio de paradigma que estamos viviendo, percibir algunas de sus amenazas, pero, sobre todo, explorar las muchas posibilidades que se abren.

La vida consagrada casi siempre ha estado en las fronteras. Ahora, a pesar de su envejecimiento y disminución numérica en Europa, puede seguir haciéndolo, pero necesita urgentemente conectar con las generaciones jóvenes, que son nativas digitales.

P.- Ya que hablamos de espiritualidad y sociedad de la información… ¿cuál es la mayor ‘fake news’ sobre espiritualidad?

R.- Quizá podríamos considerar como ‘fake news’ (en el sentido de propuestas falsas) las dos tendencias que el papa Francisco denuncia en su exhortación ‘Gaudete et exsultate’ (2018) sobre la santidad en el mundo de hoy. Vienen de muy lejos, pero hoy han adquirido nuevas formas. Son el ‘gnosticismo’ y el ‘pelagianismo’.

Hay corrientes de espiritualidad gnósticas que defienden una espiritualidad muy subjetiva, cuyo único fin es satisfacer ciertas necesidades intelectuales o emocionales, olvidando que no hay auténtica espiritualidad –esta es, al menos, la perspectiva cristiana– sin Dios y sin carne, sin apertura a la trascendencia divina y sin compromiso con los seres humanos. Lo que mide el valor de la espiritualidad es su capacidad para ayudarnos a amar.

Es curioso que, en Estados Unidos, el 27% de la población se considera SBNR (‘Spiritual But Not Religious’). También en Europa el fenómeno va en aumento. Expresa el anhelo de una vida que vaya más allá de la sociedad consumista, pero en buena medida, naufraga en el mar del subjetivismo al orillar las tradiciones religiosas y, sobre todo, las instituciones eclesiásticas (consideradas más un obstáculo que una mediación, sobre todo tras los escándalos de las últimas décadas).

La segunda ‘fake news’ es el ‘pelagianismo’; o sea, la convicción de que puede haber una espiritualidad basada en nuestro esfuerzo personal y no en una experiencia de gracia. Muchas formas excelentes de solidaridad y de compromiso sociopolítico, de autoayuda y autocontrol, de euforia programadora, de obsesión por la ley, corren el riesgo de centrar todo en la voluntad de querer cambiar, olvidando que los procesos de transformación personal siguen otra lógica.

La ‘good news’ –si se me permite usar esta expresión que significa precisamente “evangelio”– es la que nos viene de Jesús: a mayor experiencia de gracia (contra el ‘pelagianismo’), mayor compromiso de amor a todos, especialmente a los más débiles (contra el ‘gnosticismo’).

P.- Tras este primer año de pandemia, ¿estamos ávidos de mayor hondura espiritual? 

R.- El filósofo surcoreano Byung-Chul Han cree que el exceso de teletrabajo y Zoom nos están llevando a autoexplotarnos demasiado. El resultado está siendo un cansancio crónico y, en muchos casos, formas diversas de depresión. Pasamos demasiadas horas delante de la pantalla. Nos cuesta separar el tiempo de trabajo (negocio) del tiempo de descanso (ocio) porque todo ha transcurrido durante más de un año en el espacio reducido de nuestra casa, que se ha transformado de este modo en hogar, oficina, taller y sala de reuniones.

El psicólogo estadounidense Adam Grant, por su parte, se ha atrevido a poner nombre a este sentimiento colectivo. Lo llama “languidez”; es decir, sensación de estancamiento y vacío, pérdida de vigor. ¿Nos llevará esto a una mayor hondura espiritual? No necesariamente ni de manera automática.

Si no sucumbimos a una languidez crónica, a una especie de “síndrome de la caverna”, se abren al menos dos vías: la de la diversión como escape y compensación al largo tiempo de confinamiento (basta ver lo que ha sucedido en España tras el estado de alarma) y la de la espiritualidad como búsqueda de sentido al haber experimentado de cerca los límites de la condición humana (los síntomas son menos evidentes).

La vida consagrada puede acompañar de cerca la segunda si es capaz de escuchar mucho, interpretar con profundidad lo que pasa y compartir su propia experiencia de búsqueda espiritual y no solo sus obras institucionales.

Inculturación

P.- En tiempos de postpandemia, desde su realidad hoy en Roma, ¿qué Vida Religiosa necesita el mundo?

R.- Siempre me ha llamado la atención una frase de Chesterton: “Es una paradoja de la Historia que cada generación es convertida por el santo que más la contradice”. En las últimas décadas, la vida consagrada ha hecho un enorme esfuerzo de encarnación en las realidades seculares (como se decía hace algunos años) o de inculturación (como se suele decir hoy). Va en su esencia. Representar el estilo de vida de Jesús implica insertarse en el mundo y compartir sus alegrías y tristezas.

Intuyo que, en los próximos años, sin perder esta imprescindible cercanía, necesitaremos acentuar más un cierto espíritu de contradicción, precisamente por amor a las personas. Si la vida consagrada pierde su carácter contracultural, si renuncia a ser signo de “otro mundo posible” (más allá del compromiso en la historia concreta), dejará de interesar a las generaciones jóvenes (esto lo pueden encontrar por otras vías) y empobrecerá la misión de la Iglesia, que necesita carismas de este tipo.

Por otra parte, tendrá que ser todavía más samaritana, más atenta a las nuevas pobrezas de la sociedad pospandémica: afectados por el Covid y sus secuelas, sanitarios quemados por meses extenuantes, parados sin perspectiva de nuevo empleo, creyentes desorientados tras mucho tiempo de alejamiento físico de las iglesias, ciudadanos políticamente muy polarizados y agresivos, inmigrantes olvidados, etc.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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