Mañana lunes 17 de mayo arranca la 50ª Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada. La tradicional cita para los religiosos de nuestro país, organizada por el Instituto Teológico de Vida Religiosa (ITVR) de los Misioneros Claretianos, cuenta en esta edición –primera online– con la presencia, entre otros, de los cardenales João Braz de Aviz, Aquilino Bocos Merino, Cristóbal López Romero o Carlos Osoro.
Las jornadas, que se desarrollarán en horario de tarde hasta el 22 de mayo, tendrán, como cada año, ponencias nacionales e internacionales. El director del ITVR, Antonio Bellella, CMF, reflexiona en Vida Nueva en torno al evento y las bodas de oro del ITVR.
PREGUNTA.- Es la primera vez que la Semana del ITVR se hace de forma online, pero la calidad de los ponentes no ha mermado… ¿Se espera con ganas después de no haber podido vivirla el pasado año por la pandemia?
RESPUESTA.– Ciertamente, nuestro deseo de conmemorar los 50 años de servicio a la vida consagrada y de hacerlo con nuestra gente es grande. La iniciativa de programar unas jornadas online, que lanzamos con cierto temor, ha encontrado muy buena acogida. En verdad, lo decisivo no es la modalidad celebrativa, sino la singularidad de la ocasión, la calidad de la oferta formativa y la importancia de encontrarse para reflexionar juntos sobre lo que ocupa y preocupa a la vida consagrada.
Diría algo más: las comunidades religiosas, hasta ahora algo remisas en su incorporación a las redes, han comprendido el gran potencial de la comunicación online. Prueba de ello es que han demostrado una creciente creatividad “digital” en el anuncio del Evangelio y en la comunicación interna. Todo ello no ha conducido a una merma en la calidad de los contenidos, entre otras cosas porque la posibilidad de contar con especialistas de todo el mundo se ha incrementado significativamente.
P.- No estamos ante una Semana cualquiera, porque el ITVR cumple sus bodas de oro, además usted se estrena como director. ¿Cómo espera seguir haciendo latir el corazón de la Vida Consagrada en estos próximos años de servicio?
R.- Nuestro Instituto, en cuanto sección de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, tiene un fuerte carácter académico. En cuanto tal, no puede renunciar al esfuerzo del concepto, ni, parafraseando a Juan Ramón Jiménez, al estudio que permita a la inteligencia acercarse al nombre exacto de las cosas. Tampoco puede declinar su obligación de tender puentes con la cultura actual, poniendo en diálogo la teología de la vida consagrada con la realidad de hoy. Todo esto no es tarea fácil e implica una gran responsabilidad.
Por otro lado, a lo largo de estos 50 años, el profesorado del ITVR, consciente de que la reflexión se enriquece con la vida y viceversa, ha intentado acompasar su labor intelectual con la decidida voluntad de atender las inquietudes de la vida consagrada, y con el acompañamiento humilde de sus búsquedas. Soy pues heredero de una tradición de equilibrio entre pensamiento y acción, entre escucha y propuesta, que hasta ahora ha sabido prestar un servicio reconocido a las comunidades de consagrados. Espero poder honrar y acrecentar la herencia recibida.
P.- El papa Francisco dice que la Vida Religiosa está viviendo una nueva fecundidad. ¿Se palpa desde su conocimiento de los Institutos?
R.- Sabiamente, el papa Francisco ha desenmascarado el argumento capcioso de la batalla de cifras, cuando el tema de la fecundidad forma parte del debate. Los números no mienten: la media de edad ha aumentado; las congregaciones pierden personal y cierran casas; las nuevas formas de vida consagrada –presumiblemente más acordes con la sensibilidad social y eclesial actual– no han logrado convocar a tanta gente como se creía hace años. ¿Significa esto que hemos entrado en un imparable torbellino de esterilidad? A mi parecer, no.
Quien conoce la vida consagrada por dentro no puede negar algunas evidencias que apuntan a que algo nuevo está naciendo. Indico cinco fenómenos de diversa índole: la reflexión sobre los carismas y las formas de vida en la Iglesia ha generado proyectos de misión compartida, que solo en España involucran a miles de laicos; la internacionalización de las congregaciones, así como su apuesta consciente por la interculturalidad, sin conformarse con una multiculturalidad pintoresca y, a la postre, infecunda; aunque haya menos jóvenes consagrados, muchas personas ancianas han aprendido a practicar el arte de la longevidad activa, mostrando una voluntad de entrega inquebrantable; las estructuras de colaboración están cada vez más afianzadas y posibilitan unir fuerzas, concentrar energías y a evitar las repeticiones autorreferenciales de otros tiempos. Finalmente, el realismo del declive no ha conducido a la espiral de la resignación, sino a la voluntad de interrogarse y ser creativos; de hecho la inquietud no se rinde y el discernimiento no cesa.
P.- Tras la pandemia, ¿qué diagnóstico hace sobre el estado de salud de la Vida Consagrada?
R.- Nuestras comunidades están formadas por personas de riesgo y el Covid-19 no se ha detenido a las puertas de los conventos. El hecho de experimentar el mismo dolor que el resto de la humanidad nos ha colocado sin proponérnoslo en nuestro lugar natural: al lado de los sufrientes, compartiendo su enmudecimiento e incertidumbre. El alma de las personas consagradas también se ha visto afectada. Y hay quien ha sabido sacar lo mejor de sí, y quien ha hecho lo contrario.
¿Qué se puede decir de la salud de la vida consagrada después de este baño de realismo y fragilidad? Me resulta difícil dar un diagnóstico. Ciertamente, muchas comunidades han hecho un verdadero camino de conversión y eso ayudará a consolidar la opción por lo esencial. Por otra parte, la sensibilidad evangélica y la conciencia social de los consagrados han crecido en un doble sentido: en primer lugar, la llamada a la fraternidad ha resonado con fuerza entre nosotros; en segundo, el contacto humilde con la realidad propia y ajena ha despertado anhelos espirituales y vitales compartidos, y en parte olvidados.