La madre Verónica Berzosa, fundadora del Instituto Iesu Communio, pronunciaba el pasado 29 de agosto una conferencia online sobre la maternidad al Apostolado de la Cruz Vocacional, cuando las lágrimas brotaron en su rostro. No pudo evitar emocionarse al referirse a su progenitora cuando se encontraba al final de su alocución dirigido a esta realidad eclesial mexicana volcada en la oración en favor de la familia bajo el patrocinio de Santa Mónica, justo el día del cumpleaños de la religiosa. Y todo, precisamente en una ponencia que tituló: “No puede perderse el hijo de tantas lágrimas”.
“Hoy no puedo sino hacer memoria viva de mi madre Carmina, que me transmitió la vida y la fe, el don de la vida en el Espíritu”, compartió Berzosa que en ese instante tuvo que interrumpir sus palabras porque se le enjugaron los ojos. Segundos después, echaba mano de un vaso de agua, un pañuelo y confesaba: “Es que me parece muy grande tener fe”.
A partir de ahí retomó su ponencia subrayando cómo ese regalo materno “es el legado, la herencia más valiosa que una madre puede dejar a su hijo, porque vivir en verdad es un milagro”. En este sentido, la consagrada apreció cómo “lo mejor de la vida es cuando una casa se convierte en una pequeña Iglesia, en un hogar cristiano, en un lugar de evangelización, en una casa donde el Evangelio es sembrado en el corazón de los hijos, paso a paso, sin prisas ni imposición”.
A partir de ahí elogió de nuevo a su madre, a la que presentó como “mi primera formadora en la fe, a pesar de que no tenía un ideal de formación ni lo pretendía…”. “Su entrega maternal, suavemente, sin yo saberlo, -prosiguió- me preparaba para la vocación a la que Dios me había designado: la consagración. Y todo estaba al servicio de la misión que de Él he recibido y por la que le estaré eternamente agradecida”.
La madre Verónica llegó a desvelar en la ponencia cómo “yo antes no entendía las lágrimas de mi madre, hasta me parecían un poco exageradas sus oraciones”. “Casi nunca entendemos en el momento sus palabras, sino más tarde, quizá cuando rompemos por fin a llorar por el arrepentimiento y el tiempo perdido”, detalló, consciente de que “es necesario escucharlas y reescucharlas una y otra vez a lo largo de la vida. ¿Quién no ha dicho en alguna ocasión: ‘Como mi madre me decía…’, ‘Oí decir a mi madre…’? Esto confirma que han sido para nosotros palabras de sabiduría en el arte de vivir”.
Más allá de su experiencia personal, la superiora del Instituto Iesu Communio denunció en su ponencia que “la enfermedad de nuestra época se debe a que falta una verdadera maternidad. Y por eso hay tanta tristeza en nuestros jóvenes. Cuántos hijos se sienten huérfanos, sin puntos de referencia… Por eso, madres, son tan necesarias hoy vuestras manos juntas…”.
Al glosar la figura de María, planteó cómo “el corazón de una madre cristiana ama al ritmo del Espíritu Santo; se deja configurar al modo humano-divino de amar de Cristo: su sentir, su pensar, su obrar en ella… Jesucristo en todo su ser”.