Catorce lámparas votivas esconden catorce altavoces en una sala completamente a oscuras, vestida, rodeada, de un telón negro. Por ellos se escuchan –mientras que la luz varía de color e intensidad– sonidos aparentemente fantasmagóricos, pero que se revelan “antiguos, primitivos, primigenios”, como los define Francisco Contreras (Elche, 1985), reconocido simplemente como Niño de Elche.
Si quien escucha presta atención, descubrirá cómo ese sonido arcaico en el que resuenan los ecos del cantaor se confunde –y nunca se opone– con “lo moderno, lo vanguardista o, incluso, lo que está por llegar”. Es el Auto Sacramental Invisible de José Val del Omar (Granada, 1904-Madrid, 1982), la obra inacabada que encierra la visión mística de uno de los cineastas más singulares, insólitos –y también desconocidos– del siglo XX español, y que el Museo Reina Sofía ha recuperado en el Espacio 1 del Edificio Sabatini.
El Reina Sofía –como el propio Niño de Elche– hace años que explora su innovadora experimentación y creación cinematográfica, tan impregnada de trasfondo espiritual, de referencias religiosas, tanto cristianas como, incluso, taoístas. De tal manera que Val del Omar se reconoció a sí mismo como cinemista –contracción de cineasta y alquimista– y también como mecamístico, conjunción de mecánico y de místico.
A este, al místico, al creador, al que reflexiona sobre quiénes somos y dónde habitamos, es a quien se aproxima Niño de Elche en la interpretación particularísima que hace del Auto Sacramental Invisible, una obra que Val del Omar dejó inconclusa y que no se escenificaba desde que se estrenó en Granada su primera parte, El mensaje de Granada, en el Instituto de Cultura Hispánica, en el Madrid de 1952.
La mística para Val del Omar, además de un campo de reflexión filosófica y poética, incluía lo que denominaba “un deseo de aprojimar”. El cantaor y artista performance sigue lo que denomina “conducto de una clave mística”, para exponer, a partir de la propia biografía de Val del Omar, su poderosa percepción musical y cultural. “Cuando llegó a mi conocimiento, por parte de los herederos del archivo valdelomariano que, en colaboración con el Museo Reina Sofía, habían digitalizado el sonido de la mayoría de sus cintas y bobinas, mi interés se centró en la posibilidad de realizar un trabajo discográfico cuya base conceptual estuviera constituida por todo ese almacén de sonidos”, explica.
El propio Niño de Elche manifiesta la necesidad de enfrentarse a la escucha del Auto Sacramental Invisible desde el “arte sonoro” y no desde el concepto de “la música”, como insiste. Porque, como él mismo reflexiona, le aporta “un paradigma mucho más productivo”, que, por ejemplo, advierte conexiones “entre el misticismo valdelomariano, tan presente ya en esta creación temprana, y la relación de John Cage con el budismo zen a través de las enseñanzas de D. T. Suzuki”, añade Niño de Elche.
La mención a Cage no es casual, porque el cantaor contempla a Val del Omar “en conexión con el universo estético” del compositor norteamericano. Palabras, ruidos, cantos, sonidos electrónicos multicanal, breves composiciones musicales –como el mundo, en definitiva; incluso, la religión– no escuchadas desde una sala de conciertos, sino “vividos” desde dentro.