Son auténticos herederos de los padres y madres del desierto. El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que “oculta a los ojos de los hombres, la vida del eremita es predicación silenciosa de Aquel a quien ha entregado su vida, porque Él es todo para él. En este caso, se trata de un llamamiento particular a encontrar en el desierto, en el combate espiritual, la gloria del Crucificado” (n. 921).
El Código de Derecho Canónico caracteriza a los ermitaños como aquellos que, aunque no realicen públicamente los votos de pobreza, castidad y obediencia, “con un apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad, la oración asidua y la penitencia, dedican su vida a la alabanza de Dios y salvación del mundo” (can. 603). Con este marco, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica busca trazar las líneas básicas de este estado de vida que mantiene vivo el espíritu de los anacoretas para abrazar los problemas del mundo en la ascesis, el retiro y la oración contemplativa.
Tanta es la actualidad que, en algunos de los lugares en los que esta forma de vida ha germinado en España, ha llegado a tener hasta lista de espera. Es el caso del Yermo Camaldulense de Nuestra Señora de Herrera, en un lugar recóndito en el parque natural de los Montes Obarenes en Burgos. Desamortizado por Mendizábal el monasterio en el siglo XIX, carmelitas y trapenses lo ocuparon hasta que, en 1921, una congregación de la camáldula lo adquiere.
Aunque los procesos vocacionales se han estabilizado y la comunidad cuenta ahora con seis monjes que celebrarán el centenario “con mucha sencillez”, señalan. La pandemia obligó a cerrar la hospedería y los religiosos afrontaron las dificultades económicas y las restricciones “haciendo más vida de monjes que nunca, con mayor soledad y silencio, ya que no pasaban senderistas o ciclistas ni tampoco salían a hacer la compra”.
El complejo cuenta con doce casitas. Cada hermano tiene en su estancia cuatro ambientes bien diferenciados en los que pasa la mayor parte del día: la cama, una salita para leer y escribir, el oratorio y el cuarto de baño. Junto a las estancias hay una huerta en la que cada uno cultiva hortalizas y verduras, ya que la carne no figura en el menú de la congregación. Espacios comunes son una sala para recibir a familiares y visitas, el cementerio o un estanque en el crían truchas.
El elemento diferenciador con otros ermitaños es que hay una reunión diaria tras la cena de toda la comunidad o la realización de algunas tareas comunes, como puede ser la atención a las colmenas. Sin televisión e Internet, el mundo lo siguen gracias a medios como Vida Nueva, que recibe el padre prior y cuyas noticias más destacadas comparte con los hermanos. Sin presencia en las redes, el relevo generacional que está viviendo el monasterio –que estuvo a punto de cerrar hace dos décadas– es providencial. Ahora proyectan restaurar en primavera las zonas más deterioradas del edificio.
Aunque, en este sentido, un punto determinante ha sido la creación de la Fraternidad de Laicos Camaldulenses, una forma de trasladar este carisma para –como se definen ellos– “ser contemplativos en la vida cotidiana”. “Una presencia discreta y respetuosa”, señalan los monjes, de hombres y mujeres que hacen la opción más radical al introducir en sus vidas pequeños tiempos de oración, meditación, lectura de la Biblia, silencio y soledad. El grupo nació en 2008 y acompaña a los hermanos en retiros y en ocasiones especiales.
El próximo 22 de octubre, el hermano Abdón Rodríguez Hervás será ordenado sacerdote. Aunque hace unos años estaba a punto de irse solo a una ermita en Jaén y, como monje, también había visto posibilidades de llevar una vida retirada cerca de la comunidad de Vizcaya en la que ha estado unos años. Sin embargo, la Regla de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, a la que pertenece, prevé que el prior reciba el sacramento del orden como una forma concreta de servicio a la comunidad.
Y es que ha sido elegido como nuevo superior del Monasterio de Santa María de las Escalonias, en Hornachuelos (Córdoba), después de que el anterior haya sido nombrado abad del monasterio de Santa María la Real de la Oliva, en Navarra. Una nueva etapa, pues, tras pasar por la hospedería, la tienda, la enfermería, el huerto o la encomienda de maestro de novicios acompañando a jóvenes. En el caso de los tres últimos que han llegado a Las Escalonias, han iniciado su experiencia gracias a las redes sociales del monasterio.
En pocos meses, la vida del hermano Abdón ha cambiado, pero la idea de cumplir su “sueño y aspiración de llevar una vida de ermitaño no ha cambiado”, aunque ha tenido que posponerlo los seis años que dura su mandato. El nuevo cargo y afrontar en apenas unos meses el proceso para ordenarse como sacerdote está siendo una etapa intensa e incluso con momentos dolorosos. El de cura, confiesa, “era el único oficio que me quedaba por hacer”, y le ha llegado por sorpresa y sin buscarlo, ya que –explica– “uno cuando entra desea ser monje y no desea otra cosa…”.