El verano pasado las hermanas de la Fraternidad monástica de Jerusalén lanzaron una recaudación de fondos mediante crowfunding para restaurar la carretera que conduce a la ermita de Gamogna, en Florencia, donde viven desde 1998. En poco más de un mes, alcanzaron los 30.000 euros necesarios para realizar la obra.
Sin embargo, esto no siempre pasa. Como ejemplo, el de las monjas afectadas por el terremoto de Sant’Angelo en Pontano, en las Marcas. El doble terremoto del 24 de agosto y del 30 de octubre de 2016 las obligó a trasladarse a la hospedería de Passo Sant’Angelo. Un acomodo temporal, en teoría.
Las veintiún benedictinas residen allí desde hace más de cinco años esperando la restauración del monasterio de Santa Maria delle Rose. Por ello, en 2019 lanzaron una campaña para financiar la construcción de un edificio capaz de albergar el refectorio, una iglesia y celdas para acoger a las nuevas vocaciones. El camino para alcanzar los deseados 300.000 euros está siendo arduo.
No es raro que en los últimos tiempos las religiosas recurran al crowdfunding para poder mantenerse a sí mismas y sus actividades. Es una de las mil formas más en las que se esfuerzan por sacar adelante sus casas.
Porque hoy el problema del apoyo a las religiosas es, precisamente eso, un problema. La gran historia de la vida consagrada femenina nos cuenta que estas mujeres han vivido siempre del trabajo fruto de sus manos y de su inteligencia. Y cuando no llegan por sus propios medios, ahí está la Providencia. Es el desafío cotidiano.
Hoy, con dificultades económicas reales, el criterio evangélico de poner en común lo poco, es la fuerza y la especificidad de esta forma de vida, y este modelo, articulado, bien podría exportarse a la sociedad civil para que, aunque todos tengan menos, todo el mundo tenga algo. En los tiempos en los que crece la gran brecha entre los pocos ricos y los muchos pobres, –escándalo y herida para la humanidad–, la organización y el estilo de vida de las mujeres consagradas ofrecen un ejemplo útil.
La pobreza a la que están acostumbradas las monjas es un “modelo” de sobriedad; la dependencia del individuo de la comunidad y de la comunidad de cada individuo con el intercambio de bienes materiales (así como espirituales) es un “modelo” de negocio. El hábito de no desperdiciar es un “modelo” social. Trabajar juntas promueve una cultura de solidaridad.
No hay desigualdad entre las hermanas de una congregación. Tanto si viven en un país rico o en uno pobre, todas reciben el mismo sustento.
La pandemia ha agravado la crisis ya en curso al interrumpir las actividades tradicionales de los monasterios, abadías y conventos que históricamente, además de ser lugares de oración y refugio para los demás, han sido centros culturales, sociales y económicos. El monasterio fue durante siglos una pequeña ciudad autosuficiente por el hecho de que las monjas eran, muchas veces, de origen noble y aportaban tierras y bienes como dote.
Resistieron así hasta el siglo XIX. Entonces comenzó el progresivo empobrecimiento económico. Por último, los confinamientos y las restricciones a la movilidad, –como la supresión del turismo religioso–, han abocado a la crisis a estos monasterios al igual que a otros negocios seculares. La recesión general desatada por el coronavirus también ha afectado a la solidaridad y ha provocado que las solicitudes de ayuda crezcan exponencialmente.
¿Hay menos benefactores? “Las donaciones no es que hayan disminuido, es que, directamente, ya no existen. La situación ya era muy crítica antes y el coronavirus la ha llevado al extremo. La responsable de una comunidad de unas cuarenta monjas, todas ancianas, me confió que había perdido quince hermanas en unas pocas semanas durante la primera ola de la pandemia. Para poder pagar los entierros tuvo que pedir ayuda. Además, de repente, la comunidad se encontró con quince pensiones menos. Es solo un caso, pero es indicativo de las enormes dificultades para las religiosas”, explica sor Claudia Grenga, hermana de la caridad de santa Juana Antida y tesorera de la Unión de superioras mayores de Italia (Usmi), organismo nacido en 1950 para dar voz a más de seiscientos institutos religiosos de mujeres.
¿Cómo viven las religiosas? No se puede generalizar en la respuesta. Las estadísticas hablan de alrededor de 650.000 mujeres repartidas por los cinco continentes en situaciones distintas, cambiantes de acuerdo al país, congregación, familia religiosa o instituto. El carisma es un factor a considerar, si son activas o contemplativas.
En común tienen todas que no cuentan con ninguna forma de financiación externa y deben sostenerse con hoy pocas fuerzas mientras que, en lugares como Italia, organismos como el Instituto de sostenimiento del clero sí paga un salario a los sacerdotes, unos 1.000 euros al mes.
Las que pueden trabajan como maestras, educadoras, enfermeras, comadronas, médicas, cuidadoras, empleadas del hogar, ingenieras o arquitectas. Otras se dedican a la pastoral de las diócesis o a están al servicio de la Santa Sede de la que perciben un salario. Hay quienes ganan lo suficiente y quienes no tienen nada o solo una pensión.
