Hacía mucho tiempo, más de un año, que la Basílica de San Pedro no se veía tan concurrida en una celebración. Más de tres mil personas llenaban su nave central y parte de las laterales para asistir a la eucaristía presidida por el Santo Padre con motivo de la inauguración de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, cuyo tema es Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión.
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Se trata del pistoletazo de salida oficial a la mayor consulta convocada hasta la fecha en la Iglesia que pretende contar con creyentes y no creyentes: primero, en una fase local que se abre el 17 de octubre y que durará seis meses, y, posteriormente, desembocará en una fase continental, hasta llegar de nuevo a Roma.
A las diez en punto del domingo 10 de octubre, se inició la solemne procesión en la que participaban más de dos centenares de cardenales, obispos y sacerdotes, todos revestidos con casullas verdes. Les precedían 25 representantes del Pueblo de Dios procedentes de los distintos continentes. Este grupo se acercó al altar de la confesión para recibir del Papa un saludo especial.
Después de la proclamación del Evangelio –con el episodio del joven rico que se acercó a Jesús para pedirle qué debía hacer para seguirle–, el Papa pronunció su esperada homilía, una verdadera catequesis sobre la “aventura del camino sinodal”. “¿Estamos dispuestos –preguntó– o sentimos miedo ante las incógnitas y preferimos refugiarnos en las excusas del ‘no sirve’ o del ‘siempre se ha hecho así’?”.
Encontrar, escuchar y discernir
Bergoglio seleccionó tres verbos que deben guiar este Sínodo tan especial: encontrar, escuchar y discernir. “Estamos llamados –exhortó– a convertirnos en expertos en el arte de encontrar… Todo encuentro, lo sabemos, requiere apertura, valentía, disponibilidad para dejarse interpelar por el rostro y la historia del otro. Mientras, a menudo, preferimos refugiarnos en encuentros formales o ponernos la máscara de circunstancia –el espíritu clerical de corte: soy más monsieur l’abbé (el señor sacerdote) que padre–, el encuentro nos cambia y con frecuencia nos sugiere nuevos caminos que no pensábamos recorrer”.
“Cuando escuchamos con el corazón –comentó sobre el segundo verbo–, sucede esto: el otro se siente acogido, no juzgado, libre de narrar su propia vivencia y el propio recorrido espiritual… El Espíritu nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y cambios que nos pone delante. No insonoricemos el corazón, no nos blindemos dentro de nuestras certezas. Las certezas tantas veces nos cierran. Escuchémonos”.
“Discernir –aseguró finalmente– es una preciosa indicación también para nosotros. El Sínodo es un camino de discernimiento espiritual, eclesial, que se hace en la adoración, en la oración y en contacto con la Palabra de Dios… La Palabra nos abre al discernimiento y lo ilumina. Ella orienta el Sínodo para que no sea una ‘convención’ eclesial, un congreso de estudios o un congreso político, para que no sea un parlamento, sino un acontecimiento de gracia, un proceso de curación, conducido por el Espíritu”.
Un Aula sin informadores
Estas ideas ya habían sido avanzadas por Bergoglio en el momento de reflexión para el inicio del proceso sinodal que tuvo lugar el sábado 9 de septiembre en el Aula Nueva del Sínodo. Un espacio abarrotado por la presencia de los delegados de las conferencias episcopales, miembros de la Curia romana, delegados fraternos, representantes de la vida consagrada y de los movimientos laicales y del Consejo consultivo internacional de los jóvenes. Lamentablemente, no se permitió el acceso a los informadores, que tuvimos que seguir el acto virtualmente. No es un buen comienzo…
Acogidos con cantos y, en particular, con el Veni Creator Spiritus, se leyó en tres lenguas el pasaje inicial del Apocalipsis de Juan. “Yo soy el Primero y el Último, el que vive. Estaba muerto, pero ahora vivo para siempre”. Se sucedieron a continuación dos meditaciones. La primera, a cargo de la teóloga española Cristina Inogés Sanz.
“Es bueno y saludable –dijo esta miembro de la Comisión metodológica sinodal– corregir los errores, pedir perdón por los delitos cometidos y aprender a ser humildes. Seguramente viviremos momentos de dolor, pero el dolor forma parte del amor. Y nos duele la Iglesia porque la amamos… Servir para ser comunión en el ser, sinodalidad para ser comunión en el caminar juntos. Comunión, en definitiva, para obrar todos juntos según lo que nos diga, indique y sugiera el Espíritu”.