Visionario, un ‘nuevo Caravaggio’, sensual, asombroso, provocador, anacrónico. Los adjetivos, las comparaciones, incluso las loas, son insuficientes para definir la obra de Roberto Ferri (Taranto, Apulia, 1978), marcada por la voluptuosidad carnal, por la belleza del desnudo que repinta la mitología barroca, pero, a la vez, es abundante en estampas bíblicas, santos y ángeles. “Fusiono en mi pintura lo que es sagrado, mitológico, y lo profano porque me gusta mezclar las cartas”, justifica.
El Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM) de Barcelona, la nueva pinacoteca abierta a iniciativa de la Fundación de las Artes y los Artistas, presenta ‘Introspectiva’, la primera exposición de Ferri en España.
Más allá de Caravaggio, la pintura de Roberto Ferri, como él mismo reivindica, está marcada por Guido Reni, Jacques-Louis David y Salvador Dalí, como si los fusionara en un virtuosismo donde la belleza del cuerpo oculta una espiritualidad siempre latente. “Creo que la desnudez es uno de los aspectos fundamentales de mi trabajo –argumenta–, porque el cuerpo representado desnudo está más cerca de lo divino, ya que está creado a Su Imagen, pero, al mismo tiempo, lo envilece porque se muestra contaminado por sus pasiones”.
Paradójicamente, Ferri es reconocido por sus dos retratos del papa Francisco, que actualmente cuelgan en el Governatorato y en la Sala della Consulta de la Ciudad del Vaticano. “Cuando recibí la llamada del Vaticano para que realizara el retrato oficial del Santo Padre, sentí una profunda emoción, que inmediatamente se mezcló con un gran miedo”, ha confesado Ferri en más de una ocasión. El encargo de retratar a Francisco en 2014 le cambió la vida, pese a que el Pontífice no pudo posar para él y debió conformarse con innumerables fotografías facilitadas por Roma.
“Fue un largo proceso de elaboración: bocetos, dibujos, pinturas, fotografías… Pero el mayor reto, sin embargo, era conseguir en el cuadro la misma profundidad y el mismo poder de su mirada”, según explicó a la prensa romana. “Debo admitir que el primer trazo de pincel en el lienzo estaba lleno de emoción y de miedo, pero luego me dejé guiar por mi mano, y salió bien. Me consta que el Santo Padre está muy satisfecho con el trabajo”, afirmó.
Ese óleo sobre tela tiene apenas 95×75 centímetros, el otro es de bastante mayor tamaño, 200×110 centímetros, y Ferri representa a Francisco de cuerpo entero, bendiciendo, con la férula de Pablo VI en la mano izquierda, mitra, palio y casulla roja. “Al Papa le gustaron las dos obras”, insiste en Barcelona. El Vaticano, curiosamente, eligió a Ferri para los retratos papales justo después de que el pintor presentara en Roma los catorce lienzos de su Via Crucis para la reconstruida catedral de Noto (Sicilia), pintados en 2011. Toda una declaración de intenciones.
“Me eligieron precisamente porque mi pintura tiene un gusto clásico –manifestó entonces sobre su Via Crucis–. Siempre. Me gustan los pintores como Caravaggio, y eso está claro en toda mi obra. La profundidad de la luz, el movimiento de los cuerpos son motivos que me inspiran y se reelaboran continuamente”.
Ese mismo año, en 2011, el Via Crucis se expuso en el Palazzo Grimani durante la Bienal de Venecia, con un inevitable revuelo ante una Pasión que exhibía un Cristo sensual, atlético, hermoso. “Cuando te hacen un encargo, en mi opinión, deben darte libertad. Si el cliente conoce al artista y su obra, lo mejor es que dé solo el tema, ya que, si quiere obtener lo mejor de él, debe dejar al artista en libertad a la hora de crear”, replicó.