George Pell te estrecha con ímpetu la mano cuando te recibe en su piso, uno de esos grandes apartamentos que el Vaticano otorga a los cardenales de la Curia romana, en la que el purpurado australiano dejó de trabajar como prefecto de la Secretaría para la Economía cuando, en junio de 2017, volvió a su país para defenderse de una acusación de pederastia.
Empezaba así un vía crucis judicial que le llevaría a ser condenado en primera y segunda instancia, lo que le supuso pasar 404 días preso, hasta que, en abril de 2020, el Tribunal Superior australiano le absolvió y ordenó su inmediata liberación. “No perdí la esperanza, aunque se había creado una atmósfera envenenada contra mí, contra la Iglesia católica y contra sus líderes”, explica Pell, que acaba de publicar en español su ‘Diario en prisión’ (Palabra). “Fui un cabeza de turco”, asegura.
En una amplia entrevista con Vida Nueva, el cardenal cuenta cómo ha salido de la cárcel, “agradecido por las muchas cosas buenas que he tenido y recibido en mi vida”, y analiza la situación económica del Vaticano, cuya gestión trató de modernizar y hacer más transparente.
“No sabemos cuántas personas van al cielo o al infierno, pero al menos debemos saber si estamos ganando o perdiendo dinero”, dice, dedicando buenas palabras a su sucesor en la Secretaría para la Economía, el jesuita español Juan Antonio Guerrero. “Se han dado pasos adelante y se continúa haciendo un progreso”.
Pell recuerda las resistencias que encontró en parte de la Curia para lograr una mayor transparencia y asegura que no se topó con una guerra cultural, sino que se trató de un choque entre “quienes queríamos luchar contra la corrupción, quienes estaban involucrados en ella” y los que “cerraban un ojo”. La mejor prueba de lo “sospechosos” que, a su juicio, resultan muchos de los que han trabajado con las inversiones del Vaticano ha venido con la compra de un edificio en Londres con fondos de la Secretaría de Estado, una operación que está siendo investigada por la Justicia vaticana.
Pell cuenta, finalmente, que ha decidido quedarse a vivir en Roma, aunque volverá con frecuencia a Australia, preferiblemente durante el verano europeo, para escapar así del calor húmedo y sofocante de la Ciudad Eterna.
PREGUNTA.- ¿Cuál fue su momento más duro en la cárcel?
RESPUESTA.- De todo el tiempo que estuve allí lo más difícil fue cuando me sentenciaron culpable en el segundo juicio, el de apelación. Aquello fue para mí una enorme sorpresa, porque los cargos eran absurdos. Se decía que yo había atacado a dos muchachos, a los que ni siquiera conocía, y en la sacristía, en un momento en el que allí habría cuatro o cinco personas y varios cientos en toda la zona. El juez pensó que era inocente, pero tenía que llevar adelante el proceso por la decisión del jurado, que actuó de manera errónea y arrogante. Para mí, aquello fue muy difícil, recuerdo que les miraba a la cara diciéndoles que aquello era falso e injusto. Fue todo muy extraño, como lo eran las acusaciones.
P.- ¿Confió siempre en que al final sería absuelto?
R.- No perdí la esperanza. Hay que diferenciar entre la esperanza cristiana, el optimismo humano y tus previsiones de si el Tribunal te va a liberar o no. Después de las decisiones en mi contra que se habían tomado, estaba seguro de que no podría haber más errores y que, al final, me liberarían. Era lo único que podía hacer, pues, desde el punto de vista forense y legal, la lógica decía que mi defensa era muy fuerte. Mis abogados así me lo dijeron. El problema es que se había creado una atmósfera envenenada contra mí, contra la Iglesia católica y contra sus líderes.
Cuando estaba en prisión y me preocupaba lo que fuera a pasar, a veces me acordaba de ese viejo filósofo británico y ateo que es Bertrand Russell, que decía que, en ocasiones, hace falta ser muy listo para ser muy tonto y cometer enormes errores. Todos los miembros del Alto Tribunal son personas muy inteligentes, personas de mente y actuación claras. Me habían dicho que en la Corte Suprema iban a ser capaces e íntegros, y así fue como se comportaron.
P.- ¿Estaba preocupado por el proceso paralelo que se vivió en los medios de comunicación?
