“Un gran don que da esperanza para el futuro de la Iglesia”. Esa fue la valoración que Benedicto XVI realizó al dar por terminada la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid de 2011. El hoy papa emérito mostró su alegría y satisfacción por un encuentro que reunió a unos dos millones de jóvenes católicos de 193 países de todo el mundo en la capital de España.
Una década después, siguen frescos en la memoria el encuentro en el aeródromo de Cuatro Vientos –chaparrón incluido–, el vía crucis, los diálogos del Santo Padre con religiosas y religiosos, profesores, los más de 28.000 voluntarios, personas con discapacidad, la melodía de la orquesta y coro levantados de la nada por primera vez para esta cita internacional…
Las palabras de Joseph Ratzinger en cada uno de los momentos no son cosa del pasado, sino que tienen plena vigencia. Un recuerdo amable, intenso, que marcó la vida de quienes participaron en ella, de manera presencial o a través de las pantallas por las que se retransmitieron los actos en directo a todo el planeta.
Detrás de aquella semana que inundó un Madrid habitualmente desierto en agosto, hubo un trabajo previo cuidadoso, detallista y sostenido de años. Desde antes de que se anunciara en Sídney qué ciudad tomaría el relevo de la cita, en Bailén y sus alrededores ya se esforzaban por hospedar este foro.
El cardenal Antonio María Rouco Varela, entonces cabeza visible de la archidiócesis madrileña y al frente de la Iglesia española, llevaba desde la JMJ de Toronto, en 2002, mostrando su “sueño” de que el encuentro se celebrase otra vez en el país, después de que la JMJ de Santiago de Compostela de 1989 marcara un antes y un después en la organización de un macroevento de estas características.
De ello da fe Goyo Roldán, el que fuera delegado de Juventud de la Archidiócesis de Madrid y secretario general de la JMJ 2011. “Entonces, tuvimos el atrevimiento de intentar quitar el fuego a los alemanes –en referencia Colonia, que acogió las jornadas en 2005–, pero no pudo ser. El Papa dijo que Alemania necesitaba un gran revulsivo pastoral y se optó por la ciudad germana”.
Pero estaban sentadas las bases. Y, seis años después, el sueño acabó haciéndose realidad. Tras el anuncio en 2009, se formó un equipo multidisciplinar, con Rouco Varela como presidente del engranaje y con el entonces obispo auxiliar de Madrid, César Augusto Franco –hoy obispo de Segovia–, como coordinador general.
“La designación fue muy bien acogida, porque era algo muy deseado”, rememora Goyo. Sentimientos que pronto fueron acompañados por “el asombro y el sobrecogimiento, cuando descubrimos la complejidad de recibir a dos millones de personas”. Por fortuna, “se creó un equipo muy potente que permitió poder llevar a cabo el evento de una manera muy positiva”.
Para Roldán, “resultó fundamental la coordinación de todas las parroquias, colegios, conventos, monasterios… Todo, para que todos fuéramos en la misma dirección y cada uno hiciera lo que tenía que hacer, fue realmente complejo. Exigía un trabajo enorme de explicación de qué era aquello en lo que nos íbamos a adentrar, de implicarlos en un trabajo común”.
Ahora, echando la mirada atrás, valora que “este esfuerzo sirvió para poner de manifiesto la comunión eclesial, que Dios está en medio de ella, y que es Él quien convoca”. Por eso, su balance es “muy positivo”. “Una vez superada la prueba, me quedo con que, en Madrid, en 2011, la Iglesia se manifestó con su rostro joven”, sostiene el sacerdote.
El trabajo, con todo, no estuvo exento de dificultades ante un proyecto tan complejo, que requirió reorganizar el equipo original, redistribuyendo funciones para responder a las necesidades que iban surgiendo. De ahí, por ejemplo, que Yago de la Cierva, doctor en Filosofía, licenciado en Derecho, pero, sobre todo, especialista en gestión y comunicación de crisis por el IESE, tuviera que dar el salto a coordinar la rama comunicativa de la JMJ, para ejercer de director ejecutivo de todo el organigrama.
Para De la Cierva, el secreto del éxito de aquel equipo fue “la unión de profesionales y voluntarios. Un evento que reúne a más de dos millones de personas es imposible sin un pequeño equipo de profesionales que formen su esqueleto sólido, y una marea de voluntarios que sean los músculos y la cara humana de la fiesta”. “Todos trabajaron con igual entusiasmo y responsabilidad, poniéndose al servicio de los jóvenes que iban a venir de los cinco continentes”, apunta sobre una fórmula que en posteriores ediciones de estos encuentros se convirtió en referencia.
