En el marco de la 107 Jornada Mundial, el responsable de la Dimensión Episcopal de Pastoral de la Movilidad Humana, José Guadalupe Torres Campos, exhortó al gobierno a recuperar la tradición de país de “brazos abiertos”
El responsable de la Dimensión Episcopal de Pastoral de la Movilidad Humana y obispo de Ciudad Juárez (estado de Chihuahua), José Guadalupe Torres Campos, aseguró que es momento de abrir los corazones y dejar de ver a la persona migrante y refugiada como “el otro”; “comencemos a sentirlos como parte de ‘nosotros’, como lo instruye el papa Francisco, ‘un nosotros cada vez más grande’, donde caben todas las personas y todas las nacionalidades”.
En el marco de la 107 Jornada Mundial del Migrante y Refugiado que se celebra este día y que lleva como lema ‘Hacia un nosotros cada vez más grande’, el obispo Torres Campos dijo que la Iglesia exhorta al gobierno mexicano a “abandonar la política migratoria de brazos armados y recuperar nuestra tradición de país de brazos abiertos para acoger, proteger, promover e integrar a las personas migrantes, de manera que todos unidos formemos un nosotros cada vez más grande, donde haya espacio y oportunidades para todos”.
Asimismo, refirió que el llamado del Santo Padre Francisco en esta Jornada es para llevar la alegría y la esperanza del Evangelio a un mundo amenazado por el odio, la exclusión, y la división, donde las personas marginadas no tienen voz ni rostro.
“En palabras del Santo Padre, hoy la Iglesia está llamada a salir a las calles de las periferias existenciales para curar a las personas heridas y buscar a quienes están perdidas, sin prejuicios o miedos, sin proselitismo, pero dispuesta a ensanchar el espacio de su tienda para acoger a todas y todos”, añadió.
Para el Responsable de la Dimensión de Pastoral de la Movilidad Humana de la Conferencia del Episcopado Mexicano, las personas migrantes, quienes solicitan asilo y refugio, y quienes son víctimas de desplazamiento forzado interno, son los rostros “de esta Iglesia peregrina, llena de color, diversidad y sueños por cumplir”.
Hizo un llamado a la comunidad católica para que, en comunión con el Santo Padre, “abramos nuestros corazones y derribemos los muros de la discriminación, de los prejuicios, y el rechazo a quienes más sufren. Extendamos la mano a quienes caminan y transitan por nuestras calles, parroquias y diócesis, a esas personas migrantes que huyen de la represión y el dolor, que buscan el amor y la libertad que no pueden encontrar en sus países de origen”.
El obispo manifestó que es posible soñar con un mundo más fraterno, sin fronteras, sin represión, sin violaciones a los derechos humanos. Citando la encíclica ‘Fratelli tutti’, recordó que “en este mundo creado por Dios, somos compañeras y compañeros del mismo viaje, hijos e hijas de esta misma tierra que es nuestra casa común, todos hermanos y hermanas”.
Finalmente, pidió a “Santa María Virgen, nos acompañe en este peregrinar, y que con su manto cobije y cuide de nuestras familias migrantes y refugiadas y a nosotros nos dé la fuerza de seguir construyendo un nosotros cada vez más grande con signos concretos de acogida para todos”.