El pasado 27 de mayo, el español Aurelio García Macías fue nombrado por el papa Francisco subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, cargo que llevó aparejada su consagración episcopal. Este vallisoletano de 56 años, que llevaba seis en este dicasterio vaticano, defiende que liturgia y misión son “dos caras de la misma moneda”.
PREGUNTA.- ¿Qué le ha pedido Francisco?
RESPUESTA.- Tras la jubilación del cardenal Sarah y la visita apostólica encargada por el Papa, se inició una nueva etapa en la Congregación. Al poco tiempo de que se publicara mi nombramiento como obispo, el Santo Padre me telefoneó, diciéndome que sabía que quería volver a la vida pastoral, pero que me necesitaba algunos años más en la Congregación.
Me pidió seguir con el trabajo en esta Congregación que custodia la reforma litúrgica querida por el Concilio Vaticano II. Tras los cambios del prefecto y del secretario, debió de pensar que yo podía ser la persona adecuada como subsecretario porque llevo seis años en el dicasterio, uno como oficial y cinco como jefe de oficina. Es un cambio de responsabilidad, pero siempre en el ámbito de la liturgia.
P.- ¿Cómo puede la liturgia contribuir a hacer realidad la ‘Iglesia en salida’ que quiere el Papa?
R.- Una de sus ideas teológico-pastorales clave es la ‘Iglesia en salida’. La gran misión de la Iglesia es anunciar el Evangelio, con palabras y con gestos. La liturgia habla de Dios; es una experiencia de perdón, de escucha, de oración, de paz… con los hermanos. Cuando uno vive de verdad la liturgia, esta te transforma y te invita a salir para compartir lo que has vivido, como los discípulos de Emaús.
No es casualidad que los santos de mayor caridad hayan sido grandes contemplativos. La liturgia habla del “ser” de los cristianos; la misión manifiesta el “hacer”. Son dos caras de una misma moneda.
P.- ¿Dan los fieles a la liturgia el valor que merece?
R.- En general, creo que no, porque falta una iniciación vital a la liturgia. Todo creyente ha de ser iniciado en ella. Es una dimensión que se está descubriendo, cada vez más, en la actual catequesis, que no debería ser solo una formación teórica o académica, sino mistagógica. Es algo muy diferente a las clases del colegio. Se trata de una iniciación a la vida cristiana. Hoy, además, estamos acostumbrados a ser los protagonistas de nosotros mismos, de nuestra propia vida.
Sin embargo, la liturgia habla del protagonismo de Dios, del dejarse hacer, del “nosotros” eclesial. El “yo” utilitarista del posmodernismo no entiende que en la celebración litúrgica tiene que dejarse hacer por Dios y por el “nosotros” eclesial. El creyente ha ser ayudado para entrar en los signos, las palabras, los silencios… Así, si no entra en el lenguaje de la liturgia, asistirá como un espectador mudo y ajeno a lo que se celebra.
P.- ¿Y ya no ofrece la Iglesia esa iniciación a la vida cristiana?
R.- Antes no solo se ocupaba de ello la Iglesia, sino también la sociedad y la familia. Somos la última generación socializada religiosamente. Hoy ya no es así. En la familia ocurre muy raramente, y en la sociedad es casi imposible. La Iglesia hace lo que puede: la catequesis es solo una hora a la semana, y no es suficiente; y luego hay que ver si los padres o los niños participan en la misa dominical o en otras actividades de la parroquia. Yo fui 13 años párroco, de pueblo y de ciudad, y vi que los catequistas trabajan muchísimo, entregan su vida con verdadero servicio y vocación, pero, a veces, sin resultados acordes al trabajo invertido.