A los 50 años de la publicación del libro Teología de la Liberación. Perspectivas’, del sacerdote y teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, acta fundacional de algo más que una corriente de pensamiento, cabría preguntarse por su vigencia. En esta era pospandémica y de nativos digitales, ¿en qué estado de salud se encuentra esta llamada teología nacida de y para los pobres?
Mucha agua ha corrido bajo el puente, con el coronavirus a cuestas. Los niveles de pobreza han alcanzado cifras que no se veían desde hace 20 años. Como apunta a Vida Nueva el teólogo brasileño Leonardo Boff, “mientras exista un pobre en el mundo que grita bajo la injusticia de su situación, habrá siempre algún cristiano que va a levantarse”.
Boff lo pone en perspectiva: “La centralidad otorgada por la Teología de la liberación a los pobres del mundo dio dignidad y respetabilidad a la Iglesia y le ayudó a ver la raíz evangélica de su opción por los pobres en favor de la justicia social. Ayudó a todos a entender que lo opuesto a la pobreza no es la riqueza, sino la injusticia, y solo mediante la justicia social podrá haber una sociedad de libres y liberados”.
Para entender sus orígenes, hay que remontarse tres años antes de la publicación de la obra de Gustavo Gutiérrez. Corría el año 1968, y la ciudad colombiana de Medellín, se convirtió en el epicentro de la II Asamblea General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Eran tiempos de convulsiones sociales y crisis políticas, una América Latina gobernada por férreas dictaduras de derechas.
Algunos curas colgaron sus sotanas y, fusil al hombro, se fueron en pos de una revolución, como Camilo Torres (Colombia) o Néstor Paz (Bolivia). Emergieron prelados críticos con el sistema: Mauricio Lefebvre, en Bolivia, y Óscar A. Romero, en El Salvador, ambos asesinados posteriormente con sevicia.
Es así como más de 150 obispos y 130 sacerdotes, religiosos y laicos se propusieron en Medellín dar cuerpo al Concilio Vaticano II, tras declarar que “la Iglesia Latinoamericana tiene un mensaje para todos los hombres que en este continente tienen hambre y sed de justicia”.
Con esta premisa, ¿sigue viva o está muerta la Teología de la liberación? A Andrés Gallego, profesor de teología de la Pontificia Universidad Católica del Perú y mano derecha de Gustavo Gutiérrez, le parece “curioso que esta pregunta todavía exista, cuando, sin duda, la Teología de la liberación actualmente tiene una presencia en la vida de la Iglesia como, posiblemente, nunca la tuvo”. Es más, subraya que, “con el correr de los años, se ha ido profundizando y ampliando. Su influencia y presencia en las nuevas teologías es evidente. Se trata de las teologías india, feminista, latina en Estados Unidos, negra en África y Asia”.
El discípulo de Gutiérrez se detiene en otra aportación de su mentor: “Su método teológico, de donde se deducen sus tres aportes básicos: la opción preferencial por los pobres, el compromiso como práctica cristiana y la unidad de la historia como lugar donde se revela Dios y se produce la salvación”. Así, enfatiza cómo para el sacerdote dominico peruano –que ha cumplido ya 93 años– “entender la teología como acto segundo supone que hacer teología es ponerle nombre a nuestra experiencia de Dios; lo primero, será experimentar a Dios”.
Esto se resumiría, en palabras del propio Gutiérrez, en una frase: ‘Mi método es mi espiritualidad’. “El método, en este caso –aclara Gallego–, es un estilo de vida, una práctica cristiana que se vive en la liberación de los pobres. Por eso, la pregunta al que se define como teólogo no debe ser tanto cómo es tu teología, sino cómo es tu práctica”.
Desde el equipo de Amerindia, Manoel Godoy asegura que “la Teología de la liberación nunca ha reclamado su permanencia eterna en el escenario de la Iglesia, porque, para ella, lo que importa es el primer acto, es decir, la realidad, que es dinámica y cambiante”. Por ende, “mientras haya una reflexión crítica de la realidad confrontada con la Palabra de Dios, con la tradición y con el magisterio de la Iglesia, habrá Teología de la liberación”.
