Parece que el cardenal Walter Brandmüller no quiere otro papa como Francisco. Y es que, si bien no ha hecho mención explícita a Jorge Mario Bergoglio en un texto que Sandro Magister recoge en su blog ‘Settimo cielo’, lo cierto es que repite constantemente una característica, para él, poco deseable en un sucesor de Pedro: que sea un cardenal “de periferias”. Curiosamente, una palabra, “periferias”, a la que Francisco ha hecho mención numerosas veces en su pontificado como algo a lo que la Iglesia está llamada a hacerse presente.
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“Hay que preguntarse también cómo se puede resolver adecuadamente la tensión entre el centro y la periferia en la forma de elegir al papa”, escribe Brandmüller, quien hace un recorrido por los distintos modos de elegir al papa desde los inicios de la Iglesia hasta que Pablo VI ampliase el número de cardenales electores de 70 a 120 para que quedase representada, así, la Iglesia universal.
“En primer lugar, hay que recordar que el papa no es ‘también’ obispo de Roma, sino lo contrario: el obispo de Roma es también papa. Por consiguiente, al elegirlo se elige al sucesor de Pedro en la cátedra romana. Y esto implica que la elección es originalmente responsabilidad del clero y del pueblo de Roma”, explica el purpurado, para quien resulta fundamental que los “papables” se conozcan y estén especialmente comprometidos con el funcionamiento de la Curia.
Limitar los candidatos
“Sin embargo”, reconoce, “la elección del papa también concierne a toda la Iglesia”. Por ello, como alternativa, propone que se haga una “disociación de los derechos de voto activo y pasivo, reservando en la práctica el derecho de voto a un colegio cardenalicio muy racionalizado y verdaderamente romano, al tiempo que se amplía el círculo de elegibles de la Iglesia universal”.
Para ello “sería necesario formular criterios objetivos e institucionales de elegibilidad, para limitar el círculo de los elegibles de manera sensata”. Y, para Brandmüller, “uno de estos criterios debe ser que el candidato haya ocupado un alto cargo en la curia romana durante al menos cinco años”, porque “esto garantizaría a los votantes un conocimiento previo de los candidatos a través de relaciones personales, y a los candidatos una experiencia directa de las estructuras, procedimientos y problemas de la curia romana”. De esta forma se “limitaría el círculo de candidatos, pero al mismo tiempo tendría en cuenta el aspecto universal del primado petrino”.
“En cuanto al número de electores”, concluye, “no sería difícil reducirlo, pues ya no tendría que ser una amplia representación de la Iglesia universal, lo que ya estaría garantizado por la disposición relativa a los elegibles. Se podría volver fácilmente por debajo del número de 70 electores fijado por Sixto V”.