Un mes de julio inusualmente frío se sucede en una Santiago de Compostela inusualmente vacía de peregrinos. Al menos, para lo que se podría esperar en un Año Santo que también, de forma extraordinaria –y por concesión expresa del Papa– se alargará hasta 2022. Mónica Vidal es voluntaria en la última etapa del Camino de Santiago.
Concretamente, en la capilla de San Martiño Rúa do Francos, muy cerca de la catedral. Allí, se dedica a acoger a los peregrinos en estos últimos momentos de su viaje, ofreciéndoles agua, alimento y escucha. Una acogida que es testimonio vivo de esa Iglesia hospital de campaña que late en el corazón de Francisco. Especialmente en este año en el que los peregrinos vuelven a encontrarse con el Apóstol, muchos de ellos con las cicatrices de esta pandemia aun visibles.
“Me he encontrado a muchas personas que están haciendo el Camino porque lo iban a hacer con alguien que no ha podido completarlo a consecuencia de la pandemia”, dice Vidal. De hecho, son muchos los que han decidido caminar hacia Santiago de Compostela con una mochila cargada con la pérdida. “Te cuentan experiencias muy dolorosas, como ver a su madre salir de casa y, la siguiente vez, en un cementerio”, explica la voluntaria.
“Esto no se olvida fácilmente, porque no haber podido despedirte, acompañar a la persona amada en el dolor… ha dejado a mucha gente muy tocada”. Por este motivo, Vidal señala la importancia que tiene que, como Iglesia, se ejerza la escucha también en esta periferia, “porque hay mucha gente que, cuando llega, necesita hablar de su experiencia, de lo que llevan dentro… Del gozo, de la alegría, de la pena, o simplemente de su motivación”.
Para Vidal, a pesar de estos meses de confinamiento y, en cierto sentido, de desconfianza, “no dejamos de ser seres sociales, y necesitamos volver a encontrarnos, depositar de nuevo la confianza en el otro”. De hecho, la voluntaria explica que ha podido detectar, sobre todo el año pasado, cómo se había instalado en la gente “el temor, la distancia y el miedo”. Sin embargo, “en el Camino se es prudente, pero se confía”.
Y se hace porque, en muchas ocasiones, “escuchar un ‘yo te acompaño’, ‘yo te espero’, ‘yo tengo agua’, reconforta incluso más que un abrazo”. Y porque los peregrinos pueden ver la labor que se hace desde estos puntos de acogida, que va mucho más allá de la propia recepción de los caminantes. “Por ejemplo, tenemos un proyecto social, el albergue de Milladoiro, cuyos beneficios se destinan a insertar laboralmente a personas con dificultades físicas o psíquicas, a mayores de 50 años o a jóvenes”, explica.
“Lo que tiene el Camino de Santiago, como en el camino de la vida, es que las personas se van encontrando a sí mismas, qué sienten, qué piensan”, dice Vidal. Ella, que se encuentra en la última etapa, afirma que los peregrinos suelen llegar con muchos “sentimientos encontrados”.
“La gente está llegando a la meta y se siente un poco triste porque se está acabando, y yo les digo que Santiago no es el final, sino el punto de inicio de todas las experiencias que han adquirido, toda esa soledad que te ha acompañado, para darte cuenta de a dónde quieren llegar”, afirma. Y es que, muchas veces la cotidianidad, “no te deja verlo”. “Después, cuando hablas con esas personas que lo repiten, te das cuenta de que el Camino no finaliza una vez llegas a la catedral”, asevera.
Pero, para llegar a la meta, antes hay que dar el primer paso. Francisco Javier Castro Miramontes es responsable del Hogar de Espiritualidad San Francisco de Asís para Peregrinos en Santiago de Compostela, pero forma parte de la comunidad franciscana del santuario de O Cebreiro, que data del siglo IX.
El santuario está en el primer pueblo gallego al recorrer el camino francés, en lo alto de la montaña, en medio de un paraje natural privilegiado que le ha permitido escribir, durante la pandemia, su último libro: ‘Tiempo de esperanza’ (PPC), en el que aporta reflexiones para el Camino a partir de imágenes del mismo.
“Nació en pleno confinamiento, en medio de esa situación tan inusual, ya que, estando en contacto con la naturaleza, se me ocurrió que la forma de dar sentido a lo que estábamos viviendo era invocar a la esperanza”, explica. De esta manera, el libro “es una especie de pequeño diario de peregrinación para el cual me interesaba recoger fotografías del entorno para que se vea que la belleza sigue ahí”.
De esta manera, el franciscano pretendía expresar que, “aunque nosotros estábamos metidos dentro de los muros, la naturaleza seguía su curso”. La mayoría son fotografías tomadas en el entorno del santuario de Santa María la Real, alguna otra del camino y otras de Santiago de Compostela. De esta manera, “trataba de ser una especie de memoria gráfica de la vida en esos momentos”.
“Me siento un privilegiado porque he podido vivir la experiencia del Camino desde los años 80, como peregrino y como hospitalero, con lo cual tengo la posibilidad de verlo con una perspectiva histórica, como caminante y acompañando a peregrinos”, relata el franciscano. Y, hace algo más de un año, pasó “lo que uno piensa que nunca pudiera suceder: me ha tocado ver la desaparición prácticamente total de peregrinos”.
Por eso, durante el año pasado, en la época del invierno y la primavera, salía a hacer el camino por los alrededores del monasterio como una manera de mantenerlo vivo, y grababa vídeos y audios, como mensajes de ánimo en los que decía “no os preocupéis, esto pasará, volveréis a los caminos”. Ahora, según mejora la situación sanitaria, se van viendo más peregrinos.
“Nunca comparado con otros años, ni de lejos todavía, pero parece que el Camino de Santiago está viviendo una pequeña primavera. Y volverá a ser lo mismo, porque el camino es adictivo, es purgativo. Es como un spa para el alma, porque cura muchas heridas interiores, y eso es lo que engancha tanto del camino, porque hay gente que quiere volver a hacerlo, que regresa a casa y cuenta todo lo que ha experimentado”, asegura.
Hoy, el santuario de Santa María la Real mantiene la puerta abierta, al servicio de los peregrinos y de los visitantes que llegan a él. “Ofrecemos la bendición al peregrino durante todo el día, y particularmente por la tarde, que tenemos la misa del peregrino”, explica Castro. Antes de la pandemia, siempre se culminaba este encuentro con un abrazo.
“Es algo realmente hermoso porque a nuestra puerta llegan personas de todos los rincones del mundo, y compruebas que formamos parte de una gran familia universal en la que el dolor, la esperanza y las frustraciones son comunes a todas las personas”, recuerda. “En ese sentido, el Camino de Santiago iguala mucho. Es una experiencia profunda de fraternidad universal”, añade el franciscano.
Por eso, el religioso reconoce que su tarea fundamental es “estar aquí, siendo Iglesia de puertas abiertas, siempre con una total sencillez y disponibilidad para que entre quien quiera, y ofreciendo ese trocito de pan espiritual que viene junto a la capacidad de escucha y al atender todo lo que puedan necesitar los peregrinos”.