La hermana Rosamaría dirige dos elegantes hoteles en la isla de Ortigia, en Siracusa. Ambos edificios son propiedad de las Hermanas Ursulinas de la Sagrada Familia. “Tuvimos que inventarnos un trabajo, así que seguimos la tradición turística del territorio”, explica la monja que a mediados de los noventa ya veía claro este camino empresarial siguiendo el espíritu de la fundadora Angela Merici: “Mantente en el camino de siempre, pero haz una vida nueva”.
El primer hotel, Domus Mariae, fue antes un albergue. La renovación de 1995 le dió un aspecto nuevo. En 2008, los ingresos obtenidos permitieron renovar el edificio de enfrente, Palazzo Interlandi, una residencia noble del siglo XIV que ahora es la casa de vacaciones Domus Mariae Benessere, con spa incluido. Rosamaría gestiona todo dando así buen uso a su licenciatura en Economía y Comercio.
“Conozco las críticas de quienes piensan que queremos ganar dinero”, comenta. “Ofrecemos precios de 3 estrellas por un servicio de 5 estrellas. Apenas podemos cubrir los costes operativos y los impuestos, ya que el Estado nos trata como si fuéramos una gran cadena hotelera. Nuestra intención no es solo hacer negocio. Somos un servicio a la comunidad con instalaciones como los hoteles-clínica”. Los sacerdotes que quieran quedarse reciben un gran descuento en el alojamiento y también las familias en dificultad o con discapacitados pueden pasar unos días de relax a un precio muy asequible.
Rosamaría trabaja muchas veces como recepcionista para ahorrar gastos: “Mis tres hermanas tienen noventa años, me ayudan con la oración”, sonríe. “Las ganancias se destinan al fondo común de la familia religiosa que ayuda económicamente a las hermanas según sus necesidades”. La satisfacción son las críticas positivas en Booking: “No recibimos ni salario ni ayuda del Vaticano. Tenemos que arreglárnoslas”.
Las hermanas se han convertido en gerentes o empresarias por necesidad. Como las Clarisas de Arundel, en Sussex que el invierno pasado grabaron un álbum de música religiosa y música electrónica que llegó al quinto puesto de la lista británica.
Porque las religiosas tienen que vivir y están aprendiendo a manejar las herramientas de la venta online. En Francia, las monjas benedictinas de la abadía de Saint-Vincent en Chantelle producen cremas y lociones con una facturación de 1,2 millones de euros destinados a la renovación de edificios antiguos. Sus monasterios han creado una marca que une los productos de frailes y monjas llamada Made in Abbeys.
En España, la web declausura.org vende cervezas, mermeladas, cremas artesanales, barquillos o incluso capones elaborados para Navidad. En Estados Unidos, las monjas de la orden de Predicadores han iniciado la producción de ropa de trabajo para hospitales que confeccionan mujeres en riesgo de exclusión. Debido a que carecían de habilidades gerenciales y comerciales, aceptaron la ayuda de los estudiantes de economía de la universidad local.
El negocio no siempre va bien y los beneficios pueden ser escasos. Es duro, pero es lo que sucede en todo el mundo donde las religiosas dan rienda suelta a su creatividad para mantener sus congregaciones.
“No tenemos nada nuestro”, especifica Elisabetta de las Hermanas Obreras de la Santa Casa de Nazaret, que por carisma ha optado por trabajar en una empresa de Padua. Todo el salario se ingresa en la cuenta de la comunidad compuesta por cinco religiosas. “Si quiero darle un regalo de bodas a un colega, tengo que compartir la decisión y si recibo regalos de mi familia, pasa lo mismo”, comenta. Esto también se aplica a las herencias familiares. Según el Derecho Canónico, si una religiosa recibe una propiedad de sus padres fallecidos, pasa a ser propiedad de la congregación.
“En nuestro caso ocurre muy raramente”, comenta sor Agnese del monasterio carmelita de Carpineto Romano, cerca de Roma, donde la obra principal es la confección de los escapularios, una tradición que aún persiste pero que da poco dinero. “Hagamos los cálculos rápidamente –dice– logramos producir algunos miles de escapularios al año que vendemos a 50 céntimos cada uno para ofrecer un precio atractivo. Eso nos deja un margen de beneficio de unos pocos cientos de euros”.
El trabajo artesanal de las quince monjas incluye la creación de escapularios pintados en oro, la confección de estolas y casullas, manteles para misa tanto en pintura como en oro, recuerdos de bautizos o confirmaciones, rosarios, marcapáginas y marcos. Tienen tienda online y atienden pedidos del extranjero.
Durante 4 horas al día se encargan del negocio para dedicar el resto del tiempo a la oración y la gestión del monasterio. Pero la facturación es tan escasa que, para sobrevivir, las monjas necesitan la comida que les proporciona Cáritas o aceptan donaciones de sus familiares. Tampoco son muy altos los ingresos de los huéspedes donde se realizan retiros espirituales. Solo piden la voluntad.
Otra práctica son las donaciones a cambio de oraciones. Las salesianas de Haledon, Nueva Jersey, piden ayuda económica para las monjas ancianas que necesitan cuidados costosos. El programa se llama Adopt a sister (adopta una hermana).
*Reportaje original publicado en el número de octubre de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva