“La vida me ha dado de bofetadas, pero he aprendido”. Cuando echa la vista atrás, Alberto Pérez (Gran Canaria, 1991) ve en su reflejo pasado al “típico chico de barrio que iba a misa” que sentía un runrún en su interior que le llevó hasta el seminario menor de la isla, donde “no vi una obsesión con el sexto mandamiento”.
- ?️ El Podcast de Vida Nueva: El Vaticano frena las terapias de conversión gay
- A FONDO: El Vaticano frena las terapias de conversión gay
- EDITORIAL: Ser gay no se cura, se acompaña
- OPINIÓN: Por una pastoral de la diversidad
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Su inquietud religiosa le llevó a coquetear con los pentecostales a la par que aparecían las dudas sobre su afectividad hasta que con 18 años decidió hablar con sus padres. A medias. “Les planteo que tengo una crisis de identidad y vocacional, pero no hago alusión a la cuestión de la homosexualidad”. Decide marcharse a Cantabria, a vivir con el padre Santiago Omelda, promotor del grupo ‘Es posible la esperanza’.
Allí siguió las pautas que marca el libro de Richard Cohen Comprender y salvar la homosexualidad, referente para quienes creen en los cambios de orientación sexual. “Santiago me envió a consulta a Madrid con el doctor Aquilino Polaino para que me tratara. Me decía que no estaba enfermo, pero salí de allí tomando tres pastillas”, rememora.
Con la mediación de unos y otros, Alberto se sintió ‘curado’ y en 2012, durante la celebración del Congreso Mundial de las Familias de Madrid, ofreció su testimonio de conversión. A partir de ahí, se convirtió en protagonista de encuentros, foros y sesiones de formación para terapeutas “que aplican este tipo de intervenciones”. Cuando su historia saltó a internet, el pediatra Miguel Ángel Sánchez Cordón se puso en contacto con él y juntos crearon ‘Verdad y libertad’, la entidad ahora desautorizada por la Santa Sede.
PREGUNTA.- ¿Cuándo se forjó ‘Verdad y libertad’?
RESPUESTA.- Entre el último trimestre de 2012 e inicios de 2013. Yo estoy en los primeros dos años como uno de los fundadores. Yo era un chavalillo que acababa de cumplir 18 años, pero que tenía cierta formación teológica porque había estudiado en Estados Unidos una diplomatura en Cuidado Pastoral en un instituto protestante. Con él, que por entonces tenía 55 años, empiezo un proceso de acompañamiento, siente que va experimentando cambios y verbaliza que se ha curado.
Al ver los resultados, comenzamos a trabajar con médicos y especialistas de Portugal, Italia… Cuando eres un joven cargado de miedos configuras y compras cualquier discurso que te dé seguridad. Es más adelante cuando te das cuenta de que vives en una burbuja ajena a la realidad. Fue entonces cuando todo se me desmoronó, entré en crisis, decidí poner tierra de por medio y Miguel Ángel se separó de mí.
Interiorizar los prejuicios
P.- ¿Qué le hace abrir los ojos?
R.- Yo exploto en 2015 y se juntaron varios elementos. Por un lado, empiezo a retirar la medicación. Por otro, tenía novia, pero noto de nuevo que me siguen atrayendo los hombres. Tú estás convencido de lo que estás haciendo, pero hay un momento en el que sientes que estás hablando de una teoría que no corresponde con lo que realmente estás experimentando en tu corazón. Es ahí cuando entro en crisis y llego incluso a considerar el suicidio.
Piensa que en ese momento, toda mi vida giraba en torno a eso, me había convertido en un referente y se había convertido en mi trabajo. No se trataba de un ‘ahora me acepto y sigo adelante’. Finalmente, llego a una negociación conmigo mismo, después de estar cansado de pasarlo mal y estar hecho polvo. Imagínate lo que supuso dar el salto cuando yo había interiorizado a modo de lavado de cerebro la guerra cultural, la ideología de género, la perversión del lobby gay, el satanismo de la homosexualidad…
P.- A partir de ahí, punto y final con la entidad…
R.- Así es. Pierdo todo contacto y, años después, es cuando descubro todo el alcance que ha ido cogiendo. Lejos de empoderarme, salgo roto y deshecho, con la autoestima machacada. A día de hoy tengo secuelas de haber estado involucrado en estas dinámicas. Hay quien pensará que he sufrido ansiedad porque precisamente la homosexualidad lo asocian a la depresión, al vicio… Ahora he descubierto que es al revés, la ansiedad y los demás problemas nacen al no haberlo vivido de forma natural, sino desde el miedo, la vergüenza y la culpa, desde el asco.
Acabas tarumba, no por ser gay, sino por la forma que lo has manejado y los prejuicios inoculados. Todavía tengo grabado cuando Santiago me dijo: “Una vez que pruebes, eso va a ser el principio de la destrucción de tu alma”. Es difícil dejar a un lado la sensación de culpa para vivir una afectividad sana. Yo me he llegado a duchar compulsivamente para sentirme limpio, a pegarme atracones de comidas…