Para el papa Francisco, el “ayuno litúrgico” del año pasado, motivado por el confinamiento que supuso la primera fase de la pandemia, significó una “triste experiencia” que impactó sobre las costumbre de la comunidad eclesiástica de reunirse semanalmente “en nombre del Señor”, algo que “desde los orígenes se ha visto para los cristianos como una realidad irrenunciable e indisolublemente ligada a su propia identidad”.
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En el mensaje que envió por medio del secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, a los participantes en la 71 Semana Litúrgica Nacional que comienza hoy en Cremona, al norte de Italia, el Pontífice celebró que de la “espera dura y sufrida” que significó la fase más aguda de la pandemia del Covid-19 también surgieran “otras vías para nutrir la comunión de fe y de amor con el Señor y con los hermanos”. Mientras se esperaba al retorno de la “plenitud de las celebraciones eucarísticas con tranquilidad y seguridad”, aparecieron “muchas obras de cuidado, de amor fraterno y de servicio a las personas que más han sufrido las consecuencias de la emergencia sanitaria”.
Un “cambio de época”
Este “tiempo de privación” permitió además que los fieles tomaran conciencia de la “importancia de la divina liturgia en la vida cristiana”, en la que “no se prescinde de la esfera corporal y material”, destacó el Papa. La suspensión de la liturgia que se vivió durante el confinamiento también confirmó los desafíos que afrontaban las misas dominicales en Italia ya desde antes de que apareciera la pandemia.
Estas asambleas se encuentran ante un “cambio de época”, que se manifiesta en un desequilibrio generacional y cultural en la presencia de los participantes. Resulta además cada vez más difícil encontrar una “integración armónica en la vida parroquial” y conseguir que estas celebraciones sean verdaderamente “el culmen de todas sus actividades y la fuente del dinamismo misionero”.