Teruel y Albarracín estrena obispo: José Antonio Satué Huerto (Huesca, 1968). El que fuera vicario general de la diócesis oscense vuelve a casa después de haber estado al servicio del Vaticano en la Congregación para el Clero. De esta manera se da por resuelto el inesperado vacío dejado en enero en el obispado turolense, cuando Antonio Gómez Cantero fue enviado como coadjutor a Almería.
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PREGUNTA.- ¿Cómo acaba de obispo un especialista en electrónica industrial?
RESPUESTA.- Tras concluir EGB, venció mi vocación tecnológica, todavía muy presente. Cuando terminé electrónica, me sentí llamado a ser cura, a través de la vida ejemplar de varios sacerdotes y del entonces obispo de Huesca, Javier Osés. El paso de sacerdote a obispo nace de una propuesta de la Iglesia.
P.- ¿‘Habemus’ ya plan para la diócesis?
R.- El plan consiste en ver y escuchar, para conocer desde dentro, e ir respondiendo, como comunidad, a preguntas claves: ¿cómo alentar la fe y la misión de los cristianos? ¿Cómo celebrar mejor el amor de Dios? ¿Cómo hacer presente ese amor a todas las personas y sobre todo a quienes más sufren? ¿Cómo anunciar, especialmente a los jóvenes, que Jesucristo hace de nuestra vida una aventura apasionante?
Acompañar y animar
P.- Dice en su saludo que va a “tener la oportunidad de ser verdaderamente pastor”…
R.- Tras años intensos, dedicados a la pastoral en Huesca, en diversas parroquias y en la Acción Católica; el trabajo desarrollado en Roma, eminentemente administrativo, no me ha permitido el contacto habitual con niños, jóvenes, familias, personas mayores… Ahora, Dios me concede de nuevo la gracia de acompañar y animar el trabajo de tantas personas y comunidades… Mi vida y mi oración se van a llenar de nombres y rostros concretos.
P.- Lleva seis años en la Congregación para el Clero, ¿qué sacerdotes necesita la Iglesia?
R.- De acuerdo con la actual Ratio para la formación sacerdotal, se podría decir que sacerdotes (y obispos) maduros, equilibrados, abiertos al trabajo en equipo y al aprendizaje continuo; que tengan la experiencia cotidiana de ser amados, perdonados y salvados por Dios; con la formación académica necesaria para transmitir el Evangelio de siempre en los lenguajes de hoy; que sean pastores al estilo de Jesús: cercanos, misericordiosos, sensibles al dolor de los que más sufren, defensores de la verdad, entregados hasta el extremo.