Que el ‘primer ministro’ vaticano realice una visita relámpago a una ciudad puede venir motivado por una crisis diplomática o para ofrecer el máximo respaldo posible a una determinada iniciativa en nombre del Papa. En definitiva, el aval de Roma. Este parece ser el caso de su escapada de apenas unas horas a Madrid, el pasado 4 de septiembre, para participar en el II Encuentro de Líderes Católicos Latinoamericanos.
Un apoyo que es fruto de una implicación personal prepandémica con este proyecto que busca acompañar a aquellos cristianos que deciden dar un salto para implicarse en la vida pública. Una cita tan reseñable como inadvertida para el Episcopado español y para el propio nuncio, comprometidos con la ordenación episcopal de Mondoñedo-Ferrol.
Sí le acompañó el cardenal Carlos Osoro, que ejerció de algo más que de anfitrión para el secretario de Estado. El arzobispo de Madrid se ha convertido en el ‘capellán’ de este grupo de políticos, a quienes lo mismo ilumina en retiros virtuales que les acompaña en sus preocupaciones cotidianas a golpe de teléfono móvil.
En total, 70 políticos de 19 países. Unos, más a la izquierda; otros, más a la derecha. Los más, centrados. En el sentido más sano y menos partidista del término. Unos, con la voz de la experiencia; y otros, con el reto de tener que aplicar lo reflexionado en sus quehaceres, tanto pasado mañana en un senado como en un ayuntamiento. Todos, bajo el lema ‘Una cultura de encuentro en la vida política para el servicio de nuestros pueblos’.
En el aula magna de la Universidad CEU San Pablo, con los participantes estratégicamente diseminados por las reestricciones pandémicas, el premier vino a hacer una defensa cerrada del pontificado de Francisco aplicado a la política. O lo que es lo mismo, aterrizó en cuarenta minutos el magisterio papal en la arena de los parlamentarios y concejales, desde los conceptos de la amistad social y la cultura del encuentro, es decir, desde los términos que vertebran Fratelli tutti y Evangelii gaudium.
“La verdadera amistad social y la cultura del encuentro no son aspiraciones, sino certezas capaces de orientar la acción de todos y cada uno hacia el bien común”, enfatizó, eliminando cualquier sombra de utopía sobre la propuesta de Jorge Mario Bergolio. Así, expuso que estos términos no son únicamente “enunciados o principios”, sino que exigen “aplicaciones posibles y concretas”.
Sin buscarlo, Pietro Parolin parecía corresponder al elogio de su ‘jefe’, que apenas tres días antes, en la entrevista con la COPE, le presentaba como “el mejor diplomático que he conocido”. De paso, borraba de un plumazo las cantinelas que hablan de desavenencias entre ambos.
El purpurado italiano pronunció, literalmente, una lección magistral sobre cómo los políticos deben “encontrar un lugar adecuado, sin tonos declaratorios o intenciones celebrativas, sino llevando a cabo un ‘servicio’ con un planteamiento que privilegia el diálogo”. Como uno más entre el grupo por sus responsabilidades institucionales, compartió la necesidad de “cumplir nuestro servicio con el mayor compromiso, competencia, transparencia y profesionalidad”.
Al ahondar en el concepto de la cultura del encuentro, Parolin lo presentó como “un paso que expresa la idea de integración, cohesión, identidad y diálogo”. Sin embargo, lograrlo es “a menudo difícil y lento”. Para el secretario de Estado, “elimina la exclusión, el desprecio y la rígida división en categorías que atribuyen una dignidad distinta, quizá diferentes derechos fundamentales o tratos discriminatorios”.
Sobre la amistad social, expuso que “no es puro sentimiento, ni una construcción del pensamiento –¡cuántas ideologías han hecho de la amistad la base de sus programas!–, sino el efecto de la acción política, de la mejor, la que es capaz de comprender las exigencias desde abajo y trasladarlas subsidiariamente al plano decisorio, legislativo, económico y social”.