“Hasta hace unos veinte años, se podía hablar de unas cuatro formas de sustento: trabajo de las empleadas, donaciones, actividades productivas y pensiones de jubilación. Ahora, con el aumento de la edad media de las religiosas, esta última es el principal recurso”, prosigue sor Claudia. Es un ingreso mensual fijo para quienes han cumplido 65 años y es independiente de cualquier cotización.
La cantidad es baja y oscila entre 450 y 600 euros que las destinatarias ponen en común al servicio de la comunidad. “En teoría, al ser algo que le pertenece a la persona, debería llegar a una cuenta privada. Sin embargo, esto sería incompatible con el voto de pobreza. Por ello, existen convenios con la Seguridad Social para recibir el cheque en la cuenta única de la comunidad donde reside la monja. En cualquier caso, si esto no es posible, esta última puede retirar el dinero y entregarlo personalmente a la responsable de la comunidad. En general, las herencias recibidas de las familias de origen también se ofrecen. No es una obligación para las hermanas de la vida activa, sí para las de vida contemplativa, y se hace si la persona lo considera oportuno. Sin duda, es difícil gestionar los activos por cuenta propia”.
El voto de pobreza no implica, por supuesto, una vida de miseria. Significa no tener dinero propio. Para satisfacer las propias necesidades, la religiosa puede solicitar una cantidad a la tesorera o responsable de la comunidad. La distribución también se refiere al salario de las empleadas, pagado de acuerdo a cada convenio colectivo nacional.
“Las que tienen un empleo regular son cada vez menos debido al aumento de la edad media de las religiosas. Lo que implica una caída drástica de los recursos mensuales. En cuanto a las donaciones, son cosa de otra época y otra cosmovisión. Las donaciones de entonces se destinaban a la misión y a la realización de obras. Todavía hay algunas fundaciones con las que se puede contactar en caso de emergencia, pero contribuyen con poco. Una forma de obtener ayuda es preparar proyectos y proponerlos a la Conferencia Episcopal Italiana (CEI) o a la Unión Europea o a otros organismos. Los procedimientos requeridos son complejos y solo las instituciones más organizadas pueden salir adelante”, subraya la ecónoma de la USMI. Las actividades de producción se han reducido al mínimo. La pandemia ha dado lugar a un auténtico colapso financiero de las escuelas concertadas y las casas de convivencias.
“Solo resisten los cursos profesionales financiados por la Región. Las clínicas concertadas son pocas y, debido a la falta de recursos, en su mayoría están confiadas a la gestión de empresas externas. El trabajo que antes realizaban las hermanas como una forma de contribución a la vida de su familia religiosa, ahora lo llevan a cabo empleados contratados, lo que empobrece aún más las arcas de los institutos. Los hogares de acogida siguen resistiendo el envite. Otro asunto es la dificultad de Ayuntamientos y Regiones de cumplir sus compromisos de pago con las instituciones religiosas que se ven obligadas a aguantar el tipo y a esperar aún a costa de endeudarse. Para hacer frente a la situación, se está intentando formalizar alguna forma de retribución, por mínima que sea, por las actividades pastorales realizadas por las religiosas en diócesis y parroquias. Por el momento no existe de manera sistematizada, aunque algún obispo o párroco ya entrega un pequeño salario. Lo ideal sería que esto no fuera solo un acto de buena voluntad, sino una norma. Para ello, estamos trabajando para establecer acuerdos entre diócesis y congregaciones religiosas”.
El trabajo de las religiosas por la Iglesia, muchas veces gratuito, suscita debates y reflexiones. Hace dos años, durante un encuentro organizado por la UISG, la Unión Internacional de Superioras Generales, sobre la prevención del agotamiento y la resiliencia en la vida religiosa, la oradora Maryanne Loughry llamó la atención sobre el horario de las hermanas dentro de las instituciones eclesiales.
Hoy Maryanne reitera que “serían útiles los acuerdos con los distintos ministerios asociados sobre salarios, horarios y deberes”. Se da por sentado que quienes pertenecen a una orden religiosa reciben alojamiento y comida, pero el problema no es cómo vive, qué come y dónde duerme una religiosa en concreto. El problema es el sustento de la familia religiosa entera al que se une otro grave problema que es la tutela de los bienes, es decir, poseerlos y también mantenerlos.
En algunos casos siguen siendo cuantiosos y fructíferos, pero muchas veces son inmuebles que ya no son rentables y necesitan reparaciones u obras de envergadura. Los bienes de los institutos son patrimonio eclesiástico y los institutos deben preocuparse por su gestión, teniendo clara la premisa de que los recursos económicos deben estar siempre al servicio de los fines del propio carisma.
Cada monasterio es sui iuris, es decir, goza de autonomía jurídica. Pero si esto es señal y garantía de independencia, y por tanto de libertad, la contrapartida es que a veces hay más dificultades para recibir ayudas externas.
