En Piedra Blanca (Catamarca), la tierra que vio nacer, se desarrolló la ceremonia de beatificación del fraile franciscano, periodista, legislador y obispo de Córdoba
El legado papal, cardenal Luis Héctor Villalba, arzobispo emérito de Tucumán, indicó que hoy es un día de fiesta y gozo, un motivo de alegría para la orden de los franciscanos, la Iglesia de Catamarca y de Córdoba y la Iglesia católica, incluida la argentina, por celebrar en Esquiú una nueva esperanza: “Un miembro de la Iglesia, un hombre de nuestra patria, un hermano nuestro, es reconocido beato, honrado e invocado como tal”, dijo.
En la ceremonia de beatificación, Villalba estuvo acompañado por el obispo del lugar, Luis Urbanc, el arzobispo de Córdoba, Carlos Ñañez, por el Nuncio Apostólico, Miroslaw Adamczyk, por el provincial de la Provincia Franciscana de la Asunción OFM, fray Emilio Andrada. Participaron también una veintena de obispos, sacerdotes, religiosos, consagrados y fieles laicos, en una celebración limitada en participación por cuestiones sanitarias.
Sobre el nuevo beato
Nacido en una familia trabajadora y religiosa, ingresó a la orden franciscana donde fue desarrollando distintas funciones: enseñó teología, filosofía, fue director espiritual, formador en el seminario. Se destacaba por su predicación. Estuvo 16 años, fuera del país, y en 1880, fue nombrado obispo de Córdoba. Tres años más tarde, fallece en El Suncho, localidad catamarqueña, a los 56 años.
Durante la homilía, el Cardenal señaló que la Iglesia reconoció en el nuevo beato una figura excepcional, en la que se unió la gracia de Dios y el alma de Esquiú para alumbrar una vida estupenda hasta alcanzar la grandeza moral y espiritual. Como religioso, como sacerdote, como obispo, Esquiú “es un modelo a imitar… una invitación a todos nosotros para que caminemos en la huella abierta por Jesucristo, una invitación para caminar hacia la santidad”.
Villalba destacó que Esquiú buscó ser santo, hacer la voluntad de Dios, grabar en su alma la imagen de Jesucristo. Un hombre de profunda oración y de amor hacia la Virgen y San José. Un hombre de misión que visitaba las comunidades, un pastor humilde y austero, que se entregó a los pobres al estilo de San Francisco.
El legado papal expresó que el religioso “es reconocido como uno de las grandes figuras de nuestro país por su patriotismo ejemplar. Iluminó el orden temporal con la luz del Evangelio, defendiendo y promoviendo la dignidad humana, la paz y la justicia”.
Agregó que la Iglesia y el mundo tiene necesidad de hombres y mujeres santos, que participen de la vida de Dios. La santidad no es una excepción en la vida cristiana, es un llamado a cada uno. “Al declarar beato a Mamerto Esquiú, la Iglesia reconoce públicamente su santidad de vida”, dijo el cardenal.
“Pero la santidad no es sólo don, regalo, sino también un deber”, expresó Villalba. Si bien la gracia es un don gratuito de Dios, implica que el hombre participe y desee vivir la gracia de Dios.
Finalmente, el emérito de Tucumán, agradeció a Dios por la beatificación de Fray Mamerto Esquiú. La Iglesia, al elevarlo como nuevo beato, lo propone como ejemplo a seguir y como intercesor a invocar. “Meditemos en su vida y sigamos su ejemplo”, pidió.
La curación milagrosa atribuida a la intercesión del fray Mamerto fue sobre una niña tucumana, afectada desde su nacimiento por una osteomielitis en el fémur izquierdo, que luego se hizo crónica en las semanas sucesivas. Fue sometida a varias intervenciones quirúrgicas.
La familia fue informada de la gravedad del cuadro y de las complicaciones y consecuencias de la enfermedad. Entonces, la mamá comenzó a pasar sobre la pierna enferma de la pequeña una estampita con la imagen y reliquia del beato, pidiendo con fe que la intercesión para la curación de su hija. Días después, en un nuevo control, se determinó que había desaparecido la enfermedad en el hueso. Todos los médicos, que intervinieron y examinaron la historia clínica, explicaron que la curación es inexplicable desde el aspecto científico.
Hoy, la familia que recibió la gracia fue la encargada de presentar en el altar las especies eucarísticas: el vino y el pan. Al finalizar la Misa, el obispo diocesano Urbanc le entregó a la niña un rosario enviado por el papa Francisco, y le pidió que le rece diariamente a la Virgen.