“Vita Consecrata está en consonancia con el concepto de la misión que tenemos actualmente: que la Iglesia es sacramento universal de salvación que se nos ofrece en Cristo. O, sencillamente, que la Iglesia es el cuerpo de Cristo en el mundo”. Así lo ha expresado hoy Fernando Prado, director de Publicaciones Claretianas, quien ha participado hoy en una nueva edición de los ‘Jueves del ITVR’, donde ha reflexionado sobre ‘La misión de la vida consagrada. Epifanía del amor de Dios en el mundo’.
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“La misión no es de la Iglesia, sino que viene de Dios”, ha continuado Prado. “Él es, en verdad, el protagonista. No es tanto que la Iglesia tenga una misión, sino que Dios tiene una Iglesia para llevar adelante el plan de salvación. Dios cuenta, así, con la vida consagrada para llevar su plan adelante”. De esta manera, los creyentes, y en especial la vida consagrada, “somos continuadores de algo que, más bien, es de otro. Vita Consecrata dice que la misión es hacer presente a Cristo en el mundo”.
Tal como ha recordado Prado, en la encíclica se dice que “lo que vale para todo discípulo vale especialmente para la vida consagrada. Todo el pueblo de Dios es misionero. Vita Consecrata insiste en ello”. Así, cuando “hablamos de la misión de la Iglesia podemos decir que la vida consagrada no tiene una misión distinta que el resto de la Iglesia. Tenemos que recordar constantemente que somos parte de la misión de la Iglesia y, como parte, servimos”.
Diversidad y comunión
De esta manera, la vida consagrada, en sus diferentes formas “y en sus diferentes irisaciones carismáticas” es solo una parte “del todo que es la Iglesia”. “El Espíritu Santo es quien crea la diversidad del pueblo de Dios, pero, a la vez, es el artífice de la unidad”, ha apostillado. “La Iglesia es un misterio de comunión y misión en la que todos los creyentes se ven implicados”.
En definitiva, Prado ha señalado que es necesario “reconocer que la santidad es algo a lo que estamos todos llamados, sea cual sea nuestro desempeño diario”. Por eso, “cada uno de los miembros del cuerpo de Cristo vivimos nuestro propio seguimiento. El Espíritu nos ha querido diferentes, por lo que no hay que temer la diversidad siempre que permanezca la comunión. Comunión y misión son dos caras de la misma moneda”.