En dos semanas, el intervalo de tiempo entre una conversación y otra, todo ha cambiado “a peor”. La cartografía destructiva de la colada ha aumentado y el avance del magma toma posiciones sobre el tablero, modificándolo para siempre. 4 de octubre: “A medida que baja la lava le pones nombre y rostro a las personas que viven por ahí. Luego te lo confirman”.
19 de octubre: “Cuando una familia llega y dice ‘ya se la llevó’ sabemos que se refiere a su casa”. Así se expresa Encarna Badenes, religiosa y directora del Colegio de las Misioneras de la Sagrada Familia de Nazaret en La Palma, a ocho kilómetros de Cumbre Vieja, en los Llanos de Aridane. Una escuela que durante un mes ha “recibido ceniza en vez de niños”; chavales a los que ahora, con un soplador, se les aclara el camino del patio a la clase.
Rehúye dar nombres, historias concretas, datos que esquiva fruto del rechazo que le genera parte de la cobertura mediática que se hace con cierta espectacularización. Coordinada la vuelta a las clases el pasado lunes por la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias, Encarna confirma que casi todos los chicos han vuelto al aula con ilusión, con mascarilla FFP2 y con unas gafas de protección frente a la ceniza en suspensión. Es una situación opuesta a la pandemia, donde las ventanas deben permanecer cerradas. Pero se escuchan risas.
“Son niños: la escuela es el lugar donde mejor están”, afirma esta misionera hija de la Sagrada Familia de Nazaret, que acompaña a 640 alumnos y 70 adultos. Antes de cada clase revisa su lista para dar aliento a los directamente afectados. “Algunos tienen vergüenza, van diciendo a los compañeros que todavía la casa está en pie porque no quieren dar pena y la casa se la llevó el fin de semana. Hay que darles tiempo”. “Ya lo dirás”, les consuela mientras por dentro a ella se le remueve un ‘¡pobrecillo!’ consciente de la que se les avecina.