De este modo, muchos conventos se ven abocados a la desaparición debido a las pocas vocaciones y los elevados gastos de mantenimiento. El pasado mes de mayo, las tres monjas que permanecieron en el monasterio de Santa Croce di Sabiona, en Tirol del Sur, tuvieron que marcharse después de más de tres siglos de presencia.
“Cuando una comunidad ya no puede garantizar su futuro económico de forma independiente, el adiós es un paso drástico, pero necesario. Hacerlo no significa fallar. Es una muestra de responsabilidad. Todo lo que un monasterio ha vivido y ha logrado durante su existencia sigue siendo precioso y duradero”, explica el abad Albert Schmidt.
La cuestión está muy presente en la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Hace un año más de trescientas monjas de clausura, superioras o ecónomas de toda Italia, se reunieron en Roma en el Auditorio Antonianum para participar en el encuentro, “Economía al servicio de las formas de vida contemplativa”, organizado por la CIVCSVA, que pretendía promover determinadas pautas con el fin de administrar mejor el patrimonio de las comunidades.
En la web de la Fundación Monasteri, sor Monica della Volpe, abadesa de Valserena, el monasterio toscano trapense, escribe que las hermanas destacaron que el patrimonio está dirigido a la misión (o fin) del carisma, y debe ser mantenido; que la contabilidad y los balances son importantes; que la transparencia es una forma de testimonio; que la responsabilidad y la confianza también son esenciales para el buen funcionamiento de cualquier actividad; y que la gestión de los bienes no es algo separado de la vocación religiosa, sino parte de la vocación misma, de su testimonio, de su misión.
Y también destacaba que el ecónomo de la comunidad de vida consagrada no debe ser un experto en todo porque para eso se puede consultar a profesionales en la materia. La tarea del ecónomo es pensar, entender lo que se quiere y planificar cómo gestionar porque una misión sólida necesita una economía sólida. Una situación económica fuerte se traducirá en un trabajo serio, competente, comprometido y sostenible, adaptado a las fuerzas de la comunidad y abierto a los ingresos.
No se trata de un juego o pasatiempo ascético, sino de una verdadera herramienta para ganarse el pan. “Y entonces, aunque la comunidad viviera en un espléndido monasterio del siglo XII, su pobreza evangélica tendrá un gran significado, y su belleza y esplendor serán para la edificación de las almas y para la gloria de Dios”.
Dada la situación tan particular de las contemplativas, menos de 40.000 en el mundo –algo más del 6 por ciento de las religiosas–, para ayudar a la clausura existe un Secretariado de Asistencia a las Monjas, organismo vinculado a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades Apostólicas. Las nuevas reglas de la instrucción Cor orans, de 2018, prevén, para el reconocimiento de la autonomía de un monasterio, “condiciones económicas que garanticen que la comunidad pueda satisfacer las necesidades de la vida cotidiana por sí misma”.
Tarea que realizan las religiosas de clausura a través de las actividades más dispares que van, desde el tradicional cuidado de un huerto o la preparación de mermeladas y dulces, hasta líneas de ropa y cosmética o alquiler de alojamientos. Dormir con las monjas es barato y saludable: los desayunos a base de productos caseros son excelentes.
La reconversión y diversificación de actividades es un signo más de los tiempos. Las monjas combinan audazmente el carisma que animó a sus fundadores y fundadoras con el mundo de hoy. Con gran visión, redefinen sus estrategias de marketing y utilizan inteligentemente los medios de comunicación y la televisión.
Hace un año, la entonces superiora general de las Oblatas del Niño Jesús, sor María Daniela Faraone, puso a disposición la hospedería “La Culla” en Sorrento, como escenario del reality show Ti spedisco in convento (Te mando al convento), del que ella misma y sus cohermanas fueron protagonistas junto con un grupo de chicas que buscaban la fama televisiva.
Sin embargo, la gestión administrativa y financiera no es fácil. De ahí la necesidad de una formación adecuada. “Esta última es responsabilidad de las órdenes y congregaciones. Según sus necesidades y posibilidades, en ocasiones, promueven los estudios en Economía y Derecho entre algunas hermanas. Además, desde hace algunos años, la Universidad Pontificia del Claretianum dispone de un diploma de gestión de entidades eclesiales para las religiosas encargadas de la administración”, explica sor Claudia.
Algunas familias religiosas todavía son muy numerosas y están presentes en los cinco continentes. Son “empresas” multinacionales. Como las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, las más numerosas, con unas 13.000; las Hijas de María Auxiliadora con 11.500; las Carmelitas Descalzas con 10.000; las Clarisas Franciscanas con 7.000; y las Clarisas con unas 6.500.
Al margen de los números, “el verdadero secreto para una buena gestión sigue en el Evangelio: poner lo que se tiene en común, como la Iglesia primitiva, y trabajar todos por una sola causa que es una forma de vida evangélica en plenitud, según el propio carisma, al servicio de los hermanos”, concluye sor Claudia Grenga. En definitiva, ser levadura, el auténtico núcleo duro de cualquier “negocio”.
*Reportaje original publicado en el número de octubre de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva