En la tarde del miércoles 25 de agosto, un avión militar italiano aterrizaba en el aeropuerto romano de Fiumicino llevando a bordo a los últimos religiosos católicos de Afganistán: cuatro Misioneras de la Caridad, la congregación fundada por la santa Madre Teresa; una monja de un país asiático que trabajaba en el colegio para niños discapacitados impulsado por la asociación Pro Bambini de Kabul; y el religioso barnabita Giovanni Scalese, el único sacerdote católico que quedaba en la nación centroasiática.
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Más allá de los diplomáticos y militares occidentales que aquel día todavía no habían abandonado Kabul, con ese vuelo acababa una presencia constante de los cristianos en el país que, aunque mínima, se remontaba a un siglo atrás, cuando en los años 20 del siglo pasado llegó el primer presbítero enviado por Pío XI como capellán de la embajada italiana en Kabul, después de que los afganos se independizaran de Reino Unido. La exitosa campaña militar de los talibanes durante el pasado mes de agosto volvía a dejar al país vacío de católicos, amén del éxodo obligado de miles de afganos convertidos en refugiados con un futuro más que incierto.
“Ha sido siempre una presencia simbólica, que se podía contar con los dedos de una mano. Eran religiosas que, en su mayoría, trabajaban en el ámbito sanitario o con los niños abandonados. Se trataba de pequeñas semillas de caridad que se han ido depositando en aquella tierra, donde la gente es muy buena, muy genuina, pero que lamentablemente ha tenido siempre unos políticos que eran un desastre”. Son palabras del religioso rogacionista Matteo Sanavio, presidente de la asociación Pro Bambini de Kabul, una iniciativa intercongregacional que, hasta la toma de Kabul por parte de los talibanes, contaba en el país con dos religiosas de institutos diferentes que gestionaban un centro educativo al que acudían unos 50 niños con diversas minusvalías psíquicas.
Una de las religiosas, originaria de la India, ha regresado a su país, mientras que la otra llegó a Italia en el citado vuelo del 25 de agosto. El avión también transportaba a 14 niños afganos con minusvalías severas, que las Misioneras de la Caridad no quisieron abandonar en el país.
Niños con discapacidad
“Nuestra escuela y el centro de las religiosas de la Madre Teresa estaban al lado en Kabul. Nuestra asociación se ocupaba de niños con retraso, a los que ayudábamos a que se valieran por sí solos y a que se integraran en el sistema educativo, mientras que ellas atendían a discapacitados graves. Recogían a los descartes de los descartes, pues en Afganistán no hay cultura de salvar y respetar la vida de estas personas”, explica Sanavio a esta revista.
Como todas aquellas personas que tenían alguna relación con Afganistán, este religioso rogacionista pasó los inicios del mes de agosto muy preocupado ante el imparable avance de los talibanes tras la retirada de los soldados estadounidenses y de la OTAN. Desde que los milicianos del grupo islamista entraron en Kabul, a mediados de mes, la situación se hizo “terrible”. “No sabíamos cómo sacar de Afganistán a las dos hermanas de la asociación, que corrían un gran riesgo por ser cristianas. Aunque ninguna de las dos llevaba ningún símbolo cristiano exterior, podían acusarlas de proselitismo, que es de las peores cosas que te pueden decir allí. Ya habíamos pensado antes que dejaran Afganistán durante un tiempo, pero después del 16 de agosto la situación degeneró. Por suerte, encontramos una gran ayuda en las instituciones italianas”.
Personas de frontera
Cuando Sanavio acudió al aeropuerto romano de Fiumicino para recoger a las religiosas, se sorprendió al verlas y hablar con ellas. Estaban cansadas por el viaje, pero muy serenas pese al evidente riesgo que habían afrontado. “Estaban ‘tocadas’ y muy agradecidas. Son personas de frontera, que viven con una enorme serenidad y paz interior. Ellas viven de verdad con Dios en cada minuto de su vida”, cuenta el religioso italiano, asegurando que “transmiten” esta actitud a quien tienen delante.
“Las Misioneras de la Caridad estaban tristes de encontrarse fuera de Afganistán, aunque felices por haber podido salvar a sus niños. Es curioso, porque parecía que habíamos estado más preocupados nosotros aquí en Italia, con toda la organización de su salida de Kabul hacia Roma. Ellas estaban tranquilas porque estaban plenamente abandonadas en Dios. Les mueve la fe”, añade.
Nacida en 2002 por el impulso conjunto de 14 congregaciones religiosas, después de que san Juan Pablo II pidiera en su mensaje Urbi et orbi de Navidad que se salvara a los niños de la capital afgana, la asociación Pro Bambini de Kabul reorienta su objetivo ahora que ha tenido que clausurar el colegio que tenían en la capital del país centroasiático. “Nacimos para ayudar a los niños de Kabul y lo vamos a seguir haciendo aquí.
Integrar a los que llegan
Las familias de refugiados que han llegado a Italia viene cada una con tres, cuatro o cinco niños. No debemos dejar solas a estas personas ahora, hay que ayudarles a que rehagan sus vidas”, subraya Sanavio. Entre esas familias, están también las de las profesoras y otros trabajadores empleados en el colegio de la asociación. “Debemos acompañarles”, insiste.
Al ser preguntado por la posibilidad de que algunos terroristas aprovecharan estos viajes para llegar a Europa y cometer atentados, el religioso asegura que los refugiados “son gente segura” que “ha pasado los diversos filtros” de la diplomacia y la inteligencia de los países occidentales.
“Son personas cuyas vidas corrían peligro por haber colaborado con los occidentales, personas que ahora necesitan de todo, que vinieron con lo puesto y con lo más preciado que tienen: sus niños. Pero debemos estar tranquilos. Tenemos una ocasión extraordinaria para multiplicar los actos de caridad más auténtica. ¿Qué derecho tenemos nosotros de juzgar a un pueblo tan sufrido como los afganos? No es que estén saliendo del país los talibanes o los yihadistas, sino las familias que más peligro corren”, subraya.
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