Las nuevas formas de Vida Consagrada (NFVC), “que se añaden a las antiguas, manifiestan el atractivo constante que la entrega total al Señor, el ideal de la comunidad apostólica y los carismas de fundación continúan teniendo también sobre la generación actual, y son además signo de la complementariedad de los dones del Espíritu Santo. Además, el Espíritu en la novedad no se contradice. Prueba de esto es el hecho de que las nuevas formas de vida consagrada no han suplantado a las precedentes. En tal multiforme variedad se ha podido conservar la unidad de fondo gracias a la misma llamada a seguir, en la búsqueda de la caridad perfecta, a Jesús virgen, pobre y obediente. Esta llamada, tal como se encuentra en todas las formas ya existentes, se pide del mismo modo en aquellas que se proponen como nuevas”. Así reza el punto 12 de la exhortación postsinodal ‘Vita consecrata’ de Juan Pablo II.
¿Qué aportan a la Iglesia estas NFVC? Para la profesora de teología de la vida consagrada Lourdes Grosso, M.Id, “las NFVC son las hermanas pequeñas en la vida consagrada, continuidad de la obra del Espíritu”. Teniendo formalmente menos de un siglo, ¿cómo se entienden dentro de la tradición de la Iglesia? “Cada tramo de la historia reclama a la Iglesia el discernimiento de lo que el Espíritu del Señor suscita, reconociendo lo que es don y fidelidad y lo que es pretensión y extravío”, afirma ella, como miembro del Instituto Id de Cristo Redentor, misioneras y misioneros identes, instituto de vida consagrada de derecho pontificio. Y agrega: “Dentro de esta diversidad coral de las distintas formas de vida consagrada, están las nuevas formas, con las que el Espíritu de Dios responde en el hoy y el aquí de nuestro tiempo y lugar, a los desafíos que tiene planteados nuestra generación. Otros carismas han sido y siguen siendo respuesta del mismo Espíritu a los retos antiguos y modernos de la humanidad”.
En este mismo sentido, la vicecanciller del Arzobispado de Granada, Teresa Rodríguez Arenas, FMVD, señala que “muchas de esta comunidades han nacido entre los años 1950–1970, como una nueva efusión del Espíritu Santo en el ámbito de la vida consagrada; son numeras la comunidades que están en etapa de expansión y progresiva consolidación, con reconocimiento eclesial pontificio o diocesano. Sin duda, nacen en continuidad con la rica y amplia tradición de la vida consagrada en la Iglesia, y como una respuesta del Espíritu al reto evangelizador de la sociedad actual”. Por eso, considera que “son una ‘concreción carismática de la eclesiología de comunión’ sostenida por el Concilio Vaticano II y una continuidad desde la referencia espiritual a la Santísima Trinidad, modelo de la Iglesia y de la vida consagrada”.
La responsable de la Fraternidad Misionera Verbum Dei en Granada apunta que “el florecimiento de numerosas y nuevas realidades asociativas postconciliares ha sido en la Iglesia un fenómeno relevante no solo por sus implicaciones eclesiológicas y canónicas que van teniendo en las últimos años, sino por los numerosos fieles (consagrados, sacerdotes y laicos) que están involucrados en estas realidades”. En su opinión, “se han abierto progresivamente un camino de reconocimiento, dentro de la amplia variedad de formas de vida consagrada, con una impronta evangelizadora y la experiencia de comunión entre los distintos estados de vida cuando comportantes un mismo carisma y son corresponsables de la acción misionera”.