Vida Nueva entrevista a Rodrigo Guerra, quien reflexiona sobre la teología de la liberación, las reacciones en torno a la ‘Traditionis custodes’, las diferencias doctrinales y políticas, y el reto del CELAM en materia de fe y política
Hace unas semanas, el papa Francisco sorprendió a todos en América Latina nombrando a al doctor Rodrigo Guerra -fundador del Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV)-, como Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, y a Emilce Cuda, profesora de la Universidad Católica Argentina, como Jefa de Oficina del mismo dicasterio.
Vida Nueva entrevistó a Rodrigo Guerra sobre algunas de las cuestiones más punzantes sobre la vida eclesial y política latinoamericana en el momento actual. En esta entrevista, el mexicano reflexiona sobre la teología de la liberación, las reacciones en torno a la carta apostólica ‘Traditionis Custodes’, las diferencias doctrinales y políticas en la región, y el reto del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) en fe y política.
El Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina habla también del binomio fe-política que implica –dice- vivir a fondo la fe. “La fe es método para comprender cuál es el secreto profundo del bien común… es dando la vida, como el mundo y la Iglesia se renuevan. Desde este punto de vista, “el éxito político es secundario; es importante, pero secundario”, afirma.
PREGUNTA.– La Comisión Pontificia para América Latina observa no sólo la realidad social sino la vida política de toda la región. Con Emilce y con Rodrigo Guerra, la Comisión tiene ahora a dos de los analistas que mejor conocen las luces y las sombras de nuestros pueblos y de nuestras iglesias. ¿Es este un nuevo momento para las relaciones entre fe y política de este lado del globo?
RESPUESTA.- La fe cristiana siempre ha sido una “buena noticia” para la política. La fe, entre otras cosas, permite revisar con criticidad radical los compromisos políticos, y purificar así los motivos por los que los cristianos nos comprometemos en la lucha por el bien común verdadero.
Los últimos veinte años del siglo XX, por ejemplo, fueron tiempos en los que la fe ayudó a madurar y a corregir las luchas cristianas a favor de los más pobres y excluídos. Tiempos en que también se revisó a fondo el peligro de los regímenes de “Seguridad nacional”. Este camino dio frutos buenos que hoy cosechamos de muchas maneras.
R.- Un buen ejemplo, de cómo la fe ayuda a madurar es el de las teologías de la liberación. Aquellas que tenían una importante y promiscua dosis de marxismo como la de Hugo Assmann, como “Cristianos por el socialismo”, como M-19, terminaron extinguiéndose y mostrando su esterilidad pastoral.
Otras corrientes, gradualmente matizaron muchas de sus afirmaciones y se dejaron acompañar por la pastoral de la Iglesia que siempre es una compañía que purifica la mirada y el andar. Hoy, salvo algunos casos muy contados y extremos que pueden tener actitud contestataria, la inmensa mayoría de quienes aprendieron de lo mejor de la teología de la liberación son indistinguibles respecto de los más comprometidos y fieles agentes de pastoral.
Trataré de decir esto mismo de otro modo: el Magisterio episcopal latinoamericano y la pastoral renovada que se derivó de él, asumió y depuró muchas de las intuiciones más potentes de las teologías de la liberación y las integró en un sano y adecuado contexto teológico y eclesial más integral y pleno.
Esto no significa que no existan aspectos controversiales en este o aquel autor autodenominado “teólogo de la liberación”. Lo que significa es que hasta las controversias, pasados los años, se dan ya en una atmósfera eclesial más amplia, menos sectaria, y nos enriquecen a todos.
P.- ¿Son importantes las teologías de la liberación en la actualidad?
R.- Como suele decir Gustavo Gutiérrez, la teología de la liberación no es importante ni ayer, ni hoy, ni mañana. Lo relevante es la respuesta evangélica al desafío de los pobres y marginados. Lo importante es ser amigos de los pobres. Aún recuerdo con enorme aprecio el Prólogo que Gutiérrez escribió a la edición de 1991 de su libro “Teología de la liberación. Perspectivas”.
Ahí, él reconoce que la teología de la liberación para ser verdadera requiere hacerse en comunión con los obispos y con el Papa. Esto es muy bello. Muy sano. Muy eclesial. Insisto: esto no significa que no existan puntos controversiales en alguna afirmación o argumento. Lo que significa es que hoy los nuevos testigos de Cristo en América Latina rebasan por mucho lo que las “teologías” afirman.
La figura y testimonio de San Oscar Romero, por ejemplo, ha ayudado a desideologizar muchas cosas. En él uno encuentra un equilibrio pastoral y doctrinal admirable. Y lo que es más importante: un seguimiento fiel y radical a Jesús aún en medio de contextos políticamente complejos.
