Luis Arrasco, párroco de San José Obrero en Piura (Perú), ha hecho carne las palabras del papa Francisco en 2020, en pleno confinamiento, de hacer de “cada Iglesia un hospital de campaña”. Literalmente, además, puesto que el sacerdote asistió a sus feligreses enfermos, luchó por conseguir, recargar y entregar bombonas de oxígeno, repartió alimentos… sin bajar los brazos ni amedrentarse en los momentos más duros de la pandemia. Y siempre “intentando transmitir esperanza”.
Aunque en estos momentos la situación es mejor, porque “están disminuyendo los contagios y muertes”, como explica Arrasco, la situación que vivió hace apenas tres meses en su región era apocalíptica.
“Las plantas de recarga de oxígeno no daban abasto y no podíamos conseguir las bombonas que nuestros vecinos necesitaban. La gente enfermaba y moría por doquier, y apenas podíamos hacer nada por ellos, no había sitio en las UCI, ni siquiera camas en los hospitales…”.
A día de hoy, ‘solo’ necesitan 30 bombonas … “Solo”, porque en abril Arrasco y sus colaboradores pugnaban por rellenar hasta 200. El mismo hecho de conseguir el oxígeno ya era una odisea en sí. Sesenta kilómetros de muy difícil tránsito separan Piura de la planta más próxima, más de tres horas diarias y largas colas.
“Hubo momentos muy difíciles”, recuerda Luis, “de llegar y que hubiera 180 personas esperando a recargar fuera de la planta, con otras cien dentro, cuando la capacidad de la planta es para 90 tanques”.
“Muchísima gente me escribía pidiéndome oxígeno para poder atender enfermos. Para mí ha sido desgarrador, me partía el alma, el tener que decirle a tantas personas ‘no tengo y no puedo tener más’, sabiendo que era una condena a muerte”, recuerda Luis, que todavía se emociona al revivir estos momentos.
Una dificultad que no afrontó de brazos cruzados, sino liderando al pueblo para llegar donde las autoridades peruanas no podían. “El Estado no funcionaba. No llega a más. Se preocupó de que hubiera tanques de oxígenos en los hospitales, pero el problema es que, con lo que vino, no había sitio en los hospitales. Había colas de enfermos a las puertas y los médicos pedían que no lleváramos más porque no podían atenderlos”.
A pesar de la aparición de las primeras vacunas, la situación tardó en remontar. El Gobierno no conseguía suficientes, a la vez que se limitaba seriamente la capacidad de actuación de las clínicas privadas.
El dramatismo de la situación se entiende mejor si se puntualiza que apenas el 30% de la población cuenta con seguridad social, puesto que existe un altísimo número de trabajos en negro, que no cotizan, pero que los peruanos deben aceptar para poder sobrevivir.