El pontífice preside en la basílica vaticana la eucaristía junto a 2.000 indigentes y los voluntarios y entidades de la diócesis de Roma que los atienden
Tras el paréntesis de la pandemia, el papa Francisco vuelve a presidir en la basílica de San Pedro la eucaristía en la 5ª Jornada Mundial de los Pobres, creada en el Jubileo de la Misericordia. Una celebración que ha comenzado a las 10:00 h. y que ha reunido en el templo a unos 2.000 pobres e indigentes, acompañados por los voluntarios que los asisten, así como diferentes entidades asistenciales de Roma.
Si bien, la edición de este año ha comenzado el pasado viernes con un encuentro del Papa con un grupo de 500 pobres en Asís, se han organizado otras acciones como el reparto de alimentos –entre ellos 5 toneladas de pasta, 1 tonelada de arroz, 2 toneladas de puré de tomate, 1.000 litros de aceite y 3.000 litros de leche– a unas 40 Casas-Hogar de la diócesis de Roma que acogen a menores y a madres con necesidades, también se han distribuido 5.000 lotes de productos básicos para el cuidado de la salud y de aseo en 60 parroquias romanas; además, en la Plaza de San Pedro frente al hospital móvil de años anteriores se ha dispuesto un servicio en el que realizar pruebas para el coronavirus. También se ha ayudado a unas 500 familias a afrontar los gastos de suministros en el hogar.
En su homilía, el Papa, a partir del evangelio ha comentado “el dolor de hoy y la esperanza del mañana”. Para Francisco “estamos dentro de una historia marcada por tribulaciones, violencia, sufrimientos e injusticias, esperando una liberación que parece no llegar nunca. Sobre todo, los que resultan heridos, oprimidos y a veces pisoteados son los pobres, los anillos más frágiles de la cadena”. Por ello, insistió, la jornada “nos pide que no miremos a otra parte, que no tengamos miedo de ver de cerca el sufrimiento de los más débiles”.
Bergoglio ha recordado a quienes viven en situación de desigualdad “a causa de la pobreza que a menudo están forzados a vivir, víctimas de la injusticia y de la desigualdad de una sociedad del descarte que corre velozmente sin tenerlos en cuenta y los abandona sin escrúpulos a su suerte”.
“Jesús quiere abrirnos a la esperanza, arrancarnos de la angustia y del miedo frente al dolor del mundo”, prosiguió el Papa, apuntando que “justo cuando el sol se oscurece y todo parece que se hunde, Él se hace cercano”. “En el gemido de nuestra dolorosa historia, hay un futuro de salvación que empieza a brotar. La esperanza del mañana florece en el dolor de hoy”, subrayó. “En medio del llanto de los pobres, el Reino de Dios despunta como las tiernas hojas de un árbol y conduce la historia a la meta, al encuentro final con el Señor, el Rey del universo que nos liberará de manera definitiva”, prosiguió.
Para Francisco, Dios pide a los cristianos “que alimentemos la esperanza del mañana aliviando el dolor de hoy”. “La esperanza que nace del Evangelio, en efecto, no consiste en esperar pasivamente que en el futuro las cosas vayan mejor, sino en realizar hoy de manera concreta la promesa de salvación de Dios. Hoy, cada día”, reivindicó invitando a todos a ser sembradores de esperanza frente a la indiferencia del sacerdote de la parábola del Buen Samaritano.
“A nosotros se nos pide esto: que seamos, en medio de las ruinas cotidianas del mundo, incansables constructores de esperanza, que seamos luz mientras el sol se oscurece, que seamos testigos de compasión mientras a nuestro alrededor reina la distracción, que seamos presencia atenta en medio de la indiferencia generalizada”, exhortó el Papa citando al obispo Tonino Bello, que repetía: “No podemos limitarnos a esperar, tenemos que organizar la esperanza”.
“Si nuestra esperanza no se traduce en opciones y gestos concretos de atención, justicia, solidaridad y cuidado de la casa común, los sufrimientos de los pobres no se podrán aliviar, la economía del descarte que los obliga a vivir en los márgenes no se podrá cambiar y sus esperanzas no podrán volver a florecer. A nosotros, especialmente a nosotros cristianos, nos toca organizar la esperanza, traducirla en la vida concreta de cada día, en las relaciones humanas, en el compromiso social y político”, insistió el Papa.
Y un gesto concreto es, para Francisco, “la ternura”. “Nos toca a nosotros superar la cerrazón, la rigidez interior, la tentación de ocuparnos sólo de nuestros problemas, para enternecernos frente a los dramas del mundo, para compadecer el dolor”, destacó. “No sirve hablar de los problemas, polemizar, escandalizarnos —esto lo saben hacer todos—, es necesario imitar a las hojas que, sin llamar la atención, cada día transforman el aire contaminado en aire puro. Jesús quiere que seamos ‘transformadores de bien’, personas que, inmersas en el aire cargado que respiran todos, respondan al mal con el bien”, añadió.