P.- En la actualidad parece que los dolores de cabeza provienen más bien de otro lado. ¿Qué piensa, por ejemplo, de la crítica que se ha hecho al papa Francisco por la publicación de ‘Traditionis Custodes’? El cardenal Burke, ha publicado una declaración oponiéndose a la decisión pontificia.
R.- En lo referente a ‘Traditionis Custodes’, se ha hecho una tormenta en un vaso con agua. El papa Francisco no está suprimiendo la misa en latín, sino pidiendo a los obispos una participación más cercana para que ellos disciernan cuándo y cómo el “uso antiguo” de la liturgia, fortalece la comunión eclesial o cuándo es instrumentalizado para alentar grupitos sectarios.
El cardenal Burke, por alguna razón inexplicable para mí, no parece percibir que existen muy diversos y divididos grupos pseudo-tradicionalistas que por falta de fidelidad al Sucesor de Pedro han caído en una fragmentación análoga a la protestante. Estos grupitos, muchas veces de manera subterránea, buscan colonizar estructuras pastorales sanas.
Siembran sospechas contra los obispos y contra el Papa, y hacen acusaciones irresponsables, alarmistas y falsas como “nos han robado la misa en latín” y similares. Quienes obedezcan ‘Traditionis Custodes’ con toda seguridad recibirán gracias abundantes por haber reconocido algo más importante que este o aquel uso litúrgico: la comunión eclesial, es decir, la inserción en la unidad querida por Jesús en torno al Sucesor de Pedro.
P.- Hace cuarenta años la tentación era “progresista”. Pareciera que actualmente mucha gente buena se deja seducir por la tentación pseudo-tradicionalista. En las redes sociales existen supuestos “predicadores católicos” que desorientan a escala masiva a la gente sencilla y muchas veces sin formación. ¿Hacia dónde apunta esto? ¿Cuáles serán las consecuencias?
R.- En el fondo el “progresismo” que atacaba al Papa en el pasado y el “pseudo-tradicionalismo” que hoy lo agrede en el presente son el mismo fenómeno. Las supuestas diferencias doctrinales y políticas entre ambas posturas, están unidas en lo esencial: destruir la unidad, no creer en que la promesa de Jesús de sostener a la Iglesia a través del ministerio de Pedro es verdadera, afirmar de manera relativista la autonomía de la conciencia.
Es verdad que la conciencia goza de una peculiar soberanía, pero también es verdad que la conciencia no es nada si no se reconoce como una estructura por naturaleza orientada hacia su objeto. Si la conciencia se fractura de su referencia objetiva, simplemente desaparece. La conciencia cristiana fracturada de la objetividad que proviene del ministerio del Sucesor de Pedro es un contrasentido.
Ahora bien, todo este proceso, toda esta discusión, aparentemente “intra-eclesial” tiene muchos componentes de orden político. Gente buena es engañada por los “pseudo-tradicionalistas” que más pronto que tarde terminan apoyando proyectos políticos que manipulan los más bajos sentimientos “nacionalistas”, “soberanistas”, neoliberales, autoritarios y similares. La Historia de la Iglesia nos muestra que esta no es la primera vez que suceden estas cosas.
R.- Poco después de que Pío XI publicara su Encíclica dedicada a Cristo Rey, condenó severamente el movimiento que Charles Maurras había fundado en Francia. Maurras buscaba establecer un gobierno contrarrevolucionario, tradicional, católico, que corrigiera la democracia liberal y que combatiera a los “enemigos” de la civilización occidental: los judíos, los masones, los protestantes y los extranjeros.
Maurras y su movimiento parecían los adalides supremos de los valores cristianos “más tradicionales”. Sin embargo, manipulaban políticamente al pueblo católico sencillo y lo orientaban hacia formas autoritarias de organización de la vida social. El Papa mira con dolor que la juventud esté siendo seducida por estas ideas. Pío XI publica la condena contra aquel movimiento, y Maurras en lugar de acoger la corrección, se resiste a ella a través del texto intitulado “Non possumus” en el que busca victimizarse.
P.- Esto parece actual en más de un sentido, ¿no lo cree?
R.- En el presente suceden cosas análogas. Hay gente buena que se suma a proyectos políticos sin el debido discernimiento, simplemente arrastrados por la pasión y por la manipulación de la que son objeto. Etienne Gilson, uno de los más grandes filósofos tomistas del siglo XX, decía sobre experimentos como el de Maurras, que la Iglesia no puede bendecir un movimiento que termina pareciéndose más a la Roma pagana que a la verdadera civilización cristiana.
