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Nelly León: “¿Monseñora? No, soy sor Nelly”





Una vez más, le ha tocado ser pionera. Desde el 1 de diciembre de 2020, Nelly León es delegada episcopal para la pastoral general de San Felipe y Petorca. Es la primera mujer en Chile en tener un puesto de este tipo. “¡Ah, las definiciones! Hay quien me pregunta cómo referirse a mí. Entonces respondo: ‘Monseñora, ¿no?’. Termino riéndome y siempre replico: ‘Soy sor Nelly’”. La ironía es una de las características más visibles de esta religiosa de la Congregación del Buen Pastor, a años luz del estereotipo de la “monja” complaciente y sumisa.



“Tengo una personalidad fuerte y no lo escondo”, dice la “capellana” de la cárcel de mujeres de Santiago. Allí, en la estructura donde ha trabajado durante dieciséis años, recibió al Papa Francisco que visitaba a las internas. En esa ocasión Nelly hizo una demostración de audacia, añadiendo una frase al discurso de bienvenida: “En Chile se encarcela a la pobreza”. La afirmación fue recibida con una prolongada ovación.

“Vos sos una campeona”, me dijo al saludarme. Nunca he recibido un cumplido más hermoso”, explica. La cárcel es su gran vocación. Desde que estalló la pandemia, duerme allí para sortear los confinamientos. “Fue lo primero que le pedí al obispo, monseñor Gonzalo Bravo Álvarez. No hay duda sobre mi papel de capellana. Mi corazón está tras las rejas y no me rindo. Así que ahora hago una doble función. No podía renunciar”.

PREGUNTA.- ¿Por qué?

RESPUESTA.- Acepté convertirme en delegada episcopal para abrir puertas y caminos a las mujeres en la Iglesia. Entre los fieles y en las comunidades eclesiales, la contribución femenina es fundamental. En la toma de decisiones, las mujeres son muy pocas. Durante demasiado tiempo en la Iglesia se nos ha considerado ciudadanas de segunda, de serie B, y las congregaciones religiosas de mujeres han sido relegadas a papeles secundarios.

Hemos pedido mayor responsabilidad y espacio siguiendo el ejemplo como la Madre María Eufrasia Pelletier o Teresa de Ávila. Y no por sed de poder, sino para poder ofrecer nuestra aportación poniendo en práctica la reciprocidad. No aceptar hubiera sido incoherente.

P.- Parece que en la Iglesia planea todavía un cierto miedo a la presencia de las mujeres en los espacios de decisión, ¿a qué se debería?

R.- No sé si llamarlo miedo. De lo que no cabe duda es que son prejuicios y un afán por aferrarse al pasado. Por eso, quizá pueda contribuir a superar estos prejuicios a través de un buen desempeño de mi cargo.

No buscamos poder

P.- ¿Qué diría a los cristianos que alimentan estos prejuicios contra las mujeres?

R.- Que se esforzaran por ir más allá de las imágenes estereotipadas y trataran de conocernos. No tenemos ninguna intención reivindicativa. Ni siquiera me considero una feminista en sentido estricto, aunque creo firmemente en la igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres. La sociedad ha avanzado mucho en el tema de la mujer. En la Iglesia estamos solo en el comienzo, estamos ante un camino muy, muy largo.

El Papa está haciendo un trabajo titánico en este sentido y su ejemplo es fuente de inspiración para los obispos. Repito, no buscamos poder. Queremos servir, aportar nuestras habilidades y mirada a la toma de decisiones. Una perspectiva exclusivamente masculina está mutilada y da lugar a enormes errores. Lo hemos visto en la plaga de abusos que tanto han herido a la Iglesia chilena.

P.- ¿Puede explicarnos esto?

R.- Se había convertido en una práctica común “transferir” el problema a otra comunidad, sin resolverlo. Es un modus operandi muy masculino. La actitud femenina, a su vez fruto de un largo proceso histórico y social, es más proclive a resolver. Si hubiera habido más mujeres en los lugares de toma de decisión, la historia habría sido diferente.

Por eso, la aportación femenina es tan importante en esta nueva era en la que la Iglesia chilena busca renovarse y sanar heridas. La diócesis en la que estoy trabajando ha sufrido muchos abusos. Así que tengo que afrontar un gran desafío, pero esto me da aún más fuerzas.

P.- ¿Cómo el clero y los fieles de su diócesis han tomado su nombramiento episcopal?

Algunos sacerdotes mostraron una satisfacción. Otros sencillamente no han dicho nada. Las más entusiastas, las laicas.

Pobreza encarcelada

P.- Ser capellana tampoco habrá sido fácil…

R.- Empecé a trabajar junto con un sacerdote. Él era el capellán y yo, una mezcla de secretaria y agente pastoral o coordinadora. Fui asumiendo responsabilidades y, al final, me quedé sola. Comencé a definirme como “capellana”, porque de hecho lo era. Muchas me dicen: “Hermana Nelly, ¿dónde está el capellán?”. Cuando se dan cuenta de que soy yo, se quedan sin palabras.

P.- ¿Por qué está tan unida al mundo de la cárcel?

R.- Allí aprendí a vivir el Evangelio. La cárcel me enseñó a acoger a todos y a todas sin distinción, a respetar la historia de cada uno, a escuchar con el corazón. Lo que Jesús nos pide. Cuando me cruzo con pasajes como la mujer samaritana o la adúltera perdonada, me pregunto cómo tantos cristianos pueden ser tan duros muchas veces. También experimenté que “la pobreza está encarcelada en Chile” .

P.- ¿Cuál es su sueño para la Iglesia?

R.- Sueño con una Iglesia más inclusiva, más sinodal, donde hombres y mujeres caminen juntos. Una Iglesia más sencilla, más esencial y más pobre. Sueño que nos quitamos la ropa y los zapatos elegantes y caminamos por las polvorientas calles de los barrios y del mundo con sandalias, como lo hizo Jesús.

*Entrevista original publicado en el número de mayo de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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