España

La vida misionera de Mariano Gazpio “le llevó a compartir las tragedias históricas del pueblo al que servía”

El postulador de la causa del agustino recoleto declarado venerable comparte con Vida Nueva el testimonio de este religioso que vivió su vocación entre China y España





El papa Francisco ha dado el visto bueno para el que el agustino recoleto Mariano Gazpio haya sido declarado Venerable tras haber reconocido sus virtudes heroicas. Gabriel Robles, postulador de la causa y miembro del Consejero general de los agustinos recoletos, así como procurador ante la Santa Sede de la Orden, comparte con Vida Nueva el testimonio de este religioso que ya se encuentra más cerca de la beatificación.



La acción del Espíritu continúa

PREGUNTA.- ¿Cómo han recibido la declaración de venerable del agustino recoleto Mariano Gazpio?

RESPUESTA.- Con gratitud a Dios, pues este reconocimiento de la Iglesia nuestra familia religiosa lo deseaba hace mucho, diría que desde 1989 cuando murió el Siervo de Dios. Me parece que es una señal que Dios nos da precisamente en la víspera de Pentecostés, para que veamos que la acción de su Espíritu sigue viva en la Iglesia. Y como toda señal, reclama de nosotros capacidad para interpretarla y darle significación en nuestra vida. En efecto, reconocer que un fiel ha vivido heroicamente las virtudes cristianas es signo de que cuando se vive cimentado en el Señor y su Espíritu, escuchando su Palabra y siguiendo su voluntad nuestra vida cobra un peculiar sentido que la hace testimoniar a Cristo.

Además, es también significativo para nosotros agustinos recoletos que la aprobación papal para publicar el decreto sobre las virtudes de este hermano nuestro haya sido un 22 de mayo, día de Rita de Casia, santa agustina, ejemplar como esposa, madre, viuda y consagrada.

Viaje a las periferias

P.- Su testimonio como misionero en China, ¿es especialmente significativo en estos momentos?

R.- Ciertamente lo es. El misionero lo es de la misión que Cristo recibió de su Padre y que a su vez ha confiado a la Iglesia: el Plan de Dios siempre realizado en clave de comunión y de encarnación en la realidad histórica del mundo. El P. Gazpio fue a China con poco más de 24 años y allí permaneció hasta los 52, cuando se vio obligado a salir al ser expulsados los religiosos extranjeros del país. El suyo fue un viaje hacia las periferias desde el pequeño mundo rural en que había nacido y vivido en su España natal. Con el poco de chino que aprendió en los primeros meses fue encargado de un centro misional y comenzó la experiencia de integrarse “personalmente” en una cultura para él desconocida, lo que hizo con esfuerzo y respeto al pueblo chino. La evangelización auténtica asume siempre la inculturación, la valoración y respeto a quienes se les habla de Cristo junto con un decidido compromiso de fe por su bien, imitando en ello a Dios que se inclina con misericordia a escuchar la voz de los que claman a Él.

Asimismo, su vida misionera le llevó a compartir las tragedias históricas del pueblo al que servía. Su biografía en esos años nos habla de los peligros e incomodidades que el pueblo chino sufría entonces, no solo por situaciones económicas adversas, sino también por el flagelo de la mortandad e inseguridad producto de las guerras: la invasión japonesa, la revolución comunista y la segunda guerra mundial. Anunciar a Cristo es hacerlo junto a aquellos a quienes Cristo ama, y por eso compartiendo sus gozos y esperanzas, así como sus tristezas y angustias.

Nuevas trayectorias vitales

P.- A su vuelta a España se entregó de lleno a la formación de los religiosos jóvenes. ¿A qué Mariano Gazpio descubrimos en estos años?

R.- Por una parte a un hombre curtido en la experiencia misionera, que vivía y sufría con el pueblo, y que vio frustradas sus esperanzas humanas al ser expulsado de la Misión a la que dedicó sus ilusiones de joven y hombre maduro. Pero, por otra parte encontramos a un hombre que supo sobreponerse a esas frustraciones e iniciar nuevas trayectorias vitales en una cultura diversa que, aunque era la suya de origen, tenía que resultarle “novedosa” en muchos aspectos. No era la España de su juventud, ni social ni incluso religiosamente.

