México continúa amenazado por la inseguridad y la violencia, causada, en parte, por el gran vacío en el ámbito de los ideales y por el olvido de Dios. Así lo dijo la Conferencia del Episcopado Mexicano a través de un mensaje titulado: “La paz como anhelo de la plenitud humana”.
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Ante esta situación de violencia, la Iglesia en México se dijo dispuesta a renovar y mantener un diálogo “provechoso, abierto y trasparente con las instituciones, convencidos de que un Estado capaz de apreciar las propias raíces religiosas, sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser más fácilmente inmune a tanta violencia”.
Por ello, los obispos se comprometieron a continuar construyendo a partir de los principios de solidaridad y subsidiariedad, favoreciendo que prevalezca la ayuda mutua, y caminando animados por la confianza recíproca.
Empezar por lo básico
En este sentido, llamaron a los católicos a ser constructores de paz, siendo respetuosos y comprensivos; “si creemos en Dios, entonces oremos y seamos más agradecidos y caritativos; cambiemos toda actitud que sea perjudicial, realicemos una introspección y trabajemos en nuestros propios errores. Seamos ejemplo de paz, armonía y amor en donde quiera que nos encontremos. Seamos pacientes, fomentemos la sana convivencia, estemos dispuestos a ser serviciales, a ayudar al que lo necesita”.
Pero también –añadieron– utilicemos una comunicación asertiva, seamos amables; “saludemos a nuestros vecinos, al portero, al policía, al que nos recibe a la entrada del negocio, a la persona que nos atiende en una ventanilla, incluso, a quienes no nos saludan, al que parece indiferente, o a quien no nos agrada; pues como decía Jesucristo, si solo amamos a quienes nos aman, y si solo saludamos a nuestros hermanos, ¿qué hacemos de extraordinario?”
Olvidar la venganza
Para el Episcopado Mexicano, una vez que ha transcurrido uno de los procesos electorales más significativos de la historia, independientemente de los resultados de las votaciones, este es un momento propicio para construir un futuro, basado en la capacidad de comprometernos juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz, la reconciliación frente a las injusticias y la comunión entre todos nosotros.
“Busquemos transformar a las personas y a nuestros pueblos promoviendo una cultura de diálogo y de perdón, reconociendo que solo Dios es dueño y Señor de la vida, y que el quinto mandamiento nos dice: No matarás. Pongamos en manos de la Justicia Divina todas las ofensas, daños y sufrimientos que nos hayan causado, y olvidemos la venganza, ésta es la única manera de “romper la espiral de la violencia”.
“La auténtica vida social –recordaron– fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar, aun ante lo complejo, nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales”.