Un mes después de la ‘invasión’ de migrantes procedentes de Marruecos, la situación en Ceuta “es prácticamente la misma”. Es la denuncia de Manuel Gestal, director de Cáritas en la ciudad autónoma. Y no lo dice desde un despacho, sino a pie de furgoneta, bocadillo en mano para repartir.
“Es cierto que no hablamos de las diez o doce mil personas que cruzaron aquel día, pero sigue habiendo más de mil, especialmente niños, deambulando por las calles del centro, por la periferia, pidiendo comida, buscando en la basura, durmiendo al raso en la playa, en el bosque o en el monte…”, puntualiza Gestal. “Hay familias enteras y muchos, muchos menores… por lo menos un treinta por ciento, así a ojo”, se aventura a calcular.
Frente a esta situación, la institución de la Iglesia no se ha quedado de brazos cruzados. El mismo director y varios voluntarios reparten casi a diario entre trescientas y seiscientas bolsas de comida, con alimentos no perecederos, leche… “Hay mucha necesidad, también les hemos dado ropa, mantas, zapatos…”, continúa Manuel, que hace balance con sencillez: “La cosa está muy difícil”. Y es que a Cáritas Ceuta les escasean los recursos debido a la avalancha de ayuda prestada.
Javi, uno de los voluntarios, explica que “estamos tirando de nuestros propios fondos y de las donaciones que nos van llegando. El dinero de la subvención que recibe Cáritas es para las familias de Ceuta, y no podemos derivarlo, porque incumpliríamos el fin para el que se nos entrega, y podría generarnos problemas”.
Junto a este programa, que cuenta con ayudas externas, este católico entregado a los últimos también recuerda que “atendemos a otras seiscientas familias ceutíes” en necesidades básicas. Con esta demanda de auxilio, apunta que “tampoco tenemos mucho de dónde coger, porque ya vamos ajustados”.
Isa, otra de las ‘samaritanas’ de la plataforma eclesial que está al pie del cañón en Ceuta, destaca que lo que los migrantes necesitan “es sentirse acogidos, saber que no son una carga, que son personas como nosotros”. “Es verdad que esto viene de un problema político y que las cosas no se han hecho bien, pero una vez han llegado, no son un problema: cada uno de ellos es una persona, son el prójimo, son Cristo. Así los vemos, y así nos entregamos”, sentencia.
Todavía se le escapan las lágrimas recordando a un niño que llegó empapado, tiritando, pidiendo comida a la puerta de su parroquia: “Le dejamos ducharse, le dimos toalla, ropa limpia y comida caliente. Al irse, volvió, me abrazó y me pregunto: ‘Disculpe, ¿puedo llamarle ‘mamma’? Yo me puse a llorar, el pobrecito se asustó y me pidió perdón porque pensaba que me había ofendido”.
Pero no son ellos los que molestan a esta veterana voluntaria con más de 25 años de entrega en Cáritas Ceuta: “Lo malo no son estos pobres, lo malo son las personas que les juzgan y que incluso nos juzgan a nosotros por atenderlos. A ellos yo les digo que tienen que verlos con sus ojos, que tienen que ponerse en sus zapatos”.
Afortunadamente, más allá de estos comentarios aislados, para ella “en Ceuta no hay racismo”: “Podemos tener problemas con una persona, pero tenemos un problema con esa persona, no porque sea musulmana, cristiana o judía. En esta ciudad llevan siglos conviviendo cuatro culturas y nadie se molesta por eso”.
“Porque –continúa su exposición sin parar, casi sin respirar– aquí ha llegado gente que tenía negocios en su tierra, que tenía peluquerías, que conducía camiones, que nos enseñan las fotos de sus trabajos… Esta gente no querría estar aquí. Lo han perdido todo y buscan lo mismo que nosotros, poder vivir una vida digna, incluso cómoda, y ¿por qué no? Es exactamente lo mismo que queremos nosotros”.
De momento, en la iglesia de Nuestra Señora del Valle, donde ella colabora, “al menos podemos dejar que se bañen, de uno en uno, y les podemos dar toallas limpias”. “Con el coronavirus de fondo, esta acción tan sencilla se ha vuelto muy laboriosa, porque hay que ir de uno en uno desinfectando las instalaciones cada vez que las utilizan, preparando todos los enseres para los siguientes… Es un no parar, pero lo hacemos desde el corazón”, detalla esta cristiana incansable.
Desde Cáritas también reconocen la solidaridad de sus vecinos ceutíes. Tanto en aportaciones a las ONG que están encargándose como pueden del cuidado de los migrantes como con gestos personales. “No es raro ver a familias que cocinan y salen a la calle a buscar a niños o a otras familias para darles lo que han preparado y puedan comer algo caliente ese día. O que les lleven ropa, o les den algo de dinero”.
Sin embargo, como apostilla Javi, “esto no es el paraíso”: “Existe un ambiente de calma tensa, porque sales a por pan y tienes a dos personas, grandes o pequeñas, pidiéndote comida o dinero; vas a echar gasolina y te abordan catorce; vas al supermercado y te encuentras hasta veinte… Los ciudadanos, Cáritas y otras instituciones estamos haciendo mucho, pero son demasiados a los que atender y ya se va alargando el tiempo para salir al paso de esta situación de emergencia que se cronifica”.