Volvió en los años previos al Vaticano II, que paulatinamente dieron espacio al “aggiornamento” que supondría la nueva sensibilidad eclesial. El P. Mariano, religioso obediente, aceptó la nueva tarea encomendada de ser formador y se dedicó durante 9 años a ser maestro de novicios. Un hombre de espiritualidad reconocida y admirada, que sin embargo supo hablarles con sencillez a los novicios de la misión y disponerles a entregar su vida por Dios y los demás. Les dio también ejemplo de amor a la Iglesia asumiendo las transformaciones conciliares comenzando por los cambios en la liturgia, que aceptó sin reticencias.

Conforme avanzó en la edad supo retirarse y dejar espacio a los que venían detrás, con la disponibilidad que siempre le caracterizó. Varios le buscaron entonces como confesor o acompañante espiritual y él se puso a su disposición. Así pasó sus últimos años en la casa de formación de los jóvenes estudiantes agustinos recoletos en Marcilla, Navarra. Poco conocido fuera del convento, pero en él siempre a la disposición de la comunidad.

Hacia la beatificación

P.- ¿Cómo se presenta el camino de cara a la beatificación?

R.- La legislación de la Iglesia en materia de canonización requiere la constatación de un milagro debido a la intercesión del Venerable ante Dios para declararlo beato. Luego, para ser canonizado, se requerirá constatar un segundo milagro tras la beatificación.

Quizás la pregunta que todos nos hacemos es “¿cuánto durará esto?”. Y la respuesta, como todo lo que tiene que ver con Dios es “en parte depende también de nosotros”. La santidad implica tres aspectos importantes entrelazados: veneración, imitación e intercesión. La veneración supone reconocer el valor paradigmático de una vida fundada en Dios y donada a Él y a los demás. Ese reconocimiento, si es auténtico, lleva a la imitación, pues de lo contrario sería simple admiración de un ejemplar único e irrepetible. Y la vida de un santo revela siempre lo que Dios es capaz de hacer en nosotros si le damos oportunidad. La imitación no nos empuja a un mimetismo anacrónico, sino al ejercicio de las virtudes, de las buenas conductas que tienen su fundamento y apoyo en Dios. Eso es lo que hicieron los santos, y a eso estamos llamados todos en la Iglesia. Por último, la intercesión es buscar en el santo quien nos ayude a orar mejor, a entablar esa relación de amistad con Dios que nos abra a la confianza plena con Él, hasta el punto de presentarle con humilde sinceridad lo que somos y lo que nos hace falta.

Pero todo esto no nos caerá del cielo. Hace falta valorar la vida de nuestro hermano el P. Mariano Gazpio y presentarla con alegría y sin complejos a los demás. También los santos nos evangelizan cuando conocemos sus vidas.

Testimonio de una vida “en salida”

P.- ¿Qué supone para los agustinos recoletos revitalizar la figura de uno de sus hermanos?

R.- Diría que nos pone ante la disyuntiva de asumir o no con sinceridad y coherencia nuestra propia revitalización como cristianos y como religiosos. La vida del P. Gazpio fue una vida “en salida”, como diría el Papa Francisco. Salir de la propia familia y pueblo, de la propia cultura y continente, asumir nuevos retos y paradigmas, aceptar el fracaso y la frustración sin perder la confianza en Dios y en los hermanos. En definitiva, un salir de la propia “zona de confort”, para encontrar una realización más humana, una “plenitud” en sentido cristiano, en la entrega a los demás, a los de fuera y a los de dentro, al pueblo fiel sediento del Evangelio y a los hermanos de comunidad que se preparan para ir a la misión, o simplemente transcurren su vida en la cotidianidad.

Para nuestra Orden, que desde 2010 ha comenzado un proceso de reestructuración que nos encamine a una siempre renovada revitalización, la figura de uno de nuestros hermanos al que la Iglesia reconoce el ejercicio heroico de las virtudes es señal de lo que Dios puede hacer en nosotros si tenemos gusto por Él en todo lo que somos y hacemos. Así, nuestra vida comunitaria y el apostolado en sus múltiples manifestaciones pastorales, educativas o sociales se convertirá para nosotros en camino de santificación.

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