Es Jesús entrando en las aguas para rescatar a Pedro. Es el padre Luigi Usubelli embarcándose con Open Arms para evitar sumar más víctimas al cementerio en el que la crisis migratoria ha convertido el Mediterráneo, como recuerda Francisco. Es la ley del mar: ningún náufrago a la deriva. Es, en definitiva, el Señor salvando a la humanidad. Este sacerdote, responsable de la comunidad italiana de Barcelona, es ya el ‘capellán’ de las pateras.
Este mismo mes, Luigi se embarcaba en el Astral, el icónico velero con el que Òscar Camps, fundador de la ONG de socorristas, se adentraba por primera vez en el mar en 2015 para salvar vidas. Es la misión 85 del barco y, por primera vez, un cura a bordo.
Podría haberse quedado en el sofá de su casa, en el extrarradio de la Ciudad Condal, desde donde charla el 17 de septiembre con Vida Nueva a través de videollamada, pero no. El P. Luigi decidió embarcarse para que hubiera una presencia de Iglesia en el mar. Y lo hacía desde una consciencia clara: “No iba Luigi, iba la Iglesia”.
El fui forastero y me acogisteis (Mt 25,35) es conocido por todos, pero no pocos miran para otro lado. ¿Por qué los migrantes? “Yo soy migrante. Soy migrante en España, migrante de Serie A, porque soy italiano”, sentencia haciendo referencia a la primera división de la liga de fútbol de su país.
“Antes estuve en Australia y también de misionero en Cuba durante cinco años. Al final, si he podido desarrollar mi camino de vida humana y sacerdotal es porque he encontrado acogida allí donde la Iglesia me ha enviado. Quizá por eso estoy tan sensibilizado con el tema. De hecho, viví toda mi infancia llena de niños. Mis padres trabajaban en una colonia de niños pobres del sur de Italia que el ayuntamiento de Milán enviaba a mi pueblo en Bérgamo. Siempre en medio de migrantes. Me crié con esta perspectiva multicolor. Para mí es un valor añadido”, subraya de un tirón.
Y añade: “Ahora trabajo con migrantes italianos, pero que son de Serie A, repito. Por eso pensé que sería bueno estar con aquellos migrantes a los que no se le reconocen sus derechos”.
El P. Luigi ya tenía relación con la ONG italiana Mediterranea Saving Humans, con la que, precisamente, se embarcó el también sacerdote Mattia Ferrari en mayo de 2019. Pero para vivir una experiencia desde Barcelona había que hacerlo con una organización española. Así fue como Peio Sánchez, rector de la parroquia de Santa Anna –donde el sacerdote también colabora con los sin techo– le puso en contacto con Camps.
“Hablé con Òscar 15 minutos en una videollamada. Ahora quiero ir a conocerlo. Es una persona con una elección radical, radicalidad evangélica. Una persona muy sobria. Y eso me gustó. Cuando charlé por primera vez con él me sugirió que hiciera una experiencia en un barco para ver cómo era el panorama y luego a ver qué surge”, explica. Y así fue.
Entonces cogió un avión a Roma para pedir permiso a sus superiores, empezando por el Vaticano. “Entré en contacto con el subsecretario de la Sección Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, el P. Fabio Baggio, que apoyó la propuesta. Pedí permiso a mi obispo en Bérgamo, Francesco Beschi, y también al cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella”, señala.
“Todos me dijeron que sí y me apoyaron. Por eso pude vivir esta experiencia”, recalca. De todos los encuentros, rememora el mantenido con el también presidente de la Conferencia Episcopal Española, pues “fue bastante cómico”. “Le conté mi idea y le dije que ya había pedido permiso en Roma y en Bérgamo. Entonces él, riéndose, me dijo: ‘¿Y yo cómo voy a decirte que no?’. Él estaba contento. Le pareció una buena idea”, comenta.
El sacerdote dice que ellos le enviaron porque precisamente ellos le autorizaron. “Esta es una idea que ha madurado en mí. La Conferencia Episcopal Italiana (CEI) me dijo que viviera la experiencia y luego valoraríamos qué puede surgir a partir de aquí de una presencia más estructurada en este mundo, en clave de testimonio”, afirma.
Para Usubelli, “la Iglesia siempre está en todas las periferias existenciales, como las llama el Papa, pero creo que en el mar, precisamente, faltamos. Estamos muy presentes y muy bien en la acogida en tierra, pero no aquí. No se trata de una presencia confesional. Es decir, yo estuve ahí como voluntario. Me han acogido muy bien. Era uno más. Eso sí, ellos saben que soy cura y ahí surgen preguntas…”, deja caer.
De hecho, entre preguntas y respuestas se topó con el capitán, o el capitán con él. Un griego ortodoxo que le pidió que hicieran las guardias nocturnas juntos. “Le gustaba hablar de espiritualidad y de teología. Fue muy bonito. Sin forzar nada, pero a mí me parece importante estar presente como Iglesia. Y no tiene que ser necesariamente un cura, puede ser un religioso, un diácono o un laico”, indica.
Según señala, su presencia no era tanto humanitaria sino espiritual, “para mí mismo y para luego transmitírselo a los demás”. “Como se dice en el Nuevo Testamento: dar razón de nuestra esperanza. Esa era mi misión en el Astral”. La tripulación la componían 12 personas –entre ellos la misma hija de Camps–, con una edad media baja, pues había mucha presencia de jóvenes.
Un hecho que hizo al P. Luigi plantearse que “sería interesante que en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, en nuestros movimientos, pudiera existir un campo de trabajo con Open Arms, una experiencia de humanización y testimonio cristiano en esta ONG. Sin tener la premisa de convertir a nadie, pero sí de hacernos cercanos con esta realidad”.