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Maryanne Loughry: “El control sobre feligresas y religiosas se está convirtiendo en una fuente de tensión”





“En las relaciones de las religiosas con sus empleadores se ha desdibujado lo que yo defino como fronteras. Es una cuestión que debemos afrontar”. Habla Maryanne Loughry, religiosa de la Misericordia, profesora del Boston College, consultora del Servicio Jesuita a Refugiados y de otras agencias católicas de migración.



PREGUNTA.- ¿Cómo se delimitan esas fronteras?

RESPUESTA.- Con transparencia y conocimiento de los derechos propios basados en acuerdos escritos que son útiles en el momento en que cambian los deberes. Por ejemplo, que la religiosa se vea obligada a trabajar hasta altas horas de la noche o los fines de semana, sin tiempo para ella y su congregación. La situación se complica cuando ni ella ni la superiora cuentan con los términos de la relación reflejados en un papel. Sería útil establecer acuerdos entre los distintos ministerios asociados sobre salarios, horarios y funciones.

P.- ¿Y es fácil conseguirlo?

R.- Puede serlo en países europeos y occidentales donde estamos familiarizados con estos términos. Pero hay personas o congregaciones de las que todavía se aprovechan cuando no existen tales documentos escritos. Esto puede llevar a situaciones en las que una o más hermanas que ya no trabajen para la diócesis o el párroco se queden sin hogar sin previo aviso.

O casos en los que la religiosa responde más al empleador que a la congregación cuando las autoridades eclesiásticas le dicen que debe hacer esto o aquello, independientemente de las obligaciones que tenga hacia su comunidad. Y estos dos elementos entran en conflicto y crean tensión. En la Iglesia hay cosas que se dan por sentado, como que hemos de ser generosos y serviciales. No hay que renunciar a estas cualidades, pero creo que a veces se abusa de ellas. Y hay también otra cuestión importante.

Responsabilidad

P.- ¿Cuál?

R.- La de la responsabilidad. En el ámbito de la asistencia a los niños y las personas vulnerables necesitamos roles muy claros, puestos por escrito de tal manera que las personas asuman la responsabilidad de su propio comportamiento. La cultura de los derechos va en dos direcciones: las religiosas debemos ajustarnos a lo que se nos pide. Desafortunadamente, ha habido casos en los que las hermanas no han hecho lo correcto. Debemos ser honestas y asumir la responsabilidad. En estos casos, son muy útiles los códigos de conducta firmados.

P.- ¿De dónde hay que partir?

R.- De nuestras mismas congregaciones. Tanto las propias religiosas como las congregaciones necesitamos saber cuáles son nuestros deberes, cuál es nuestro tiempo de descanso, de vacaciones, cómo solicitar un permiso o qué prestaciones nos corresponden. Si esto sucede, o tienes necesidades extra, con un acuerdo por escrito la superiora puede saber cómo reaccionar ante las peticiones de los párrocos, las diócesis, las escuelas…

En algunos países, como Australia, tenemos estos acuerdos escritos, pero en otros no. Si no sabes cuáles son tus derechos o no los tienes, vives en la incertidumbre. Esto hace que las religiosas sean vulnerables.

P.- ¿Quién ha de ocuparse de esto?

R.- No creo en las reglas establecidas desde arriba sin consultar. Por parte de la Unión Internacional de Superiores Generales, se pueden proponer ejemplos de estas políticas, acuerdos ministeriales, códigos de conducta o modelos de convivencia. Pero luego depende de los líderes locales compartir buenas prácticas y desarrollarlas de abajo hacia arriba: preguntando a las hermanas qué funcionaría en Nepal o Sri Lanka, en lugar de en Boston o Roma. Y algunas políticas necesitan ser revisadas, porque algunas vivimos como vivían hace cien años, y los tiempos están cambiando.

La Iglesia debe adaptarse

P.- ¿Qué impulsa la necesidad de ser más transparentes?

Desafortunadamente, escándalos como los abusos sexuales, financieros y físicos. La Iglesia ha tenido que asumir su responsabilidad por su mal comportamiento.

P.- ¿Se puede poner al día la Iglesia este ámbito?

R.- Parte del problema es que ahora tenemos muchas hermanas mayores y no tantas jóvenes. Las jóvenes tienen una nueva forma de pensar, ven el mundo también a través de las redes sociales y quieren tener más tiempo de ocio. Se necesita una mente abierta para compaginar esto. Vivimos en un mundo con conciencia de género. Pero en la Iglesia seguimos sufriendo el clericalismo y el control sobre feligresas y religiosas se está convirtiendo en una fuente de tensión.

Estamos llamadas a trabajar, pero no siempre llamadas al liderazgo. Movimientos como MeToo y Black Lives Matter han aportado igualdad al mundo. Pero nuestra Iglesia es muy jerárquica. Alguien usó el término gender blind para explicar que cuesta que nuestra contribución cale y cuesta que se comprenda cómo nos sentimos cuando no somos reconocidas o escuchadas. Tenemos más mujeres líderes en la política mundial que en la Iglesia y la Iglesia no sobrevivirá si no se adapta.

P.- ¿Mejorar las condiciones laborales es un buen punto de partida?

R.- Conozco monjas que van a trabajar, luego vuelven a la congregación y tienen que cuidar a las hermanas mayores, cocinar… no tienen vida privada ni momentos de descanso. Si no nos cuidamos, siquiera con ayuda psicológica, no podremos cuidar a las personas que nos rodean con la energía necesaria. No es fácil, porque las religiosas piensan que solo tienen que cuidar de los demás.

Pero si no te preocupas por ti misma, puedes terminar agotada, enfadada, deprimida… Si comentas que hay un problema, por ejemplo, que necesitas ayuda para cocinar, todo el mundo lo sabrá. Si lo mantienes en secreto, te tocará hacerlo todo y lo acabarás haciendo. Pero estarás más disgustada. Y eso no es bueno.

*Entrevista original publicado en el número de octubre de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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