El presbítero brasileño invita a preguntarse a quienes afirman que ha muerto: “¿No hay más víctimas, no hay más crucificados en la historia?”. De hecho, considera que ha evolucionado por los aportes de quienes “han entendido que el planeta gime junto a las víctimas y crucificados, dándole un nuevo vigor a la ecoteología de la liberación”. “Como dice el papa Francisco en Laudato si’, todo está interconectado, y advierte que, cuando en la realidad misma no se reconoce la importancia de una persona pobre, un embrión humano, una persona con discapacidad, por poner algunos ejemplos, es difícil que sepa escuchar los gritos de la propia naturaleza”, subraya sobre este nuevo desarrollo.
Las mujeres de Amerindia también comparten este devenir. La teóloga mexicana Socorro Martínez explica que, desde los pueblos creyentes de la Amazonía, “se abre una praxis liberadora en fidelidad a Jesús de Nazaret, y que la teología reflexiona, desde una atenta escucha, para escudriñar los clamores de los pequeños de la tierra, que, pese a ser los ninguneados, se yerguen como pueblo digno con acciones colectivas hacia el bien común”.
Por ello, esta religiosa del Sagrado Corazón sostiene que “la Teología de la liberación cobra vigencia, con un método que parte de la realidad y hace la reflexión teológica”, a partir de “violencias como el extractivismo, las culturas destruidas, los ríos envenenados y miles de vidas arrasadas por el COVID-19”.
María José Caram, pensadora argentina, por su parte, apunta que, desde los 70 hasta nuestros días, “el contexto ha cambiado, pero –como decía Pedro Casaldáliga– están los pobres y, en ellos, está Dios, motivo más que suficiente para que la Teología de la liberación continúe”. En este sentido, señala que “el amor brota del encuentro con Dios en los pobres y en el discipulado misionero, como hijos e hijas de nuestra hermana Madre Tierra, todos hermanos y hermanas, y de la reflexión sobre esta experiencia de fe”.
De ahí que “Francisco, con sus gestos y palabras, nos sigue confirmando en ese camino” a través de los documentos guía de su pontificado, como Evangelii gaudium, Laudato si’ y Fratelli tutti. “Todos llevan la marca de la Iglesia latinoamericana”, asevera, al tiempo que defiende: “La Teología de la liberación no es una ideología, es un testimonio de la fe de comunidades cristianas que caminan a la luz del Evangelio”.
Ideología, política, la huella del marxismo… Dos imágenes contrapuestas con Ernesto Cardenal como protagonista. La reprimenda de Juan Pablo II en la pista del aeropuerto de Managua y la imagen de la restitución a pie de cama en un hospital casi cuatro décadas después. ¿Hasta qué punto resulta herética o profética la Teología de la libertación?
Pedro Trigo, jesuita venezolano, prefiere entenderla “desde el Concilio Vaticano II, ya que es la teología que está en el trasfondo de Medellín, que es su recepción autorizada, fiel y creativa en nuestra América”. Por consiguiente, “puede sonar, no digo a herejía, sino a novedad inasimilable a los que se identificaron con la cristiandad postridentina”.
“A estos les resulta igualmente inasimilable el Concilio”, subraya. Incluso argumenta que pone en práctica lo demandado en el Vaticano II: “La vuelta a Jesús de Nazaret a través de la lectura orante de los evangelios”. Desde ahí, se muestra convencido de que es profecía: “Dice a la Iglesia y al mundo lo que Dios quiere. El que lo dice más claro es el papa Francisco”.
En cuanto a la postura de Wojtyla, cree que “le vendieron maliciosamente la idea de que los teólogos de la liberación eran comunistas infiltrados en la Iglesia”. Frente al usufructo que gobiernos de izquierda en América Latina han hecho de esta corriente para posicionar sus proyectos políticos, Boff es tajante: “Lo nuevo es superar el asistencialismo y el paternalismo, que no dejan de ser expresiones de compasión y de caridad cristiana, pero que mantienen situaciones de pobreza”.