“Hoy está bravo, el dragón no pierde fuerza”, dice el padre Domingo Guerra, párroco de Nuestra Señora de Bonanza y de La Sagrada Familia, las dos parroquias de El Paso. En la última semana, los medios de comunicación han montado la garita, un cuartel general donde cargar los móviles, dejar las cámaras o ir al cuarto de baño.
“Cada día salen más bocas, escupe más lava y causa más estragos; el volcán trae loco a la UME [Unidad Militar de Emergencias], al Ejército y a los vulcanólogos, porque no saben por dónde va a ir”, relata el sacerdote, el contacto más estrecho con el grueso de periodistas desplazados a La Palma, quizás junto al padre Alberto Hernández, párroco de Todoque, que ha visto a toda su comunidad desahuciada por esta tragedia.
A los 79 años y con “el corazón medio cascao”, Domingo entra en la categoría, por senectud, de los palmeros que han vivido con la erupción del Cumbre Vieja su tercer volcán. Su vocabulario es un magisterio de términos geológicos: conos, piroclastos, coladas… “El Teneguía fue un espectáculo admirable y extraordinario, porque sabiendo que no iba a hacer daño y que explotó cerca del mar, se disfrutó de él: había hasta un anfiteatro para verlo”, narra acerca de la erupción que hace justo medio siglo no hizo sino maravillar a los isleños y al resto de España, una efeméride que llevó incluso al NO-DO a dejar unas imágenes más propias de un Woodstock de pícnic y mantelito de cuadros, una pirotecnia fluorescente y naranja muy diferente a la crueldad pompeyana de estas semanas.
“En el de San Juan, yo era un niño de 7 años, y lo sufrí porque era una época de miseria y agravó mucho más la situación de la isla”, recuerda acerca de la tragedia, esta sí, de 1949, con un recorrido solapado en algunos tramos de su desembocadura por la lava del Cumbre Vieja. “Sin embargo, este está haciendo mucho más daño y es mucho más imprevisible: según los vulcanólogos, el final no está cerca”. Domingo, cada día alrededor de las ocho, tras las labores propias del sacerdocio, se acerca a la terraza de la iglesia de La Sagrada Familia, desde donde se toman “casi todas las imágenes que vemos en televisión”. Allí habla con los especialistas: sus informaciones son teletipos.
Habida cuenta de la “muchísima solidaridad que está llegando de toda España”, reservas de comida y de ropa que no tienen ya “dónde almacenar”, repletos todos los polideportivos del Valle de Aridane, la principal preocupación del sacerdote coincide con la del resto de las personas consultadas por esta revista: el alojamiento futuro de los que han perdido su hogar.
“El problema más serio es que no hay viviendas, y hay algunas en las que llevan 30 días tres o cuatro familias. Los problemas de convivencia lógicos están surgiendo, es una situación problemática”. En este punto, entra Cáritas como principal esperanza de muchos. “Se ha determinado desde Cáritas que si se consigue alguna vivienda y algún vecino puede ir a esa vivienda, se le paga el alquiler mientras dure la situación”.
Melania Martín es la encargada de Cáritas para coordinar el dispositivo de ayuda creado ad hoc para gestionar la situación de emergencia: “Estamos un equipo de varios técnicos en el territorio, que apoyamos directamente la emergencia de La Palma”. Por la dimensión del drama, que se ensancha conforme lo hace el recorrido de la lava, de hasta cuatro kilómetros, la comunicación fluida con las administraciones se antoja fundamental.
La coordinadora describe el aluvión de personas que atienden en situaciones extremas. “Recibimos familias a las que intentamos paliar todas las necesidades que se le presenten, tratamos de hacerlo con aprendizaje, llevándolo no solo a nivel técnico sino personal”, explica sobre la doble vertiente del apoyo que llevan a cabo.
También confirma las palabras de Domingo, con quien mantiene un contacto permanente, sobre la abundancia actual de alimentos, por lo que centra su petición en lo económico: “Lo que hace falta son recursos económicos para arrancar de nuevo y volver a tener estabilidad. Hemos abierto una línea de apoyo a través de una cuenta bancaria, porque creemos que es ahí donde podemos ayudar”. Martín percibe que esta es la mejor manera de ‘calentar’ la economía congelada de una tierra que arde. “Así ayudamos no solo a las personas en concreto, sino también a la propia situación económica de nuestra isla: si traemos las cosas de fuera, entorpecemos el proceso”, sostiene convencido.
Codo con codo en el equipo trabaja Fran Aguiloche, técnico de Empleo y del proyecto de Unidades Móviles de Atención en Calle (UMAC) para personas en situación de sin hogar de Cáritas Diocesana de Tenerife en La Palma. Asturiano con más de tres lustros de residencia en la isla, él es ahora el desalojado de su vivienda. Una situación que no merma su capacidad inagotable de ayuda cristiana a la comunidad.
“Mi vida cambió radicalmente hace tres semanas”, cuenta Aguiloche, un hombre que metió prácticamente toda su vida en dos maletas: “Me vi reflejado en las imágenes que yo veía por televisión de los refugiados, porque algo parecido me estaba pasando a mí. Y fui con la incertidumbre de no saber qué pasará por mi casa”. El padre Alberto Hernández, párroco de Todoque, le ofreció alojarse en la casa parroquial de La Laguna, de donde también fue desalojado hasta otra casa parroquial en Tazacorte.