La historia del pueblo de Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina y a pocos kilómetros de Croacia, cambió para siempre el 24 de junio de 1981. En la entonces Yugoslavia comunista, dos adolescentes afirmaron haber visto una silueta luminosa en el cercano monte Podbro.
Era la Gospa, término croata para referirse a la Virgen María. Al día siguiente, tres amigos más volvieron a encontrarse con la Señora, que les invitó a rezar por la paz. El crecimiento del fenómeno de Medjugorje –sobre el papel, una simple parroquia– ha sido imparable desde entonces.
En un régimen ateo hostil, un fenómeno evangelizador de tal calibre fue visto con recelos y simpatías a partes iguales. En medio de conversiones y curaciones, ha sido determinante el enfrentamiento por los diferentes enfoques del fenómeno entre los obispos del lugar y los franciscanos croatas, encargados desde el primer momento de la parroquia y la dirección espiritual de los videntes. Significativo es el caso de los sacerdotes Joso Zovko y Tomislav Vlasis, suspendidos del ministerio recientemente por la Santa Sede.
Hoy, las aguas se han serenado, mientras llega un pronunciamiento más definitivo. De hecho, el pasado mes de mayo, el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización seleccionó el santuario como uno de los lugares ‘oficiales’ en los que rezar por el fin de la pandemia.
A diferencia de otras grandes apariciones famosas, llama la atención la infinidad de recados enviados por la Virgen. Los mensajes marianos a este grupo de seis videntes comenzaron a ser continuos. Primero, al grupo; desde 1984, semanalmente en la parroquia del pueblo; y desde 1987, el 25 de cada mes.
Mientras, los videntes tuvieron apariciones diarias hasta finales de los 90, y ahora se les aparece una vez al año a cada uno de ellos. Su último recado, el pasado 25 de mayo, refleja el tono de los comunicados habituales: “Dejen el pecado y el mal, decídanse por la santidad y la alegría reinará; y ustedes serán mis manos extendidas en este mundo extraviado”.