Entrevistas

Juanele Zafra: “Encarna Sánchez creía que Dios la había elegido”





Encarna Sánchez marcó una época. Transformó la radio social de servicio, fue pionera en ponerse delante de un micro para dirigir programas de temática no femenina, y hasta creó la tertulia de corazón. Sus defensores aplauden su estilo temperamental y valiente mientras que sus detractores denuestan su figura haciendo hincapié en su azarosa vida personal y sus enfrentamientos con celebridades de la época. Pese a todo, la locutora no pasa de moda. Prueba de ello es ‘Directamente, Encarna Sánchez’ (Almuzara), una novela de no ficción en la que el periodista Juanele Zafra se ocupa de los aspectos menos conocidos de la mujer detrás del mito.



PREGUNTA.- Usted dice que es el vivo ejemplo de la meritocracia: “De niña pobre a estrella de la radio”.

RESPUESTA.- Cantaba ya de niña. Buscaba el foco. Se echó un novio locutor, le acompañaba a ‘Radio Almería’, se puso delante del micro… y lo devoró. Amor a primera vista.

P.- ¿Por qué una novela?

R.- La novela es la historia de la mujer más poderosa de la radio en España, una profesional que lo tuvo todo salvo la posibilidad de ir con su pareja de la mano por la calle. Profesionalmente, es un historión. Personalmente, ¡otro! El libro engancha.

Desterrada por Carmen Polo

P.- ¿Por qué tuvo que ‘exiliarse’?

R.- Encarnita, en los 70, recaudaba fondos en galas benéficas. Unas cajas no cuadraron y la madrina de los actos se vio comprometida. Era doña Carmen Polo. Ella misma la desterró. (…)

P.- ¿Percibe, aún, entre sus allegados, cierto miedo a hablar de ella?

R.- Hace ahora 25 años que falleció. Sí, sigue habiendo miedo. A mí me han hablado las hemerotecas y las videotecas. Esas ni tienen miedo, ni mienten. El resultado, me repiten, es divertido y exquisito. Es que Encarna merecía una novela, de lejos.

Donaciones y pecados

P.- Era una mujer muy creyente…

R.- Aportaba a numerosas acciones benéficas y órdenes religiosas con especial predilección hacia las Hermanas de Santa Ángela de la Cruz en Sevilla. Cuando las visitaba, asiduamente, entregaba un millón de pesetas envuelto en papel de plata. Ella creía que Dios era su colega, que la había señalado para hacer cosas importantes. Pensaba también que, con estas donaciones, expiaba sus pecados.

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