En plena época de expansión de las ofertas de los gimnasios y otros centros deportivos, y tras un año en el que se han multiplicado los confinamientos y las propuestas de bienestar, el adagio del poeta romano Juvenal de ‘Mens sana in corpore sano’ ha cobrado un sentido renovado para muchos.
La frase completa, que está en la décima Sátira, es precisamente una invitación a elevar la oración, se entiende que a los dioses romanos, para que nos concedan tener una mente sana dentro de un cuerpo sano –y, continúa el poema, pidiendo un alma fuerte que carezca de miedo a la muerte–.
Dualismos aparte, para muchos, el tiempo de la pandemia ha sido una ocasión para valorar el equilibrio corporal e incluso un camino de búsqueda interior. La misma frase, más bien entendida como que un cuerpo sano posibilita una mente más sana, inspiró en parte la creación de los Juegos Olímpicos modernos en el barón Pierre de Coubertin.
El deporte puede ser más que un ejercicio físico de autorrealización. Así lo demuestra la atleta keniana Tegla Laroupe. Esta laureada corredora de maratones –ha batido dos veces el récord mundial– es una especie de “seleccionadora” de un equipo de atletismo formado por refugiados y dicha iniciativa ha llamado la atención del papa Francisco. Su propuesta, impulsada desde la Fundación Paz, fundada por ella en 2003, la hizo ser jefa de una delegación especial de deportistas en los Juegos Olímpicos de Río en 2016.
Está previsto que en los próximos Juegos de Tokio, 29 deportistas de 11 países formen parte del equipo olímpico de refugiados, seleccionados de entre los 55 deportistas que han recibido una beca especial del Comité Olímpico Internacional. Serán los segundos en desfilar detrás de Grecia en el estadio y lo harán bajo bandera olímpica mientras no lo puedan hacer con los emblemas nacionales de países como Afganistán, Irán, Siria, República Democrática del Congo, Sudán, Sudán del Sur, Eritrea o Venezuela.
Si no hubiera sido deportista tiene bien claro que se “habría metido a monja”, algo que se planteó en repetidas ocasiones al ver las dificultades diarias que suponía ser deportista y mujer en Kenia. Hoy, en su localidad natal de Pokot, a casi dos horas de la capital Nairobi, entrena y mantiene una escuela para una cuarentena de refugiados que provienen de Kenia, Sudán del Sur, Etiopía, Somalia e incluso de Hong Kong.
Laroupa sabe bien lo que es esforzarse por poder acceder a la formación, y más en una familia de pastores pobres y criándose con sus 24 hermanos. Ella no tuvo unas zapatillas de deporte hasta los 16 años y a los 19 ya había ganado su primer maratón, convirtiéndose en la primera mujer africana en hacerlo. “Me emocionó mucho que alguien de una comunidad tribal tan pequeña pudiera correr y vencer a otras mujeres de todo el mundo”, recuerda esta atleta que ha prologado un libro del Papa sobre el deporte.
Hoy vive para hacer que la gente entienda que el deporte es un camino para encontrar la paz interior, y también la exterior. “Es imposible educar a la gente sobre algo que una misma no ha vivido. Y ahora, cuando hablo de deportes, la gente lo entiende. Ven que una niña de una tribu como la suya puede aportar riqueza a su familia a través del deporte y la educación”, destaca ahora a sus 48 años.
“Cuando competía, no podía pensar en modo alguno que lo que de verdad iba a hacer el atletismo era abrir todo el camino y dotar de sentido al resto de mi vida posterior a la competición. Hoy, mi vida es una misión consagrada a poner fuera de cualquier peligro a todos estos chicos”, destaca la corredora en un documental sobre su vida que se ha hecho viral. Muchos de los que acuden a ella la consideran una “santa laica”, aunque con zapatillas (o, mejor, descalza).
Pero el deporte no solo está en los estadios olímpicos. La pandemia ha llevado la práctica deportiva a los salones o habitaciones de las casas e incluso a las aulas de Teología. El sacerdote Ángel Cordovilla Pérez es profesor del Departamento de Teología Dogmática y Fundamental de la Universidad Pontificia Comilla de Madrid. Cuando llegó el confinamiento hace un año “estaba preparando el Maratón de Madrid y corría cinco días a la semana alternando días de carrera continua suave, series, circuito oregón, cuestas y tirada larga”, relata a Vida Nueva.
Mantener ese ritmo sin salir de casa fue “complicado”, asegura. “Al principio opté por unas tablas de gimnasia en el salón y en la terraza de casa con subida y bajada de las escaleras. Al enterarme de que no podía utilizar los espacios comunes del edificio lo reduje exclusivamente a la tabla de ejercicios aeróbicos y de fuerza dentro de casa. Solo el domingo 26 de abril de 2020, el día que deberíamos haber corrido el maratón de Madrid, me puse el dorsal y corrí 12 kms en la terraza de casa. Al día siguiente tenía más agujetas que si hubiera corrido el maratón. Era una carrera virtual promocionada por los organizadores del Maratón de Madrid cuya recaudación iba destinada a Cáritas”.
