Sacerdote, capuchino, misionero y artista, Antonio Oteiza (San Sebastián, 1926) está a punto de cumplir 95 años. “Me siento cansado, mayor que antes. No me puedo engañar con que soy joven. Siento el peso de los años”, admite. Sin embargo, no lo parece. En el convento de los Capuchinos de El Pardo (Madrid), donde reside, pinta incesantemente. “Fui escultor cuando había que ser escultor, cuando tenía la materia, el barro, la posibilidad de sacar la obra desde el molde –manifiesta–. Y ahora soy pintor, porque me cuesta crear la escultura por una cuestión física. Es más fácil abrir un bote y meter una brocha o una espátula. Escultura, pintura y dibujo es lo mismo según la circunstancia”.
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Oteiza, el artista, el afamado escultor, el ahora pintor, es inseparable del sacerdote, del capuchino. “Soy el mismo, no estoy hecho de pedazos –proclama–. Soy sacerdote, capuchino y artista. En mi vida hay unidad. No me desparramo hacia un lugar u otro dependiendo del lugar que ocupe. Soy el mismo. Siempre, en todas mis actividades”. Y eso se ve en su obra. Siempre ha sido así, desde que, siendo misionero en Venezuela, concibió su primera escultura en Cumaná, en la Cueva del Guácharo: un homenaje a los primeros capuchinos que llegaron trescientos años antes. “Así es. En mi arte siempre reflejo mi interior. Lo importante en la vida, en la situación en la que estés, es que seas auténtico, que seas tu yo”.
El escultor pinta y pinta cartones con acrílico: los rostros de Cristo, el Cántico de las criaturas de san Francisco de Asís, la muerte de san José o sobre Fratelli tutti, serie inspirada en la encíclica del papa Francisco que expone ahora en la parroquia madrileña de San Francisco Javier. “Sencillamente, en primer lugar, comencé a pintar sobre Fratelli tutti porque estaba recién publicada. Segundo, porque era actual. Y tercero, porque la Iglesia necesita imágenes. Las palabras necesitan una imagen digna, actual y verdadera”.
Oteiza insiste, una y otra vez, en este discurso, que repite cambiando el sujeto. “La teología necesita más de la imagen sacra”, por ejemplo. “La imagen también puede evangelizar”, es otra. “Naturalmente, la palabra es para evangelizar, pero la imagen también evangeliza –prosigue–. Tenemos el gran ejemplo de los misioneros del siglo XVI, que conjuntamente con sus misiones, con sus iglesias, siempre hacían un taller de arte sacro. Y de ahí tenemos los grandes talleres de Perú, de Quito, de Cajamarca, que evangelizaron por toda América a través del arte”.
La Iglesia de hoy, sin embargo, lo ha olvidado. “Sencillamente, porque tenemos una historia un poco desgraciada. El siglo XIX fue un siglo ñoño, y después hubo falta de enseñanza en los misioneros. Actualmente, estamos sufriendo las consecuencias. Y son muy dramáticas –continúa el capuchino–. Tenemos grandes universidades aquí en España, por ejemplo, Comillas o la Pontificia, que tienen una gran cantidad de titulaciones, pero ninguna de Bellas Artes. La belleza está totalmente marginada dentro de la teología, y enseñar teología con esa marginación de la belleza es enseñar una teología ecléctica”.
Arte de tema religioso
Oteiza dice lo que tiene que decir. “Cuantos más sordos, hay que levantar más la voz, que es lo que estoy haciendo yo. ¡Cómo no voy a poder yo hablar de la ‘crisis de la Iglesia’ cuando el mismo Papa habla de ello! Esa crisis para mí es por falta de belleza”, reafirma. Por ello, pinta y pinta, escribe también, reivindica siempre. También el arte que entiende por sacro. “Lo religioso no es el Renacimiento –sostiene–.
El arte religioso de Miguel Ángel o Rafael no es arte religioso, es arte de tema religioso. Los renacentistas pintaron toda la Biblia, pero pintaron el tema. En mis cuadros yo no pongo los personajes como son o como se quieran parecer, sino que busco la expresión. Y, ¿cómo se pone la expresión? Ahí está la cuestión, ahí está el misterio. Yo intento que con cuatro líneas se visualice una cosa expresiva, eso es el arte religioso”.