Monseñor Javier Martínez, Arzobispo de Granada, lo advirtió hace no mucho al ver con preocupación el surgimiento de VOX en España. Y el jefe de VOX lo ha verificado en abril de 2020 al afirmar que el “ciudadano Bergoglio” con sus ideas de Doctrina social cristiana contemporánea, conduce “a la ruina” y al “paraíso comunista”. El neo-populismo de derechas de este modo, se torna simétrico al neopopulismo de izquierdas.
En ambos casos se busca manipular la sensibilidad ética y religiosa del pueblo a partir de la desarticulación de lo esencial cristiano. A través de la fractura de lo que no puede escindirse: Cristo en la Iglesia, con María, abrazando a los pobres y unidos con el Papa. Estoy convencido que esta desarticulación es de origen neopagano aunque en ocasiones se revista de retórica ultraconservadora y hasta pseudo-ortodoxa.
P.- ¿En América Latina en qué países percibe esto?
R.- En Brasil y en Argentina, en Chile y en Colombia, en México y en las comunidades hispanas en Estados Unidos, existen fuertes tentaciones de corte “moralista” –como decía Benedicto XVI–. El “moralismo” es la reducción del Kerygma a una cierta ética, a un cierto conjunto de valores morales. Es el colapso de la Persona viva de Jesús y su sustitución por el sucedáneo de las “batallas culturales” o de las “luchas revolucionarias”.
P.- ¿Esto significa que no hay que enfrentar los problemas culturales de nuestro tiempo?
R.- Las batallas culturales son necesarias pero bajo el método que ofrece ‘Fratelli tutti’. Es el diálogo y el encuentro con el “adversario”, reconociendo la parte de verdad, bien y belleza que posee, lo que puede permitir construir puentes y no muros. El papa Francisco nos enseña que más que guerras de exterminio del “enemigo” tenemos que buscar siempre una síntesis de orden superior. Esto no es irenismo. Esto es cristianismo. Cristo no ha venido a condenar al mundo, ha venido a salvarlo.
P.- Usted ha trabajado constantemente en el CELAM desde 1996. ¿Cuál es el reto en materia de fe y política para el CELAM y para la Iglesia latinoamericana? Si la teología marxista de la liberación no fue la solución, ni tampoco lo es el neopopulismo de derechas, ¿por dónde hay que avanzar?
R.- Hace muchos años el cardenal Oscar Rodríguez decía en una charla con gran sencillez y con gran profundidad: “el cristianismo no es ideología”. Los cristianos tenemos que reaprender lo esencial. Actuar con ternura y humanidad frente a todos. No por cursilería, no por sentimentalismo, sino por fidelidad al misterio de la Encarnación que acoge nuestra humanidad herida.
Cada vez que soy violento, grosero, altanero, prepotente, manipulador o hipócrita traiciono el método que Dios mismo ha escogido para doblarse ante mi nada: la Encarnación. Jesús se encarna para que nadie quede fuera de su abrazo. Nadie. Ni siquiera los que algunos consideran “enemigos”. Ni siquiera yo, que posiblemente soy el peor. Sólo así, desde esta experiencia, es posible ingresar a los compromisos políticos -siempre deficientes– con paz, libertad y alegría.
P.- Esto suena bonito pero algo abstracto. ¿Puede concretar un poco más?
R.- Los cristianos tenemos que aprender a vivir como Iglesia, al estilo de Jesús, al interior de la política. No basta trabajar en política para colaborar con el Reino. Lo importante es no dejar de brevar de las fuentes del verdadero Reino y no dejar de ser autocríticos siempre. Sólo reconociendo nuestros errores podemos pedir perdón, reparar el daño, y recomenzar. Sólo con arrepentimiento sincero y conversión, es posible trabajar por el bien común de manera no-burguesa.
Una misma fe puede dar lugar a compromisos políticos diversos. Pero la “fe” de la que se habla no sólo es un contenido que repito mecánicamente al decir el Credo sino una experiencia comunional en la que redescubro en la sencillez, en la humildad, en la pequeñez, el camino verdadero. Así fue San Juan Diego, así Santa Rosa de Lima, así Oscar Romero, así el Padre Hurtado.
El binomio fe-política presupone entender bien la política, pero antes que nada, vivir a fondo la fe. La fe es método para comprender cuál es el secreto profundo del bien común. Y ese secreto no es la mera eficacia… sino el valor incomparable de vivir y morir por nuestro prójimo que sufre. Es dando la vida como el mundo y la Iglesia se renuevan. Desde este punto de vista, el éxito político es secundario. Insisto, es importante, pero secundario. Lo que más contribuye al bien común es entregar la propia vida por nuestros hermanos. Es no quedarse con nada.