El cardenal Marcello Semeraro destaca en la ceremonia de beatificación de sor Maria Laura Mainetti, a la que tres menores acuchillaron en 2000, cómo “dio la vida” por los jóvenes
A Maria Laura Mainetti la mataron por ser monja. Tres chicas menores de edad de Chiavenna, un pueblo del norte de Italia, cerca ya de la frontera con Suiza, la apedrearon y le asestaron 19 cuchilladas en un rito satánico celebrado el 6 de junio de 2000. El pasado domingo, 21 años después de aquel brutal crimen y en la misma localidad donde tuvo lugar, Mainetti fue beatificada por el cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
El papa Francisco la recordó tras la oración del Ángelus dominical, cuando destacó “la crueldad” de su asesinato. “Ella, que amaba a los jóvenes por encima de todo, y que ha amado y perdonado a esas mismas muchachas prisioneras del mal, nos deja su programa de vida: hacer cada pequeña cosa con fe, amor y entusiasmo. Que el Señor nos dé a todos fe, amor y entusiasmo. ¡Un aplauso para la nueva beata!”, pidió el Papa a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Religiosa de las Hijas de la Cruz, Mainetti dedicó buena parte de su vida a la atención a las jóvenes. Precisamente las 3 chicas que la mataron (dos de 17 años y una de 16) apelaron a esa vocación de servicio para engañarla. La citaron en un lugar apartado de Chiavenna, donde luego la asesinaron, asegurándole que una de ellas se había quedado embarazada tras sufrir una violación, por lo que necesitaba ayuda. Según contaron las propias jóvenes, que ya están en libertad, antes de morir las perdonó.
La beatificación de Mainetti se debe a que la Iglesia católica considera un martirio su asesinato, al estar motivado por el odio de la fe. Durante la ceremonia religiosa del pasado domingo, el cardenal Semeraro recordó cómo esta religiosa fallecida a los 61 años de edad siempre estaba disponible para los “los niños y los jóvenes, los enfermos y los ancianos, los adultos y las personas con dificultades”.
Mainetti consideraba a los jóvenes que vivían momentos difíciles “entre los más pobres porque son fácilmente influenciables al estar desorientados, desarraigados y ser frágiles”. La vocación de la religiosa por los jóvenes le llevó a “dar la vida por ellos”, destacó Semeraro, que la presentó como un “verdadero modelo de verdad encarnada” al que ahora, con la beatificación, los fieles pueden dirigirse con plena “confianza”.