Desde ahí, lo que más destaca, es “el clima social que envolvió la JMJ de Madrid”: “Ya entonces me llamó la atención la concordia de todos. El contraste con la situación actual es sobrecogedor. Hace diez años, gobernaba el país el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero; en la Comunidad de Madrid, el PP de Esperanza Aguirre; y en el Ayuntamiento de la capital, Alberto Ruiz-Gallardón”. Dos partidos distintos, pero tres mundos políticos distantes. Eran esos momentos en los que el alcalde de Madrid se autodenominaba el “verso suelto” del Partido Popular.
Sin embargo, De la Cierva recuerda, “con gran morriña”, cómo “la colaboración de los tres en un proyecto común fue admirable. Desde el inicio, las tres administraciones públicas trabajaron codo con codo con franqueza y sin zancadillas”. “Eran momentos de crisis económica, y se hizo todo ahorrando al máximo, pero cada uno aportó lo que podía, sin cargar los gastos en las arcas públicas”, subraya.
Ese espíritu de concordia se mantuvo tras las elecciones, que renovaron a los interlocutores: María Teresa Fernández de la Vega cedió su puesto a Ramón Jáuregui, y Ana Botella ocupó de facto la alcaldía. “Incluso incorporamos a ese pacto social al germen de Podemos”, señala el comunicador: “Acudimos a los indignados que ocupaban la Puerta del Sol, les explicamos el proyecto, y prometieron no oponerse en caso de continuar allí”.
Y es que la JMJ se celebró apenas cinco meses después del 15-M. “Cuando la procesión de pasos de la Semana Santa atravesó por esa plaza española, en una madrugada atípica, los acampados dejaron libre la calle”, agradece De la Cierva.
Gran parte de ‘culpa’ de este buen ambiente político la tuvo Carlos García de Andoin, a la sazón director adjunto del gabinete del ministro de la Presidencia del Gobierno de España en ese tiempo. “La verdad es que la JMJ se dio en la segunda legislatura de Zapatero, en un momento en el que las relaciones con la Iglesia se habían reconducido tras un primer mandato de muchísima confrontación”, subraya este doctor en Ciencias Políticas y licenciado en Teología.
Durante esa primera ‘era’, se vivieron las manifestaciones multitudinarias, secundadas o promovidas desde Añastro, contra la ley del matrimonio homosexual, la reforma educativa… También la situación de Cataluña fue un punto de fricción con la Conferencia Episcopal. “Las cosas se empezaron a arreglar con el conocido como ‘caldito del nuncio”, explica García de Andoin.
Se refiere a la cena a la que el entonces nuncio en España, Manuel Monteiro de Castro, invitó en Nunciatura al presidente del Gobierno para tratar de reconducir las relaciones entre la Iglesia y el Ejecutivo. “De ella salió un espíritu de colaboración y de rebajar la tensión que culminó con la JMJ. Por ejemplo, la Iglesia no tomó las calles con la ley del aborto y el Gobierno no sacó la ley de libertad religiosa que tenía preparada”, subraya el hoy director del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao.
Respecto a la coordinación con el equipo de las jornadas, García de Andoaín reconoce que fue un trabajo arduo. “En la JMJ estaban implicados ocho ministerios en diferentes áreas. Participaban Exteriores, con los visados; Interior, vigilando que los visitantes no se quedaran en España como inmigración ilegal, y de la seguridad del evento; Industria, que llevaba ‘marca España’ en esos momentos; Defensa, con la cesión de Cuatro Vientos… También habría que destacar a Fomento, que tuvo que diseñar la expropiación temporal de terrenos anexos a la base de Cuatro Vientos, cuando fuimos conscientes de que vendrían no menos de un millón y medio de personas y el aeródromo tenía capacidad máxima para setecientas mil”.
En medio de todo esta madeja, se encontraba este laico comprometido, que supo hilar fino ante “algo complejo, que no se había hecho antes”. “Hubo que trabajar muy mucho por todas partes para que se cumplieran las garantías legales”, apostilla.
Sin embargo, el desafío con más aristas y puntos delicados fue la seguridad. “La JMJ fue como la mezcla de la visita del presidente de Estados Unidos con unos Juegos Olímpicos. Llegaba una personalidad mundial que se movía con un millón y medio de jóvenes de todas partes del mundo”. Además, no era una visita de Estado sin más, sino que incluía movimientos, actos y encuentros al descubierto, un enjambre con muchos flecos que quedaban siempre abiertos por la propia impronta del encuentro.