El Joaquín Sorolla más desconocido es el Sorolla del tormento y la devoción, el Sorolla de “El entierro de Cristo” y el Sorolla de” Monja en oración”, el Sorolla de la fe popular y los tonos lúgubres, el Sorolla de Roma, el Sorolla que descubre la luz en Asís y que renace, el Sorolla de la pasión franciscana, el Sorolla, en definitiva, autor de una numerosa pintura religiosa.
“Aunque no estamos habituados a pensar en Sorolla como un pintor de temática religiosa, sí fue un género que cultivó, sobre todo, durante los primeros años de su carrera, y en el que demostró su joven y prometedor talento”, explica el comisario de “Sorolla, tormento y devoción”, Luis Alberto Pérez Velarde.
El Sorolla más joven es, a la vez, el Sorolla que expresa la fe y la refleja en numerosas obras en las que captura episodios de devoción popular, como Procesión en la catedral de Burgos (1890), procedente de una colección particular, o La primera comunión de Carmen Magariños (1896), de la Fundación Masaveu.
“En su mayor parte inéditos para el gran público, los cuadros que se exponen nos ofrecen una completa representación del tema religioso en su pintura. Nos permiten recorrer, con detalle y desde una nueva perspectiva, los primeros años de su carrera y descubrir una selección nunca antes reunida para el público”.
Sí, Joaquín Sorolla (Valencia, 1863-Madrid, 1923) experimenta el “tormento”, pero no como vivencia de la fe, sino como experiencia pictórica y vital. Es el “tormento” de El entierro de Cristo (1885-1887), la obra que marcó un “fracaso”, pero también una renovación, un nuevo comienzo.
“Una obra ambiciosa, inmensa, de siete metros, pero llena de vacilaciones, de indecisiones y arrepentimientos y en la que deposita todas las esperanzas de un joven pintor. En la duda encuentra la desgracia su camino, la crítica fue despiadada con Sorolla. Todo el esfuerzo y las aspiraciones se desvanecen, comienza el tormento, la angustia de un artista que busca su verdad”, explica Pérez Velarde.
El entierro de Cristo fue también el entierro del Sorolla, que con apenas 20 años había triunfado con Estudio de monje (1881), Regreso al calvario (1883-1886) y, especialmente, Monja en oración (1883), obra con la que obtuvo la Medalla de Oro en la Exposición Regional de Valencia. Ese triunfo y la atracción por la pintura devocional le acabará llevando a Roma en 1885, con una beca de la Diputación de Valencia, y allí experimentaría la abundancia del género religioso, en pleno resurgimiento por aquellos años.
“Aunque Sorolla pintó en estos años desnudos académicos, como era de rigor para cualquier pensionado, es en la pintura religiosa donde, en realidad, concentra su mayor esfuerzo y esperanzas, como se advierte en El buen ladrón crucificado. San Dimas, obra de 1885 y propiedad de la Diputación de Valencia”. Otro ejemplo de la devoción de Sorolla es la espléndida Virgen María (1885-1887), del Museo de Bellas Artes de Valencia.
“Pero, sin duda, El entierro de Cristo es la obra fundamental para comprender esta etapa y el devenir de su carrera”, sostiene Pérez Velarde. Pintada en Roma, en un estudio cedido por Pedro Gil Moreno de Mora, Sorolla la expuso por primera y única vez en la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en Madrid en 1887.
“Abandonada en su estudio por el pintor, la obra sufrió grandes daños y solo se conservan tres fragmentos. Tras un complejo proceso de restauración llevado a cabo por el equipo del museo, puede verse en un espectacular montaje que aspira a transmitir la importancia y la ambición depositada por Sorolla en este cuadro”, relata el comisario.
Una fototipia sobre cartón de Jean Laurent, tomada en dicha Exposición Nacional de Bellas Artes, ha permitido ahora reconstruir la obra a su tamaño (4,30 x 6,85 metros), expuesta junto a esos tres mínimos trozos, entre ellos, el que conserva el rostro del Cristo yacente.