El secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin, está convencido de que “la verdadera amistad social y la cultura del encuentro no son aspiraciones, sino certezas capaces de orientar la acción de todos y cada uno hacia el bien común”. Con estas palabras, el ‘primer ministro’ de Francisco cerró su conferencia magistral en el II Encuentro de Líderes Católicos Latinoamericanos, dentro de una visita exprés realizada a Madrid.
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El ‘premier’ vaticano animó a los políticos presentes en el aula magna de la Universidad CEU San Pablo a hacer de estos dos términos acuñados por el Papa -amistad social y cultura del encuentro-, los pilares de su servicio al bien común “cumplir nuestro servicio con el mayor compromiso, competencia, transparencia y profesionalidad”. Así, expuso que estos términos no son únicamente “enunciados o principios”, sino que exigen “aplicaciones posibles y concretas”. De esta manera, su intervención fue una muestra de la sintonía sin fisuras entre Pietro Parolin y Jorge Mario Bergoglio, borrando cualquier sombra de dudas sobre el trabajo en equipo entre el Pontífice y su número dos.
Integración, cohesión, identidad y diálogo
Al ahondar en el concepto de la cultura del encuentro, Parolin lo presentó como “un paso que expresa la idea de integración, cohesión, identidad y diálogo”. Sin embargo, lograrlo es “a menudo difícil y lento”. Para el secretario de Estado, “la cultura del encuentro elimina la exclusión, el desprecio y la rígida división en categorías que atribuyen una dignidad distinta, quizá diferentes derechos fundamentales o tratos discriminatorios”.
Sobre la amistad social, expuso que “no es puro sentimiento, ni una construcción del pensamiento —¡cuántas ideologías han hecho de la amistad la base de sus programas!— sino el efecto de la acción política, de la mejor, la que es capaz de comprender las exigencias desde abajo y trasladarlas subsidiariamente al plano decisorio, legislativo, económico y social”.
No a la homogeneización
Solo con este punto de partida, esta amistad social conforma “una sociedad abierta, que se extiende más allá de los límites territoriales, políticos o económicos porque es capaz de mirar más lejos”. “La cultura del encuentro y la amistad social no se confunden con esa homogeneización que el proceso de la globalización ha sostenido en estos años, intentando uniformar comportamientos y programas, pero sobre todo mercados, instrumentos de la economía y de las finanzas”, denunció.
En esta línea, animó a los políticos católicos a “encontrar un lugar adecuado, sin tonos declaratorios o intenciones celebrativas, sino más bien llevar a cabo un “servicio” con un planteamiento que privilegia el diálogo”.
Salir de la crisis
Con la mirada puesta en el mundo post covid, Parolin compartió que “la exigencia de salir de una crisis profunda y difícil de interpretar, pide en primer lugar que se refuercen los equilibrios sociales, las economías, la estructura de los países y las capacidades de los gobiernos”. Desde ahí, hizo un llamamiento “a las instituciones locales o a los parlamentos y gobiernos nacionales que establezcan estrategias y protocolos comunes, y que motiven el establecimiento de acuerdos entre los estados”.
La voz de denuncia del purpurado fue más allá al aterrizar en el problema de universalización de la vacuna contra el coronavirus: “¿Cuál es la proporción en la que se distribuye entre los ocho mil millones de personas que habitan el planeta?”.
Frente a la emergencia
Esta espiral de crisis llevó al diplomático italiano a mostrar su preocupación por el hecho de que se pueda caer únicamente en un programa de emergencia o de “funcionalismo del momento”, de la misma manera que se puede derivar en otros polos “con intereses particulares, y sin una visión de futuro”. “Si las acciones que emprenden o los programas que elaboran los gobernantes y los legisladores no son el resultado de una buena política, efectiva y compartida, permanecen parciales o ampliamente excluyentes”, advirtió.
En todo este camino, Parolin es consciente de que pueden aparecer situaciones de conflicto. Siguiendo el pensamiento de Francisco, apuntó que el político creyente ha de apostar por “sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso”.
Defensa de la democracia
El secretario de Estado lamentó que “no es una novedad que la democracia, la libertad, la justicia y la unidad se perciban cada vez más como meros componentes del lenguaje político, en lugar de ser factores inspiradores de un programa político, de la conducta de las instituciones y del tejido social de una nación”.
El ‘primer ministro’ vaticano les animó a tener “una valentía creativa” con el fin de lograr “en acción política y en la acción de los políticos, una dimensión antropológica fundada, que pone al centro la persona, una exacta idea de justicia a la que se le reconoce el valor de regulador social, y una política coherente”.
Ámbitos diferentes
Parolin admitió que “política, derecho y economía, o ética, religión y moral son ámbitos evidentemente diferentes, aunque casi siempre subsidiarios o al menos complementarios, hoy están a menudo fuertemente contrapuestos y orientados de hecho sólo en función de decisiones pragmáticas y por tanto problemáticas en cuanto a los resultados u objetivos a alcanzar”.
En su ponencia, el secretario de Estado respaldó “una constante en el magisterio del Papa Francisco” que hizo suya: “La necesaria preocupación por los que más sufren, por los que son descartados, volviéndose casi invisibles, víctimas de políticas y de estrategias económicas que sólo encuentran referencia en los datos analíticos, en los índices de producción o en la escala de eficiencia”.
Programas de desarrollo
En este sentido, remarcó que “no se trata simplemente de reconvertir los recursos del gasto hacia programas de desarrollo”. Para el cardenal, la lucha contra la pobreza y superar la pandemia “no necesitan respuestas, sino ser gobernados, porque afectan a la familia humana en su totalidad y en su futuro”. “Esto requiere que el ejercicio de la autoridad no coincida con una visión personal, partidista o nacional, sino más bien con un sistema organizado de personas e ideas compartidas y posibles, capaces de asegurar el bien común mundial”, setenció.
Solo así, el purpurado concluyó que se podrá “abrir el futuro de la familia humana hacia nuevos espacios, sin dejarnos atemorizar por el miedo y las adversidades”.