A sus 86 años, Nicolás Castellanos Franco (Mansilla del Páramo, 1935) no solo no se siente anciano, sino que sigue luchando cada día por un mundo más justo y solidario… y por una Iglesia más sinodal. Lo hace como misionero en Bolivia, a donde este agustino –leonés de cuna y palentino de adopción– llegó hace ya tres décadas después de renunciar a la pequeña diócesis castellana en la que aprendió a ser pastor. De todo ello da cuenta ahora en sus ‘Memorias’ recién publicadas, un viaje en el tiempo por la ‘Vida, pensamiento e historia de un obispo del Concilio Vaticano II’ (Ed. RL).
PREGUNTA.- ¿Qué le ha movido a escribir sus ‘Memorias’?
RESPUESTA.- No cabe duda de que ha sido una oportunidad para agradecer el paso de Dios por mi vida. Me parecía razonable presentar la peripecia humana de una persona “normal”, que piensa en los otros, en los más vulnerables, que ayuda a los demás a ser felices, a aliviar el dolor, y a hacer la vida agradable con intensidad y horizonte solidario.
En mis Memorias, quiero resaltar el perfil de un obispo del Concilio Vaticano II, que no tienen en cuenta algunos pastores y creyentes. Y también pretendo diseñar mi pedagogía, aplicada a lo largo de mi vida humana, creyente, evangelizadora, cultural, social…
P.- Su prolongada experiencia como misionero le ha permitido descubrir que “otro mundo es posible”. ¿Es posible también otra Iglesia? Porque Francisco se afana en ello, pero…
R.- No solo es posible, sino factible. De los 5.000 voluntarios que han enriquecido la obra social del Proyecto Hombres Nuevos, muchos del norte, agnósticos o indiferentes, me han confesado: “En este Dios en el que creéis aquí y en esta Iglesia que vivís en Hombres Nuevos, yo también puedo creer y vivir”.
El obispo de Roma, Francisco, es lo que está haciendo. Y resulta incomprensible la oposición virulenta que encuentra, cuando lo que está haciendo es una reforma profunda según el Evangelio.
P.- ¿Qué espera del Sínodo sobre la sinodalidad que está en marcha?
R.- Mucho. La sinodalidad, identidad de la Iglesia, es consecuencia del Bautismo, que nos ofrece la gracia de la paternidad de Dios y la fraternidad, todos hermanos e iguales.
La sinodalidad rompe con la Iglesia patriarcal, clerical, invierte la pirámide: el pueblo arriba, la jerarquía abajo, y en el centro Jesús y todos los demás a su alrededor.
La sinodalidad exige la consulta al Pueblo de Dios al elaborar documentos eclesiales, en asuntos económicos, de la familia, de la sexualidad y en el nombramiento de obispos. “Lo que afecta a todos debe ser tratado por todos”.
Hoy, la misión de la Iglesia pasa por la sinodalidad. Hoy le falta a la Iglesia más creatividad, discernimiento personal y comunitario, más fe en el Espíritu Santo, más parresia, despegarse de los poderes y apegarse al Evangelio de Jesús, sus dichos y hechos, como nos está incitando el obispo de Roma, Francisco.
En definitiva, la sinodalidad exige mucha oración, discernimiento, precisamente a base de diálogo y oración, y confianza plena en el Espíritu Santo.
P.- ¿Cómo contempla el futuro desde la atalaya de la ancianidad?
R.- Para empezar, no me siento anciano. Veo futuro en la Iglesia, pero como un pequeño rebaño, un pequeño grupo de cristianos auténticos, porque la fe tiene futuro por gozar de denominación de origen: el Espíritu Santo. Tendrá presencia significativa en el nuevo paradigma de otro modo de ser Iglesia. Y concluyo con Javier Elzo, que estamos estrenando una nueva primavera de Iglesia: la Iglesia que va a venir.