“Esto hace mucho daño a la Vida Consagrada y a la misma Iglesia”. Es la reflexión que lanza José Rodríguez Carballo al poner sobre la mesa la deriva de algunos institutos de vida consagrada de nuevo cuño. Habla desde su ser franciscano, pero, sobre todo, con la experiencia que le da trabajar en el observatorio romano que acompaña a los institutos y sociedades de vida apostólica.
Por ello, no duda en animar a prestar “mucha más atención en el momento de discernir la necesidad, la conveniencia y la utilidad para la Iglesia a la hora de aprobar asociaciones en camino hacia el reconocimiento canónico”. El ‘número dos’ del ‘ministerio’ vaticano para los religiosos lamenta el “fundamentalismo” y “sectarismo” en que en ocasiones caen estas realidades.
PREGUNTA.- ¿Cuántos fundadores y fundadoras de nuevas formas de Vida Consagrada están siendo investigados por la CIVCSVA en este momento?
RESPUESTA.- Teniendo en cuenta las nuevas realidades o formas de vida consagrada que se presentan con algunas notas de novedad en relación a aquellas reconocidas en el Código de Derecho Canónico, y sobre las cuales nuestra Congregación tiene competencia (hay otras realidades que dependen del dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida ), en estos momentos tenemos unos diez fundadores y fundadoras que son objeto de investigación por parte de la Santa Sede. En la mayoría de casos, se trata de asociaciones en camino hacia el reconocimiento canónico.
A ellas hay que añadir algunos institutos ya reconocidos como tales y cuyos fundadores y fundadoras están siendo también investigados, por lo que el número aumenta sensiblemente. Todo ello sin contar aquellas realidades para las cuales, terminada la investigación, nuestra Congregación ha procedido a comisariarlas o, en algunos casos, a suprimirlas. También cabe señalar que ha habido algunos casos en que, tras la investigación correspondiente, la fundadora ha dejado la Vida Consagrada o el fundador ha sido reducido al estado laical.
P.- ¿Cómo se acaba llegando a esta situación?
R.- Como es fácil comprender, todo ello hace mucho daño a la Vida Consagrada y a la misma Iglesia. Por todo ello, se debería prestar mucha más atención en el momento de discernir la necesidad, la conveniencia y la utilidad para la Iglesia a la hora de aprobar asociaciones en camino hacia el reconocimiento canónico. Dicha aprobación es un derecho de los obispos, pero también una grave responsabilidad. Urge discernir la autenticidad de un carisma.
La Iglesia ofrece criterios claros y bien precisos en ese discernimiento. Entre otros, quisiera señalar: la comunión con la Iglesia, la presencia de frutos espirituales, la dimensión social de la evangelización, la estima de otras formas de vida consagrada en la Iglesia, la confesión de la fe católica (cf. Iuvenescit Ecclesia, n. 18). Tristemente, hay que confesar que, en ocasiones, resulta difícil descubrir la autenticidad y la originalidad de un carisma en algunas realidades.
P.- ¿Cuáles son los motivos más habituales que propician estas investigaciones?
R.- Los motivos suelen ser de tres tipos, que a veces se dan al mismo tiempo: problemas en la gestión de los bienes del instituto para provecho personal, abusos de poder o abuso espiritual (abusos de conciencia, plagio…), y problemas relacionados con la afectividad. Conviene recordar aquí que por abuso entendemos cualquier violencia psicológica, física o sexual que tenga lugar en un contexto religioso, o, también, cualquier manipulación que daña la relación de una persona con Dios y con el propio ser interior.
P.- ¿Es habitual el abuso espiritual al que se refería?
R.- El abuso espiritual o de conciencia suele ser más frecuente de lo que se pueda pensar. El papa Francisco lo define como acoso espiritual, manipulación de conciencias, lavado de cerebro. Este tipo de abusos suele darse en ámbitos de dirección espiritual o en el seno de una comunidad, especialmente cuando no se distingue el foro interno del externo. En términos generales, podemos decir que se trata de un abuso de “clericalismo”, sabiendo que dicho abuso no es solo propio de los clérigos, sino que también se da en personas con autoridad, sean hombres o mujeres.
P.- ¿Y el abuso sexual?
R.- Generalmente, se trata de abusos con miembros del propio instituto, pero a veces también con menores o adultos vulnerables. Tal vez sea bueno recordar que el abuso sexual no suele ser el primero, sino que antes acostumbra a darse el abuso de poder o abuso espiritual (cf. Papa Francisco, A los jesuitas en Irlanda, 28 de agosto de 2018).
P.- ¿Por qué algunas de estas nuevas formas tienden hacia el sectarismo?
R.- El sectarismo suele manifestarse en la defensa fundamentalista e ideológica del carisma para preservarlo de posibles contaminaciones que le puedan venir de fuera. En grupos en los que se puede observar una “deriva sectaria”, se favorece la mentalidad de que “somos los mejores”, de que somos los únicos fieles. Ello lleva a cerrarse y a levantar barreras de todo tipo frente a posibles influencias nocivas. En grupos así, también se piensa que el carisma pertenece a los fundadores y no a la Iglesia, la única a la que en realidad pertenece su reconocimiento y su acompañamiento.
Por ese motivo, hay fundadores y fundadoras que se sienten por encima de cualquier mediación, incluso de la misma Iglesia, y se creen amos y propietarios del carisma. No se puede justificar, como ya afirmaba en su momento el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe Iuvenescit Ecclesia (2016) que haya algunas realidades que se dicen de Vida Consagrada (en realidad no lo son) que se sustraen a la obediencia a la jerarquía eclesial o realizan un ministerio autónomo.
En casos así, la Iglesia tiene el derecho y el deber de intervenir para salir al paso de un ejercicio desordenado de los carismas, como ya hacía la Iglesia primitiva (cf. 1 Cor 14, 19. 28). En muchos de estos casos, se crea un sentido generalizado de “persecución” por parte de la misma Iglesia. Muchas veces la deriva sectaria también va acompañada de una espiritualidad muy superficial y poco fundamentada en una sana teología y en el magisterio de la Iglesia.
P.- ¿Se puede llegar incluso al fundamentalismo?
R.- En el proceso de sectarismo no se debe excluir el fundamentalismo, fruto de una “ideología que mutila el Evangelio”, como dice el papa Francisco, y que desgraciadamente se palpa en muchas de las llamadas “nuevas comunidades” o “nuevas formas de vida consagrada”. El fundamentalismo fosiliza el carisma. Se olvida que, como recuerda el Pontífice, el carisma es como el agua: si no corre, se pudre.