Este empeño deportivo en el caso de Cordovilla, señala, “empezó por motivos de salud, para mantener a raya el colesterol y también por recuperar una pasión y vocación que tenía de joven antes de entrar en el seminario y que después abandoné. A mi espíritu le ayuda la virtud de la disciplina, la fortaleza, el coraje, la constancia, la tenacidad; a la vez que me ayuda a tener la sensación de respiro, oxigenación y libertad”. No todo va a ser dividir cuerpo y espíritu.
La hermana Madonna Buder, que para combatir su sobrepeso a los 48 cambió su ritmo de vida, ha llegado a ser más conocida como la “abuela triatleta” por sus colegas de competición. Su empeño por el deporte vino de la mano de un sacerdote que le recomendó que además de los beneficios físicos, la práctica deportiva es el camino más corto para armonizar la mente, el cuerpo y el espíritu. Así, comenzó corriendo diez minutos y con el plan firme de incrementar cada día el diez por ciento.
Dos años después terminó su primera carrera popular y con 52 llegó a la meta de su primer triatlón. Pero la cosa no quedó ahí y el siguiente paso fue ir a por el ironman –literalmente hombre de hierro–, un competición que es muy exigente incluso para los deportistas de élite. Para completar esta competición se pasa por 3,86 km de natación, 180 km. de ciclismo y 42,2 km de carrera a pie.
La religiosa completó su primera competición de esta naturaleza a los 55 años. En 2013, la hermana Buder consiguió en Hawái el récord mundial de la persona más longeva en terminar un ironman nada menos que a los 82 años de edad. Su tiempo realmente es de récord: 16:59:03. Esto obligó a crear una categoría especial para personas mayores de 80 años e incluso bromean con una supuesta categoría para ‘monjas de hierro’.
Modelo en los anuncios de Nike, las victorias se le acumulan. Pero también las lesiones, ya que se ha roto huesos en brazos, manos, costillas e incluso, la cadera; aunque esto nunca la ha detenido. “Cuando me lastimo, espero que el Señor me levante nuevamente y me ponga de pie, recordándole con confianza ‘Dios, ya sabes, mi intención es seguir corriendo hacia ti’”, señala.
Rafael J. Caro, al que los más conocidos llaman ‘Carito’, es el párroco de la localidad malagueña de Arriate. Durante más de una década hace compatible su compromiso con los fieles con competiciones como triatleta. Con la ayuda de dos amigos impresionados por su testimonio de fe y deporte, puso en marcha iniciativas de oración entre deportistas. Hace un año, con las parroquias cerradas y Cáritas desbordada, propuso sumar los kilómetros que cada uno podía hacer en su casa y convertirlos en una donación para la entidad social.
“Estos amigos míos viven en Ginebra y allí podían salir a correr a la calle. Nuestra idea era, pasado un mes, sumar los kilómetros que yo hubiera hecho en casa con los que ellos hicieran en Ginebra, pero esta idea se fue transmitiendo y mucha gente se animó a colaborar con esta causa”, explica el sacerdote. De esta manera llegaron a conseguir 3.200 euros para la Cáritas parroquial.
“En este documento, el papa Francisco habla a los deportistas del valor del esfuerzo. Cuando lo escribió me dio muchísima alegría porque necesitaba algo así en mi vida”, señalaba en un encuentro de la diócesis de Málaga. “Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en los corazones de los seguidores de Cristo. El deporte es universal y ha alcanzado un nuevo nivel de importancia en nuestro tiempo y también, por eso, encuentra un eco en el corazón del Pueblo de Dios. La Iglesia entiende a la persona humana como una unidad de cuerpo, alma y espíritu, y busca evitar cualquier tipo de reduccionismo en el deporte que rebaje la dignidad humana. La Iglesia se interesa por el deporte porque le interesa el hombre, todo el hombre y reconoce que la actividad deportiva incide en la formación de la persona, en sus relaciones, en su espiritualidad”, reflexiona este atlético párroco.
Esta experiencia es la que está compartiendo en su agrupación de deportistas. “Queremos crear una plataforma en la que contemos nuestra experiencia sobre cómo, desde el deporte, encontramos a Dios en nuestra vida y crece nuestra espiritualidad. Queremos contarle esto a la gente pues, en una competición de 2.000 personas, podemos estar 800 cristianos, pero no lo sabemos”, asegura.
“Cuando acudo a algún ironman, muchos deportistas me preguntan que si tengo que correr, cómo celebro la misa del domingo y les respondo que la oficio a las cuatro de la madrugada en mi habitación. Muchos llaman a la puerta y me acompañan. Numerosas personas se van acercando a la Iglesia o grupos religiosos gracias a que Dios me usa a mí como instrumento para acercar a la gente a la Iglesia”, cuenta el sacerdote.