R.- Por supuesto, pero cada persona puede hacer lo que puede hacer. Aunque había algunos líderes importantes en los medios defendiendo mi posición, la postura general era muy hostil. Hubo algunas personas en el Tribunal que incluso dijeron públicamente que yo tal vez fuera inocente, pero que era necesario que alguien en la Iglesia pagara. Fui un cabeza de turco. La acusación de que había abusado de dos personas después de misa en la sacristía, que estaba llena de gente, resulta increíble para cualquier persona que haya ido a misa. Una dificultad del proceso fue, precisamente, que muchos miembros del jurado no van nunca a la iglesia y tienen la idea de que una catedral puede ser un lugar cerrado y oscuro. Es un detalle interesante.
P.- ¿Qué opinión tiene de quien le denunció?
R.- Nunca cometí ninguna violencia contra esa persona, que tiene muchas enfermedades psicológicas debido al uso de drogas. No creo que esté en paz ni siquiera ahora. Tal vez haya creado toda esta historia como una fantasía, le pasó lo que dice con otra persona o haya establecido un paralelismo con otro suceso similar acaecido en Estados Unidos, que luego se supo que también era falso. Las acusaciones son muy parecidas. La persona que me acusó ha cambiado 24 veces su declaración, tal vez alguien la ha dirigido, pero no sé de quién puede tratarse.
P.- ¿Le ha perdonado?
R.- Algunas veces perdonar resulta difícil, pero es una decisión que tomas porque eres cristiano y decides hacerlo.
¿Qué les diría a las asociaciones de víctimas?
R.- Siento una gran simpatía por las víctimas auténticas y pienso que la mejor protección es siempre la verdad. Tenemos que trabajar por ella, la verdad tiene que ser la base de la justicia. En mi recorrido como obispo, siempre he estado a favor de las víctimas, como ocurrió en Melbourne, cuando pusimos en marcha un proceso de justicia con las víctimas, a las que pagamos compensaciones. Una acusación siempre tiene que ser evaluada, aunque haya ocasiones en las que algunas personas mientan o su mente les juegue malas pasadas debido a la droga, al alcohol o a otros motivos.
P.- ¿Sintió el apoyo del Papa y del Vaticano durante su permanencia en prisión?
R.- Siempre sentí un fuerte apoyo, tanto del papa Francisco como de Benedicto XVI, que también me mandó un mensaje. Estoy muy agradecido por ello. Los comunicados vaticanos, en cambio, eran algo más tibios y reflejaban también un respeto por la justicia australiana que podría resultar demasiado optimista.
P.- ¿Cómo le ha cambiado personalmente esta experiencia?
R.- No estoy seguro de que haya salido mejorado por haber estado en la cárcel, pero de lo que estoy seguro es de que estoy más agradecido por las muchas cosas buenas que he tenido y recibido en mi vida. Ha sido una vida muy buena, trabajando y sirviendo en diferentes mundos. Le doy las gracias a Dios por todo ello y creo que ahora entiendo mejor el papel que el sufrimiento tiene en la redención.
Tal vez por ello mi fe ahora es todavía más fuerte. Entre los agradecimientos que tengo que hacer, no quiero olvidarme de Felipe Fernández-Armesto, historiador y profesor en la Universidad de Notre Dame (Estados Unidos), por su apoyo recibido. Fernández-Armesto es un hombre brillante, al que querría dar las gracias públicamente.
P.- ¿Está satisfecho con las reformas económicas de los últimos años en el Vaticano? ¿Son los cambios que usted pedía cuando era prefecto?
R.- Indudablemente, se han dado pasos adelante y se continúa progresando. Mi sucesor, el padre Juan Antonio Guerrero, es un hombre capaz y honesto. Tuve al principio una larga charla con él, pero no interfiero en su trabajo ni me veo regularmente con él. Confío en él y cuenta ciertamente con las capacidades necesarias. El Papa tomó una buena decisión al elegirle, aunque me gustaría verle como cardenal para que su papel se vea aún más reconocido y para que su autoridad se respete aún más.
P.- ¿Piensa que debilita a Guerrero el hecho de no ser cardenal?
R.- No, no creo que le debilite. Pero contra mí usaron diversos argumentos, entre ellos, el de la autoridad. Recientemente, me crucé con el padre Guerrero por la calle cuando él estaba yendo a su oficina. Le pregunté que cómo iban las cosas y me respondió que bien, pero que la situación era difícil y que yo lo entendería. Le dije que sí, que lo entendía bien. Ya antes de la crisis provocada por el Covid-19 estábamos bajo la presión financiera, que ahora se ha hecho mucho más fuerte. De los Museos Vaticanos, cada año procedían entre 16 o 19 millones de euros por la venta de entradas, pero ahora no sé cuanto puede venir de ahí, porque la pandemia lo ha parado todo.