Nunca antes una frontera de Europa había vivido una avalancha similar. En apenas unas horas, más de ocho mil personas irrumpían en Ceuta. La ciudad autónoma, que cuenta con unos 80.000 habitantes, veía cómo de repente se disparaba su población en un 10% tras un goteo constante de gente que comenzó a llegar el 17 de mayo por la tarde.
Familias, jóvenes y niños empezaron a deambular por las calles sin rumbo después de que la policía marroquí relajara su presencia en los puestos fronterizos por tierra y por mar, abriendo incluso las puertas de la valla. Se desataba en ese momento una crisis humanitaria como consecuencia de un conflicto político. Marruecos lanzaba un órdago a modo de ‘invasión’, lanzando a los más vulnerables como arma arrojadiza contra España.
Era la respuesta del régimen alauí a la decisión del Gobierno español de acoger por razones humanitarias en un hospital de Logroño al líder del Frente Polisario saharui, Brahim Ghali, enfermo de coronavirus. De fondo, por tanto, el conflicto del Sahara, la antigua colonia española anexionada a Marruecos en 1975 y que, desde entonces, lucha por su independencia.
El desorden provocó un despliegue sin precedentes del Ejército y la presencia del presidente, Pedro Sánchez, con el fin de “defender la integridad territorial” del país.
De hecho, la actuación de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado propició que aproximadamente la mitad de los migrantes que entraron en Ceuta fueran devueltos ‘en caliente’, incluidos los menores no acompañados. Otros permanecen hacinados y custodiados en naves industriales a la espera de que alguien decida el destino de su futuro más inmediato.
En paralelo, caos en las calles y temor entre los ceutíes que frenaron en seco toda actividad en los días posteriores, con el cierre de establecimientos y de colegios. Una ciudad fantasma, que en los momentos de mayor incertidumbre fijó su mirada en el espigón del Tarajal.
Esta valla fronteriza, levantada en una salida al Mediterráneo, que, sin control policial y con la marea baja, puede sortearse sin dificultades. Fue esta la principal puerta de entrada; y la playa contigua, el lugar donde se atendió y acogió a quienes llegaban exhaustos y heridos.
Desde el minuto cero, la Iglesia activó todos sus recursos disponibles para ponerse manos a la obra y atender a los migrantes. Sin embargo, ante lo inédito de la coyuntura, según ha podido confirmar Vida Nueva, las autoridades públicas decidieron que solo actuaran la Cruz Roja, los militares y la policía.
Aun así, los cristianos no se han quedado de brazos cruzados en segunda línea. “Hemos llevado a la playa leche, batidos, zumos y galletas, que es lo que nos pidieron que aportáramos. Seguimos estando dispuestos a ayudar en lo que haga falta”, detalla Manuel Gestal, secretario general de Cáritas Ceuta, que en un primer momento se vio obligado a cerrar su dispensario de alimentos –el programa ‘Compra del mes’– con el que atienden a unas 600 familias.
El responsable ceutí de Cáritas cree que muchos de los llegados en estos días regresarán a Marruecos voluntariamente, pero otros tantos se quedarán, especialmente los menores. Por eso, llama a no dejarse llevar por las ‘fake news’: “No se han producido altercados significativos, salvo casos aislados, y ni siquiera está claro que haya sido por las personas que han entrado”.
De la misma manera, aprecia cómo “los militares están actuando de manera educada y exquisita. Auxiliar a quien lo necesita y a los que no precisan de atención sanitaria, les abordan sin tocarles y les enseñan el camino de vuelta”.
Quien no ha echado el candado de su templo ha sido Ignacio Fernández de Navarrete, párroco de Nuestra Señora del Valle: “No he cerrado la parroquia. No lo hice ni siquiera con el confinamiento del coronavirus, siguiendo lo que dijo el papa Francisco sobre las parroquias abiertas como luz y esperanza, y tampoco lo he hecho en esta ocasión”.
El sacerdote asegura que, tras un primer ‘impasse’ de incertidumbre, la situación se ha tranquilizado. “Aunque hay muchos menores que siguen deambulando por la ciudad, el comportamiento de los migrantes está siendo muy correcto”, comenta Fernández de Navarrete, que no ha dudado en hacerse el encontradizo con ellos para facilitarles algo de ropa, comida y dinero.
“He ayudado en lo que he podido a título personal”, subraya. Eso no quita para que “sí se haya vivido incluso pánico en algunas personas cercanas y feligreses ante la incertidumbre, ante el qué va a pasar ahora, si seguirán entrando… Pero en ningún momento la actitud de los que llegaron ha dado pie a alimentar ese miedo”.