Profecía cumplida en la Amazonía. Cinco indígenas –tres hombres y, por primera vez en la historia de la Iglesia universal, dos mujeres– han recibido el ministerio del lectorado y acolitado. Se trata de Rito Franklin Manya y su esposa Susana Martina Santi, Flavio Andrés Manya, Juan Leonardo Gualinga y Aurea Imerda Santi. Todos de la etnia quichua, habitantes de las comunidades de Boveras y Pukayacu, en Puyo, en el corazón de la selva ecuatoriana.
“Damos gracias a Dios que nuestras comunidades avancen en la madurez como pueblo de Dios”, expresó Rafael Cob, obispo del vicariato de Puyo, durante la ceremonia de conferimiento del ministerio, realizada en el marco de su visita pastoral anual. “Para mí, es una gran alegría, como dice el Papa en Querida Amazonía, que los sueños se hagan realidad”, agregó el prelado español en conversación con Vida Nueva.
Estas mujeres kichwa quedarán en los anales de la historia como las primeras en recibir el ministerio del lectorado y acolitado de manera oficial, desde que Francisco publicara, en enero de 2021, su carta apostólica Spiritus domini en forma de motu proprio sobre la modificación del canon 230 § 1 del Código de Derecho Canónico acerca del acceso de las mujeres a estos ministerios.
Cob describe a Susana así: “Tiene 50 años, pertenece a la comunidad de Mank Urco, cercana a Boveras y desde muy jovencita ha colaborado en la misión. Lleva años preparando para la primera comunión en Boveras. Está casada con Franklin, también ministrado, ambos llevan ya muchos años como servidores de la comunidad. El hijo de Susana y Franklin, Andrés, ha recibido el ministerio, de ellos aprendió el espíritu de servicio, estudió en colegio de la Misión en Canelos, es muy entusiasta con los jóvenes y ayuda en la catequesis de confirmación”.
Aurea, por su parte, “tiene 30 años, coordina la catequesis en Montalvo. Es muy solícita, dinámica, emprendedora. Desde niña estuvo muy ligada a las hermanas Carmelitas, lo cual creo ha influido en ella para dar este paso. Visita algunas comunidades del sector, se traslada en su canoa e imparte la formación cristiana y celebraciones. Ella da muy bien la catequesis a los niños de primera comunión y, como madre, es muy trabajadora y cariñosa con sus hijos. Le gusta mucho dirigir los cantos en la celebración dominical, ella es la que da el tono y lleva la administración de la capilla”, señala Cob.
La historia de la Iglesia en la zona, que ha dado un salto cualitativo en medio de esta “sencilla celebración”, se remonta a 1887, cuando los padres dominicos llegaron a la provincia de Pastaza. Esta jurisdicción eclesial habitada por los quichuas de Montalvo comprende las comunidades de Boveras, Pukayaku, Santo Tomás, Playas, Mank Urco, Murupishi, Jatun Yacu, Chuva Cocha, Teresa Mama y Killo Arpa.
De hecho, Cob –con 22 años de obispo en esta región– sostiene que para estas zonas la falta de sacerdotes es una constante. Para poder llegar desde Puyo, centro urbano más cercano, se requiere de una hora en avioneta. Por ello, a lo largo de este tiempo, congregaciones de religiosas han estado atendiendo los ministerios con sacerdotes itinerantes.
Las hermanas Carmelitas de Palau, que durante 17 años atendieron a estas poblaciones, se asentaron en Boveras. Corría el año 1989, allí “formaron muy bien a los catequistas o servidores de la comunidad, quienes han mantenido la fe en estas comunidades cumpliendo su misión, sobre todo haciendo la celebración de la palabra y preparando a niños y jóvenes para los sacramentos de iniciación: primera comunión y confirmación, también para bautismos y matrimonios”. En 2006, las carmelitas tuvieron que dejar el lugar por falta de religiosas, rememora Cob.
Luego, algunas congregaciones han entrado por periodos más cortos. Los cinco indígenas investidos como nuevos misioneros tendrán ahora la responsabilidad de celebrar la Palabra, administrar sacramentos y acompañar el trabajo pastoral. Usarán prendas litúrgicas para ejercer su ministerio: “Llevarán la vestimenta propia, la Sagrada Biblia para la celebración de la Palabra de Dios, el Copón guardado en el sagrario, del cual repartirán a sus hermanos las sagradas hostias para comulgar, así como el portaviático para llevar a los enfermos o impedidos físicos que lo soliciten”, explica el obispo misionero.
Los cinco quichuas fueron formados durante tres años en el Cefir (Centro de Formación Intervicariatos Runa), una escuela indígena regional de nivel avanzado para el pueblo Runa de habla quichua de la Amazonía ecuatoriana, con alcance en los vicariatos de Sucumbíos, Aguarico, Napo, Puyo, San José de Amazonas y hasta el Alto Napo peruano.
Su director, Ángel Sánchez, explica que “cada vicariato presenta por cohorte un máximo de cinco o seis servidores para la formación en su propia lengua y cultura. Generalmente se inicia con un tope de 35 servidores. Tienen dos encuentros al año de dos semanas” y, en ese ínterin, “son enviados a una experiencia pastoral y misionera en distintas comunidades previamente organizadas”.
De este modo, “arrancan desde sus comunidades, luego, al ver su compromiso, son propuestos al obispo y los presentan al responsable del Cefir, momento cuando inician su formación con el acompañamiento de los misioneros de sus zonas”. El Cefir fue creado en 1992 como resultante de las opciones pastorales impulsadas por Leonidas Proaño como por los obispos amazónicos Gonzalo López y Alejandro Labaka. Durante estos años han logrado promover a 105 indígenas, que “en su gran mayoría están sirviendo en las Iglesias locales”.
Se trata de una formación en constante revisión y actualización, según cuenta Sánchez. “En los primeros años, cada ciclo formativo incluía formación pastoral, cultura general y oficios prácticos. Ahora, la formación corresponde a cuatro ejes temáticos: cultural (cosmovisión naporuna, espiritualidad naporuna), pastoral (Biblia, sacramentos), realidad (temas coyunturales como derechos colectivos y de territorio, ecología y contaminación, y experiencia misionera)”, señala.
Sobre la evaluación indicó que coordinan lo interno, abarcan todos los aspectos: contenidos, metodología, logística, relaciones y responsabilidades, la cual complementan con cada equipo misionero en su respectiva zona pastoral.
Mauricio Espinosa, oriundo de Puyo y ordenado hace cinco años, es uno de los tres sacerdotes itinerantes de Montalvo. Fue profesor de los cinco nuevos misioneros. Además, dirige el proceso de formación de laicos del vicariato de Puyo. Asegura que la formación de “estos hermanos indígenas será permanente, puesto que el ministerio no se confiere para toda la vida, sino por un tiempo determinado, a fin de revisar cómo se ha vivido el don recibido. Un termómetro que nos permite evaluar esto es la capacidad de formarse que se haya mostrado”.