Ángela Vallvey (San Lorenzo de Calatrava, Ciudad Real, 1964) recrea en ‘El alma de las bestias (Ediciones B)’ la vida de un Jesús de Nazaret que está “entre la infancia y la época en que un joven como él, un adolescente de 12 años, se convierte de repente en un sujeto activo de la Ley de su pueblo”, como describe.
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“Lo he escrito desde el respeto. Los personajes de Jesús y de su familia resultan fascinantes, y siguen ejerciendo una absoluta fascinación en todos nosotros. Por tantas razones –explica a Vida Nueva–. No lo he escrito ni con afán de abundar en los tópicos ni de cometer blasfemia, sino de mirar la humanidad de un personaje extraordinario que cambió la historia del mundo y que, además, nos dejó como herencia unas ideas que son absolutamente modernas y revolucionarias”.
Y añade: “Cambió las maneras de tener creencias y de tener fe en un dios. Eso es un paso civilizador extraordinario. Y eso se ve y se explica en la novela. Algunos de los porqués sobre la trascendencia del personaje y algunos de los porqués sobre ese legado que nos dejó, están en la novela. Y aunque es verdad que a Jesucristo lo utilizo como personaje y le pongo voz, palabra y movimiento, lo hago siempre desde un punto de vista de curiosidad y de admiración. Viendo a Jesucristo desde el ángulo en el que yo lo explico –continúa–, se abunda en una humanidad y una grandeza espiritual que combaten mucho ese anticlericalismo con el que hoy se combate, valga la redundancia, al cristianismo”.
En realidad, la novela de Ángela Vallvey sucede en el siglo XI, en el Reino de León, con Alfonso VI y el Cid, entre personajes que luchan por su destino frente a “peligros inimaginables”. Uno de ellos es Selomo, un sefardí que custodia un libro que desde hace mil años ha protegido su familia. Y es ahí, en ese libro dentro de la novela, en donde Vallvey recrea a Jesús, a su familia y a una época.
Una ventana al pasado
“Para mí, sería un placer y un honor que los lectores de Vida Nueva la leyeran, porque creo que encontrarían en ella, a lo mejor no lo que esperan, pero sí una ventana hacia un pasado diferente que les llevará a hacerse muchas preguntas –confiesa–, y les revivirá ese siglo I en el que transcurrió la vida de Jesucristo y que yo he intentado recrear lo más fielmente posible, ajustándome a lo que los historiadores han decidido que está comprobado. De ahí venimos todos, nuestra cultura. Mi libro es una ventana a ese pasado que ha condicionado nuestro presente”.
Una ventana en la que también se ve al fondo a la propia autora. “Son cosas que se me ocurrieron y que pensé: ‘¿Por qué no?’. Y responder a esas preguntas abría cuestiones extraordinarias”, sostiene. “Es verdad que hay cosas que asumo, como que Jesucristo tenía hermanastros. Y lo asumo como un hecho histórico probado, ¿y esto podría molestar a alguien que tuviera fe en unas ideas muy prototípicas que le han dado? Creo que no, porque realmente engrandece esa figura. Porque lo que yo cuento en esta novela no desvirtúa a Jesucristo, sino que lo hace todavía más grande”.