Más que un discurso, el Papa ha mantenido una conversación con los jóvenes eslovacos –pese a las dificultades del lenguaje–. En torno a 20.000 ‘millennials’ le han recibido en el Estadio Lokomotiva de Košice. Tres de ellos le han compartido su testimonio –con preguntas incluidas–. Por eso, Francisco, que sabía de sus preocupaciones con anterioridad, ha dedicado sus palabras a responderles.
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Petra ha explicado al Pontífice cómo el sacramento del perdón le cambió la vida. “Cuando estamos decaídos, ¿qué podemos hacer? Hay un remedio infalible para volver a levantarse: la confesión. Si yo les pregunto: ‘¿En qué piensan cuando van a confesarse?’, estoy casi seguro de la respuesta: ‘En los pecados’. Pero —les pregunto—, ¿los pecados son verdaderamente el centro de la confesión?”, ha preguntado el Papa esperando una respuesta. Y la ha tenido: un rotundo ‘no’ de los jóvenes.
Francisco tiene clara la respuesta: “No vamos a confesarnos como unos castigados que deben humillarse, sino como hijos que corren a recibir el abrazo del Padre. Y el Padre nos levanta en cada situación, nos perdona cada pecado. Después de cada confesión, quédense un momento recordando el perdón que han recibido. No los pecados, que no están más, sino el perdón que Dios les ha regalado. Eso atesórenlo, no dejen que se lo roben. Y cuando vuelvan a confesarse, recuerden: voy a recibir una vez más ese abrazo que me hizo tanto bien”.
Como ha recalcado el Papa, “no voy a un juez a ajustar cuentas, voy a encontrarme con Jesús que me ama y me cura. Demos a Dios el primer lugar en la confesión. Si Él es el protagonista, todo se vuelve hermoso y la confesión se convierte en el sacramento de la alegría. Sí, de la alegría, no del miedo o del juicio, sino de la alegría. Y es importante que los sacerdotes sean misericordiosos. Nunca curiosos, nunca inquisidores, por favor, sino hermanos que dan el perdón del Padre, que acompañan en este abrazo del Padre”.
“Pero alguno podría decir: ‘Yo igualmente me avergüenzo, no logro superar la vergüenza de ir a confesarme’. No es un problema, es algo bueno. Si te avergüenzas, quiere decir que no aceptas lo que has hecho. La vergüenza es un buen signo, pero como todo signo pide que se vaya más allá. No permanecer prisionero de la vergüenza, porque Dios nunca se avergüenza de ti. Él te ama precisamente allí, donde tú te avergüenzas de ti mismo. Y te ama siempre”, ha explicado.
Al mismo respecto, ha señalado otra típica duda: “‘Yo no consigo perdonarme, por tanto, ni siquiera Dios podrá perdonarme, porque caigo siempre en los mismos pecados’. Pero, ¿cuándo se ofende Dios, cuando vas a pedirle perdón? No, nunca. Dios sufre cuando nosotros pensamos que no puede perdonarnos, porque es como decirle: ‘¡Eres débil en el amor!’. En cambio, Dios siempre se alegra de perdonarnos. Cuando vuelve a levantarnos cree en nosotros como la primera vez, no se desanima. Somos nosotros los que nos desanimamos, Él no”.
Es más, ha puntualizado: “Dios no ve unos pecadores a quienes etiquetar, sino unos hijos a quienes amar. No ve personas fracasadas, sino hijos amados; quizá heridos, y entonces tiene aún más compasión y ternura. Y cada vez que nos confesamos en el cielo se hace una fiesta. ¡Que sea así también en la tierra!”.
El amor en la pareja
Por otro lado, Peter y Zuzka le han preguntado acerca del amor en la pareja. “El amor es el sueño más grande de la vida, pero no es un sueño de bajo costo. Es hermoso, pero no es fácil, como todas las grandes cosas de la vida. Es el sueño, pero no es un sueño fácil de interpretar”, ha comenzado diciendo el Pontífice.
Así, les ha pedido no “banalizar” el amor, porque “el amor no es solo emoción y sentimiento, esto en todo caso es al inicio. El amor no es tenerlo todo y rápido, no responde a la lógica del usar y tirar. El amor es fidelidad, don, responsabilidad”.
Para Jorge Mario Bergoglio, “la verdadera originalidad hoy, la verdadera revolución es rebelarse contra la cultura de lo provisorio, es ir más allá del instinto y del instante, es amar para toda la vida y con todo nuestro ser. No estamos aquí para ir tirando, sino para hacer de la vida una acción heroica”.
Y ha continuado: “Todos ustedes tendrán en mente grandes historias, que leyeron en novelas, vieron en alguna película inolvidable, escucharon en relatos emocionantes. Si lo piensan, en las grandes historias siempre hay dos ingredientes: uno es el amor, el otro es la aventura, el heroísmo. Siempre van juntos. Para hacer grande la vida se necesitan ambos: amor y heroísmo”.
En este sentido, les ha pedido echar la vista hacia Jesús, pues en Él convive el amor y el heroísmo: “Un amor sin límites y la valentía de dar la vida hasta el extremo, sin medias tintas”. También en la beata Anna Kolesárová –”una heroína del amor”–, asesinada por un soldado soviético en 1944. “Ella nos dice que apuntemos a metas altas. Por favor, no dejemos pasar los días de la vida como los episodios de una telenovela”, ha subrayado.
Los jóvenes y el abrazo a la cruz
Por último Peter y Lenka han preguntado al Papa cómo animar a los jóvenes para que no tengan miedo de abrazar la cruz. “Abrazar: es un hermoso verbo. Abrazar ayuda a vencer el miedo. Cuando somos abrazados recuperamos la confianza en nosotros mismos y en la vida. Entonces dejémonos abrazar por Jesús. Porque cuando abrazamos a Jesús volvemos a abrazar la esperanza”, ha indicado.
Eso sí, ha puntualizado: “La cruz no se puede abrazar sola, el dolor no salva a nadie. Es el amor el que transforma el dolor. Por eso, la cruz se abraza con Jesús, ¡nunca solos! Si se abraza a Jesús renace la alegría. Y la alegría de Jesús, en el dolor, se transforma en paz. Les deseo esta alegría, más fuerte que cualquier otra cosa. Quisiera que la lleven a sus amigos. No sermones, sino alegría. No palabras, sino sonrisas, cercanía fraterna”.