Habitualmente, con el papa Francisco el día del Domund solía ser día de canonizaciones. Mientras se vuelve a la normalización –todavía no ha habido grandes celebraciones en el exterior de la plaza– el pontífice ha presidido la oración mariana del ángelus, en la que ha recordado la beatificación, este 23 de octubre, de la religiosa italiana Lucía Ripamonti y la de Sandra Sabatini, que será beatificada este domingo. También con motivo de la Jornada Mundial de las Misiones destacó a las nuevas beatas por su testimonio y saludó a todos los misioneros que en primera línea “pagan en primera persona con su vida” por testimoniar el evangelio, frente al proselitismo.
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También ha mostrado su cercanía a los refugiados de Libia, “siento vuestros gritos y rezo por vosotros”, haciendo un llamamiento a atajar los flujos migratorios en el Mediterráneo denunció la violencia deshumaniza que están sufriendo. Pidió a los gobiernos que garanticen el acceso al derecho de asilo frente a las detenciones irregulares en el mar. Precisamente en estos días, el vicepresidente italiano Matteo Salvini es juzgado en Palermo por haber bloqueado al barco Open Arms.
El grito de los pobres
Comentando el evangelio del día, la curación del ciego Bartimeo (cf. Mc 10,46-52), Francisco lo calificó como “un encuentro importante, el último antes de la entrada del Señor en Jerusalén para la Pascua”. “Dios siempre escucha el grito de los pobres, y no se inquieta en absoluto por la voz de Bartimeo, al contrario, se da cuenta de que está lleno de fe, una fe que no teme insistir, llamar al corazón de Dios, a pesar de la incomprensión y los reproches. Y aquí está la raíz del milagro”, destacó el Papa.
La llamada del ciego a Jesús, prosiguió Francisco, es una expresión de su fe a través del reconocimiento de Jesús como mesías. “No le tiene miedo, no se distancia”, subraya el Papa, el ciego “desde el corazón, clama al Dios amigo todo su drama: ‘¡ten piedad de mí!’. No le pide unas monedas como hace con los transeúntes. Pide a Aquel que puede hacerlo todo por todo: ‘ten piedad de mí, de todo lo que soy’. No pide una gracia, sino que se presenta: pide misericordia para su persona, para su vida. No es una petición pequeña, pero es hermosa, porque invoca la misericordia, es decir, la compasión, la misericordia de Dios, su ternura”, prosiguió.
Una oración sentida
Para Francisco, “Bartimeo no utiliza muchas palabras. Dice lo esencial y se confía al amor de Dios, que puede hacer florecer de nuevo su vida haciendo lo que es imposible para los hombres. Por eso no pide limosna al Señor, sino que manifiesta todo, su ceguera y su sufrimiento, que iba más allá de no poder ver. La ceguera era la punta del iceberg, pero en su corazón debía haber heridas, humillaciones, sueños rotos, errores, remordimientos”, apuntó Bergoglio.
“¿Cómo va mi oración?”, interrogó el Papa. “¿Es valiente, tiene la buena insistencia del de Bartimeo, sabe ‘agarrar’ al Señor que pasa, o se contenta con darle un saludo formal de vez en cuando, cuando me acuerdo?”, cuestionó. Y continuó preguntando: “¿Es mi oración ‘sustancial’, pone mi corazón al descubierto ante el Señor? ¿Le traigo la historia y las caras de mi vida? ¿O es anémica, superficial, hecha de rituales sin afecto ni corazón?”.
En este sentido recordó la historia de una padre, cuando estaba al frente de la diócesis de Buenos Aires, que acudió al Santuario de la Virgen en mitad de la noche para pedir la curación de su hija, rezando desde el corazón y se produjo el milagro. Para Francisco “cuando la fe está viva, la oración es sentida: no mendiga unos céntimos, no se reduce a las necesidades del momento. A Jesús, que todo lo puede, hay que pedirle todo. Él no puede esperar a derramar su gracia y su alegría en nuestros corazones, pero desgraciadamente somos nosotros los que mantenemos la distancia, por timidez, pereza o incredulidad”, concluyó.