María Pilar Gullón, Octavia Iglesias y Olga Pérez-Monteserín ya están en los altares tras ser fusiladas en 1936
María Pilar Gullón, Octavia Iglesias y Olga Pérez-Monteserín ya están en los altares. Las mártires de Astorga han sido beatificadas hoy en la catedral en una ceremonia presidida por el cardenal prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Marcello Semeraro, quien ha recalcado durante su homilía que “la caridad es el camino para superar el miedo”.
Las tres enfermeras laicas fueron fusiladas el 28 de octubre de 1936 en un campo en Pola de Somiedo. Después fueron enterradas en una fosa común, pero, dos años después, fueron recuperados sus restos y llevados a Astorga.
“Todos somos débiles, y lo eran también nuestras hermanas”, dijo el purpurado al inicio de su homilía. Semeraro señaló que “nuestra sociedad está marcada por el miedo; el verdadero problema para nosotros es cuando el miedo determina nuestras elecciones o cuando nos hace desistir de nuestras convicciones; cuando nos bloquea en nuestras relaciones con los demás y también con Dios”.
El cardenal destacó que la caridad es “el camino que recorrieron las mártires y es el camino que siempre está abierto para nosotros. No solo en las situaciones dramáticas, sino también en las más ordinarias; no solo para aquellos miedos que pueden derivarse de las amenazas de los hombres, sino también para los que están vinculados a nuestra condición humana y a las emergencias que suceden en la vida”. El prefecto insistió que “no podemos ser discípulos de Jesús evitando los conflictos, quizás contratando seguros de vida”.
“Las beatas se dedicaron a cuidar el cuerpo debilitado y no quisieron abandonar a los heridos, sino que siguieron asistiéndolos arriesgando sus propias vidas. Debido a esta ferviente caridad, cuando sus cuerpos fueron amenazados no se bloquearon por el temor, sino que, ardiendo en el fuego de la caridad, sufrieron torturas y humillaciones. Soportaron todo con una fuerza sobrenatural; se dispusieron para sufrir la muerte con un espíritu de fe. Murieron aclamando a Cristo, y es esta profesión de fe la que las convirtió en mártires”, concluyó.